Si las cosas marchan durante los próximos días como hasta este momento, el 23 de septiembre se llevará a cabo una presencial cumbre entre los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden. No sería en la Ciudad de México, como quería López Obrador, porque como deslizaron diplomáticos estadounidenses, no era adecuado que Biden visitara Palacio Nacional durante el mes patrio. La reunión sería en la Casa Blanca, en Washington, donde estuvo López Obrador en julio del año pasado invitado por Donald Trump.
La confirmación de este encuentro dependerá de que se pongan de acuerdo en los detalles de la agenda y se lime cualquier aspereza que pueda surgir, lo que será una noticia importante para López Obrador y un respiro en la relación bilateral, que hace unas semanas atravesó por una zona de alta turbulencia por sus insistentes afirmaciones sobre “el intervencionismo” de Estados Unidos en la política interna de México y sus llamados a la desaparición de la Organización de Estados Americanos.
Las condiciones para esta reunión, que le urge más a López Obrador que a Biden para efectos de cohesión interna, se han ido construyendo en la medida que el presidente mexicano ha modulado su retórica belicosa. Varios jaloneos se dieron entre el Departamento de Estado y la Secretaría de Relaciones Exteriores por protestas de Washington, que llegaron a un punto casi de quiebre cuando López Obrador planteó en julio la sustitución de la OEA “por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”. Esto llevó a que el Departamento de Estado advirtiera que de haber más acusaciones de “intervencionismo”, emitiría un comunicado que probablemente no le gustaría al presidente de México.
López Obrador entendió el mensaje, pero tuvo otro momento difícil cuando sostuvo una reunión virtual el 9 de agosto con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, a quien le exigió duramente que su gobierno debía darle vacunas anti-Covid a México, que tuvo una respuesta simétrica, al señalar la enviada de Biden que no tenían ninguna responsabilidad ni obligación para darles vacunas. Después de ese inicio difícil de plática, la conversación mejoró y terminó de buena manera. Incluso, a través de ella invitó a Biden a visitar México.
Inicialmente, los funcionarios del Departamento de Estado dijeron que la agenda de Biden estaba saturada, pero que buscaría encontrar una fecha futura para que pudieran encontrarse en persona. Esa posición fue modificándose en la medida que el presidente mexicano cambió el tono de sus críticas a Estados Unidos por agradecimientos por las vacunas, y aceptaba las peticiones de Washington de reforzar la vigilancia en la frontera con Guatemala, que hizo despachando el 40 por ciento de la Guardia Nacional a realizar tareas de policía migratoria, y conceder la reinstauración del Diálogo Económico de Alto Nivel, creado por los presidentes Barack Obama y Enrique Peña Nieto, para dar un marco institucional al acuerdo comercial norteamericano, que tendrá su primera reunión en Washington el 9 de septiembre.
Negociadores de las dos cancillerías están revisando y definiendo la agenda de trabajo entre los dos presidentes, si se da un encuentro sólo entre López Obrador y Biden, y otro donde encabecen a sus delegaciones en una reunión bilateral, donde ya no se discutiría nada de fondo, sino se concretaría aquello que los dos equipos fueron trabajando. No se sabe cuáles son los puntos que quiera tratar López Obrador, pero ha sido muy insistente en la pronta reapertura de la frontera para tráfico no esencial, a lo que se ha resistido Estados Unidos, cuando menos hasta octubre, porque consideran que no se ha manejado adecuadamente la pandemia del Covid-19.
Biden tiene dos temas en la agenda bilateral que expuso desde su primer encuentro virtual con López Obrador el 1 de marzo, y que han sido reforzados por Harris y el equipo de seguridad nacional de la Casa Blanca: la migración y el cambio climático. En el tema de la migración, López Obrador accedió a reforzar la frontera, pero aún no encuentran un verdadero punto de contacto concreto sobre cómo impulsar el desarrollo en Centroamérica. López Obrador cree que es con la exportación de programas sociales; Biden insiste en que es con inversión y transferencia directa de recursos. Por cuanto al cambio climático están en las antípodas, donde Biden camina hacia el final de los combustibles fósiles y López Obrador finca en ellos el desarrollo de México.
Hay otros temas menos visibles que son delicados en la relación bilateral y que no han surgido como problemas en la actualidad, como en el pasado sí fueron un punto de conflicto entre los presidentes Obama y Peña Nieto, por la participación de China en proyectos de infraestructura. Los chinos participan en uno de los tramos del Tren Maya, pero no ha habido reclamos de Washington. México sigue enviando medicinas, equipo y alimentos a Cuba, azotada por la pandemia y los problemas económicos, pero tampoco ha provocado ninguna fricción. López Obrador invitó al presidente Vladimir Putin como su invitado a uno de los desfiles conmemorativos de este año, pero ni ha confirmado el líder ruso, ni tampoco ha sido tema de conversación entre los dos países –hasta ahora.
Biden y López Obrador, por lo que ha trascendido, tienen buena empatía, pero desconfían uno de otro. Sin embargo, han establecido una relación funcional de mutuo beneficio, aunque a veces parece descarrilarse por esta dicotomía del presidente mexicano entre un líder social de oposición antiyanqui, y jefe de Estado. Pero nada de qué alarmarse, tampoco por ahora. A López Obrador le conviene mandar el mensaje a inversionistas y opositores de que tiene una buena relación con Biden, pese a los pronósticos que había en un principio, y a Biden le conviene tener a López Obrador cooperando con él en materia de migración.
Una cumbre, como la que se está armando para finales de septiembre, es lo que ahora necesitarían para apuntalar la idea de una buena relación.
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