Julio Scherer confió a su familia que tras la renuncia como consejero jurídico de la Presidencia este martes por la tarde, su relación con Andrés Manuel López Obrador quedaba en buenos términos y que permanecería cerca de él como asesor externo. La víspera había decidido presentar la renuncia que encerraba una triple motivación. Estaba el ingrediente familiar, como en efecto se reportó en Proceso, la revista donde su familia tiene el control mayoritario de la propiedad, pero también, vinculado con esto, el desgaste que le había generado el cargo, y los problemas que nunca terminaban en Palacio Nacional. El tercero, detonador de sus ánimos, la llegada de Adán Augusto López a la Secretaría de Gobernación.
La renuncia de Scherer provocó un descontrol en Palacio Nacional al filtrarse la información de la salida del principal operador político del Presidente. Durante 18 horas corrió la versión sin ser confirmada o desmentida por ninguna autoridad, hasta que poco después del Tercer Informe de Gobierno, el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, enemigo abierto de Scherer desde el principio de la administración, y uno de los cercanos a López Obrador que más lo intrigó –lo acusó recientemente de ser quien filtraba información confidencial a la prensa–, dijo que su presencia en el acto celebrado minutos antes en Palacio Nacional había sido como consejero jurídico y que las versiones de su renuncia eran “rumores”.
En un gobierno como el lopezobradorista todo puede suceder. Desorganizado e indisciplinado, intenta siempre tapar el sol con un dedo o mentir. Como no se ha informado si el Presidente aceptó o rechazó la renuncia, todo cabe en Palacio Nacional, incluso, hasta que después de aceptada dé marcha para atrás. Scherer, quien en dos ocasiones previas había renunciado –sin ser aceptadas–, estaba cansado del cargo. Aunque había ganado la batalla palaciega contra Olga Sánchez Cordero, fue efímera la victoria. La llegada del nuevo secretario iba a reducir su poder.
A diferencia de la senadora, López va a cumplir las funciones como jefe de la política interna y a reclamar los espacios perdidos por su antecesora. Será un secretario fuerte, muy cercano al Presidente, y no quien fue nombrada para ser un enlace con el magnate Carlos Slim y otros empresarios de menor calado, pero no por su talento y oficio político. Lo que Scherer no vio venir es que López Obrador, antes de hablar con él y más allá de lo que finalmente diga públicamente, ya lo había destetado, que era lo que quería ahorrarse el consejero jurídico.
Horas antes de tener la cita donde presentó la renuncia, le habían arrebatado la iniciativa. López Obrador describió en la mañanera del martes las responsabilidades del nuevo secretario de Gobernación, que incluían la relación con el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, y con el presidente de la Suprema Corte de Justicia, dos tareas que eran patrimonio político de Scherer. Parecía una rudeza innecesaria para con quien, por más de dos décadas, ha sido su consigliere, su abogado personal e, incluso, financiero. La relación entre ambos no está de ninguna manera rota, como dijo Scherer a su familia, pero sí lastimada.
La primera señal clara del desgaste en su relación apareció tres semanas antes de la elección en junio, cuando el Presidente urgió a algunas personas cercanas que se alejaran de Hugo Scherer, primo del consejero político, y que en ese momento, junto con Julio Scherer, tenían el encargo presidencial de ‘cuidar’ a Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. El primer golpe explícito fue tras la derrota de Morena en la capital federal, donde cortaron los servicios de Hugo Scherer, un estratega político, responsabilizándolo de las pérdidas electorales, aunque no fue él, sino el equipo de Sheinbaum, el culpable del revés.
Una segunda señal fue cuando al llegar Rogelio Ramírez de la O a la Secretaría de Hacienda invitó a Alejandro Reynoso, un sofisticado economista que creció de la mano de Pedro Aspe, su antecesor en ese despacho. Reynoso, que conocía a Scherer desde que coincidieron en el equipo de Aspe, lo fue a ver para comentarle el ofrecimiento y esperar su apoyo. Scherer se lo comentó a López Obrador, señalándolo como ‘salinista’, y tras esa reunión el Presidente llamó a Ramírez de la O para decirle que no podía nombrar a Reynoso. Pero no fue porque hubiera trabajado con tecnócratas, a los que detesta, sino porque era cercano a Scherer.
El enfrentamiento abierto con Sánchez Cordero, quien criticó a Scherer enfrente del Presidente, sólo fue uno más de los conflictos que arrastraba en Palacio Nacional, con el grupo duro que rodea a López Obrador. El más abierto fue con Ramírez Cuevas, aunque sus intrigas permanentes contra él chocaron siempre con el muro presidencial, porque le resultaba altamente funcional. Scherer fue quien impulsó con Gertz Manero la persecución judicial contra Ricardo Anaya y contra otro antiguo panista vinculado al expresidente Felipe Calderón, Roberto Gil. También fue quien promovió la destitución de todos los consejeros del Instituto Nacional Electoral y los magistrados del Tribunal Electoral, que se convirtió en elemento central del discurso del Presidente contra los órganos electorales.
Fue pieza clave en la cruzada contra exfuncionarios y el contacto presidencial de los empresarios acusados por presuntos actos de corrupción, para arreglar sus problemas legales, mediante la reparación de los daños. Era la única puerta de entrada que tenían a Palacio Nacional, cada vez más controlado por radicales y fanáticos.
Scherer le fue altamente funcional a López Obrador, pero le cambió la ecuación por sus asuntos personales, el nombramiento de López en Gobernación y el desgaste del cargo. Hacia delante no tenía más trabajo de fondo qué hacer, porque las reformas que le encargó el Presidente las sacó adelante. Sólo habría golpes contra él, consideró, sin el poder que tuvo en la primera parte del sexenio. Ahí radica su decisión de la renuncia, que sólo falta que públicamente la confirme o la rechace el Presidente.
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