La dirigencia del PAN está metida en un embrollo para hacer un control de daños y que la imagen del partido no siga ensuciándose porque su coordinador en el Senado, Julen Rementería, y 15 de 25 senadores panistas, firmaron una alianza con Santiago Abascal, líder del partido de extrema derecha español Vox, para mandarle un mensaje al presidente Andrés Manuel López Obrador, que contra las corrientes y tendencias “comunistas” en algunos países latinoamericanos, México “nunca va a ser comunista”. Así de desafiantes, así de zafios. El mundo de la Guerra Fría trasladado al mundo de la era digital, donde ese comunismo en el que piensan quedó sepultado en 1991 con la disolución de la Unión Soviética, y el final de la bipolaridad.
Los líderes panistas han buscado deslindarse, como instituto, de lo que encabezó Rementería, y para atajar el escándalo debieron haber pensado que el sacrificio de un funcionario menor, Christian Camacho, a quien señalan como el promotor de la reunión, sería suficiente para satisfacer a los dioses de la razón. No hay forma. Lo que está viviendo el PAN es una estúpida tragedia causada por un puñado de extremistas que aún pululan en el partido, y una profunda ignorancia de Rementería, quien es laico, no es conservador, que formó parte de la corriente calderonista que ya desapareció y que ahora está vinculado a Marko Cortés, el líder con licencia que busca su reelección.
La torpeza, como han descrito algunos panistas la iniciativa de Rementería, provocó de inmediato la caracterización del PAN como lo que representó durante décadas alrededor de 30 por ciento de la militancia del partido, vinculada a los sectores más reaccionarios y retrógradas de la sociedad mexicana, para que embozados en el partido animaran y apoyaran a grupos fascistas de extrema derecha –el fascismo se caracteriza por ser violento– que tomaron fuerza a principios de los 60, pero que tiene una larga historia en el siglo 20.
Esa corriente de pensamiento cerrada y excluyente construyó puentes doctrinales e ideológicos transgeneracionales con organizaciones como Acción Católica de la Juventud Mexicana, que nació en 2013, y la Unión de Católicos Mexicanos, que surgió dos años después, con grupos paramilitares, como Los Tecos, que apareció en 1934; la Unión Nacional Sinarquista, de 1937, que enfrentó el anticlericalismo del presidente Plutarco Elías Calles, y estructuras violentas de fundación posterior como el Movimiento Renovadora Orientación (Muro) y El Yunque, un grupo que nació en secrecía y que gradualmente se fue conociendo por sus ramificaciones orgánicas con el PAN.
Dos fundadores del Muro, Luis Felipe Coello y Víctor Manuel Sánchez Steinpreis, articulistas connotados en El Heraldo de México, fundado por el poblano Gabriel Alarcón Chargoy, se convirtieron en los 60 y 70 en los ideólogos de la extrema derecha, retomando las banderas de Salvador Borrego, un periodista y escritor vinculado al PAN, y Salvador Abascal, líder sinarquista cuyo hijo, Carlos, llegó a ser secretario de Gobernación en el gobierno de Vicente Fox. Desde las páginas de ese diario realizaron cruzadas contra los gobiernos estatistas y una batalla incansable contra los libros de texto gratuitos durante el gobierno de Luis Echeverría, en años de violencia ideológica que se venían arrastrando desde los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, otro poblano rabiosamente anticomunista que alentaba a esos grupos.
La vida de un sector ultra dentro del PAN siempre estuvo asociado a esas organizaciones, no todas fascistas, pero todas en busca de una sociedad donde sólo cupieran ellas y quienes pensaban como ellos. La reunión con Abascal, el líder de Vox, produjo una repulsión generalizada en la sociedad más plural y progresista, además de haberle servido al Presidente un manjar para despacharse en varias mañaneras, porque a muchos todavía nos evoca esos años de tensión por su militancia. No fue hace demasiado tiempo cuando se veían pegatinas en los autos con la leyenda “Comunismo no, Cristianismo sí”, o eran sujetas a coberturas periodísticas las peregrinaciones anuales al cerro del Cubilete, en Silao, cuyo santuario al Cristo Rey alguna vez mandó bombardear Elías Calles.
Los senadores panistas lograron en cuestión de horas sacar del clóset todos los fantasmas que nos han perseguido por décadas, y reabrir una zanja ideológica que nunca ha podido ser cerrada. El lenguaje rupestre de la Carta Madrid que firmaron con Abascal, el líder de Vox, conlleva implícitamente una vinculación con otros simpatizantes del ultraderechista español, como Matt Schlapp, presidente de la Unión Conservadora de Estados Unidos, que trabajó con el presidente George W. Bush y su esposa, Mercedes; con Donald Trump y con Roger Noriega, uno de los autores de la Ley Helms-Burton, que endureció el embargo estadounidense contra Cuba y fue subsecretario de Estado en la administración Bush, donde endureció la política hacia Venezuela.
La compañía de Rementería y colegas senadores también los ubicaron al lado de extremismos como el que representa Marine Le Pen, que encabeza un partido de extrema derecha en Francia, y los ubicó en ese extremo de la geometría política. Rementería debió haberlo sabido. Ni siquiera institucionalmente su partido tiene vinculaciones formales con Vox, en España, sino con el Partido Popular, y la corriente ideológica por la que supuestamente transita es la de la democracia cristiana. El daño que le ha hecho al PAN no se alcanza a medir todavía, pero en una época en donde la percepción es más poderosa de la realidad, y los símbolos pesan más que las verdades, la mancha no va a ser fácil de quitar.
Menos aún, si como dice Héctor Larios, presidente en funciones del PAN, pensar en la sustitución del coordinador del Senado no es conveniente. Se equivoca. Rementería es una pierna con gangrena que tiene que cortarse. Entre más tarden más se pudrirá el partido. Y aun mutilándose no estarán a buen resguardo. Lo que provocó su coordinador no desaparecerá con los días. Su torpeza fue política, cultural e histórica. Un siglo les cayó súbitamente encima.
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