El subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, está claramente luchando por su vida dentro de la administración federal. En menos de 24 horas buscó a dos reporteras que conoce por su cobertura de la pandemia del coronavirus para recortar sus pérdidas, quizá con el propósito de evitar su salida del gobierno. El zar del coronavirus debe haberse dado cuenta, la semana pasada, de que apesta a muerto en Palacio Nacional, entendiendo tal vez que lo único que ha impedido que el presidente Andrés Manuel López Obrador lo cese son la dudas sobre el costo de su destitución y las críticas por el fracaso en la estrategia.
López-Gatell, por lo que se ve, salió a defender su cargo, y en una declaración que le hizo a Blanca Valadez, reportera de Milenio, negó que hubiera renunciado y dijo no tener duda de que el presidente López Obrador lo sigue respaldando. De esta manera respondió a la columna de Alejandro Aguirre en El Universal, donde afirmó la semana pasada que el zar del coronavirus había presentado su renuncia y el Presidente se la había rechazado. No hubo confirmación ni desmentido a la versión de Aguirre, pero lo que piensan funcionarios es que López-Gatell está en el umbral de la calle.
Sus declaraciones sobre la negativa a vacunar a menores, corolario de sus denuncias de que los padres de niños con comorbilidades se ampararan para exigir que les aplicaran las vacunas, como parte de una conspiración contra el gobierno, fue demasiado hasta para éste. El presidente López Obrador vivió en carne propia la reacción negativa en su gobierno y las críticas de todos aquéllos con quienes hablaba, en contra del subsecretario. Mentiroso consumado, López-Gatell le dijo a la reportera Valadez, sin embargo, que en el gabinete eran “muy amigables” con él.
El subsecretario se ha colocado en un nivel patético en la defensa de sí mismo, cuando dentro de Palacio todos, literalmente todos, están volcados en su contra, empezando por el presidente López Obrador. La semana pasada, detrás de la ola de críticas de miembros del gabinete, el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, con quien López-Gatell ya tuvo actitudes prepotentes de desdeño, le mostró a López Obrador un detallado análisis de prensa sobre las reacciones que generó la declaración del zar del coronavirus, horas después de realizada, donde no había textos positivos.
Al Presidente le duró la molestia contra López-Gatell hasta el día siguiente, cuando ya no se contuvo. En su despacho tenía memorandos firmados por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, con los detalles de cómo el subsecretario de Salud había sido omiso en la planeación presupuestal para adquirir los refuerzos de las vacunas para el próximo año. El descuido de López-Gatell, sólo entendible por su convicción de que las vacunas no sirven y su preferencia, pese a los fracasos en el mundo, a que se dé la inmunidad de rebaño, tiene un ingrediente mucho más grave que sus propias creencias. El año pasado pudo la Cancillería adquirir vacunas por considerarse una situación de emergencia, con lo cual se pudo dar la vuelta legal a esa atribución que sólo corresponde a la Secretaría de Salud. En el primer año, el escenario extraordinario obligó a acciones extraordinarias. Un año después, la falta de vacunas por negligencia acredita una responsabilidad penal.
López-Gatell debió estar seguro de que no será demandado penalmente, por el apoyo presidencial del que gozaba, pero la semana pasada esta protección se desvaneció. El presidente López Obrador, que seguía molesto con él, lo comenzó a regañar, y el subsecretario se empezó a defender, sin poder realmente justificar de manera racional lo que había cometido. Parecía claro que no sólo hablaba el Presidente de un tema presupuestal, sino que esta negligencia podría representar críticas al vincular la falta de vacunas con muertes por Covid-19 de niños con comorbilidades. El Presidente le mostró los memorandos de Ebrard y crecía en exasperación con el subsecretario, a quien, enfrente del gabinete de seguridad, le gritaba.
La afirmación del subsecretario a la reportera Valadez de que “no tengo duda que el presidente Andrés Manuel López Obrador sigue respaldando mi actuar” es una mentira flagrante, como también su aseveración de que la relación con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es “excelente”. Sheinbaum y Ebrard fueron los primeros en chocar con él en octubre del año pasado, y la tensión no ha cejado. López-Gatell ha sido más duro con Sheinbaum, a quien parece ha castigado en la distribución de vacunas, y la jefa de Gobierno, como se reportó aquí la semana pasada, le pidió la renuncia del subsecretario al Presidente.
En aquel momento, López Obrador no mostró intención de castigar al subsecretario, pero después de la semana pasada, el Presidente le pidió a su coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, que le preparara una evaluación sobre los costos y beneficios de mantener a López-Gatell en el cargo. Es la primera vez que el Presidente exterioriza la posibilidad de cesar a López-Gatell, que todo indica dependerá del análisis que le presente Cárdenas.
El subsecretario tampoco se ayuda. Dentro de esta lucha por su vida burocrática, buscó a la reportera de La Jornada, Ángeles Cruz, para revertir sus dichos de que por cada dosis contra el Covid-19 que se aplicaba a menores a través de amparos, se le quitaba la oportunidad a quien tenía un mayor riesgo. López-Gatell le dijo a la reportera Cruz que un millón de niños y adolescentes entre 12 y 17 años que tienen factores de riesgo y que podían morir por Covid recibirán la vacuna. De ese tamaño es la negligencia criminal de quien hasta hace una semana no le importaba que un millón de menores murieran.
Es imperdonable. El Presidente debe tomar la decisión de destituirlo. Es cierto que habrá críticas, pero también es cierto que muchos le agradeceremos que haya despedido a un funcionario incompetente antes de que siga causando más daño. Parafraseando un dicho marxista, Presidente, es dialéctico rectificar.
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