La cohesión en un grupo político que busca el poder dura hasta que se conquista. Después, es otra historia. Es el caso de Morena, el movimiento que encaramó a Andrés Manuel López Obrador en la presidencia, que no es distinto al comportamiento que tuvo el PAN cuando comenzó a ser gobierno, o del PRD cuando empezó a ganar elecciones. En Morena todo era una unidad política hasta que la posibilidad real de llegar al poder apareció en el horizonte, y como sucedió con otros partidos, comenzaron a aflorar sus diferencias y contradicciones, que se han acentuado ahora que se empieza a otear la pérdida del poder de su líder.
No es que los patos estén comenzando a dispararle a las escopetas, sino que ya empieza el reacomodo político y los nuevos realineamientos hacia 2024. El desgaste de López Obrador por casi tres años de gobierno abre las compuertas a tensiones que antes estuvieron agazapadas ante el temor a consecuencias por una mala reacción del Presidente, y que hoy se aventuran a discrepar de él y ventilar sus molestias e inconformidad con las decisiones. Un caso importante para resaltar, por su actuar prudente y de bajo perfil dentro de la corte lopezobradorista, es el de Lázaro Cárdenas, coordinador de asesores del Presidente.
Pese a que fue expulsado de Palacio Nacional por el secretario particular del Presidente, el poderoso Alejandro Esquer, Cárdenas sigue teniendo el oído de López Obrador y una limitada ascendencia sobre él, que es mucho decir frente a la nula influencia que tiene prácticamente el resto de sus colaboradores en el gobierno. Cárdenas le expresó al Presidente su malestar por el manejo que se le dio a la protesta en la refinería de Dos Bocas la semana pasada. Por un lado, el haber encuadrado el conflicto únicamente como un tema mediático –llevando al Presidente a mentir, como cuando dijo que era sólo una veintena de trabajadores inconformes–, y por la otra, la invisibilidad de la secretaria de Trabajo, Luisa María Alcalde.
Las críticas contra Alcalde se han venido suscitando dentro de Palacio Nacional desde hace unas cuatro semanas por su ineficiencia y su bajo rendimiento, con ausencias frecuentes a su oficina, mientras que su vida nocturna ha tenido, con la información que tienen en Presidencia, un incremento. Pese a la percepción de que quien manda en esa secretaría es su padre, el abogado laborista Arturo Alcalde, el Presidente ha defendido las propuestas de removerla por los compromisos con su madre, la dirigente de Morena Bertha Luján. En el caso de Dos Bocas, la molestia obedeció a que no pudo realizar un diagnóstico objetivo de lo que estaba sucediendo, ni entregó la información que le solicitaron.
No es la única. Ya comenzaron las críticas contra el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, por su incapacidad para tomar decisiones si no son autorizadas por el Presidente. Por ejemplo, una de las observaciones más ácidas es que, cuando menos hasta la semana pasada, la nueva consejera jurídica de la Presidencia, Estela Ríos, no había podido ir a presentarse ante el ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, porque el secretario no se lo había autorizado porque, a su vez, no había conseguido aún hablarlo con el Presidente.
Las fracturas adquirieron una cara pública de beligerancia en las últimas 72 horas. El sábado, la exsecretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, en una presentación en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, criticó fuerte al gobierno de López Obrador, y lo tildó de “autoritario” y “machista”, sujeto a los “demonios de la dominación” sobre las mujeres que ejercen el machismo y el patriarcado. Sandoval probablemente pensaba en Félix Salgado Macedonio, por quien el Presidente descartó a su hermano de la sucesión para el gobierno en Guerrero y ella fue destituida por atravesársele en la sucesión estatal.
Pero aun descontando el conflicto de interés, su crítica fue severa. López Obrador y su gobierno, afirmó, han estado “recolectando de la basura priista a personajes”, sin dar paso a la autocrítica porque se contaminó, dijo, de “un vil y franco autoritarismo”. Sandoval sabe que nada se mueve en el gobierno sin la autorización presidencial, por lo que el destinatario de sus comentarios parece ser López Obrador.
En otro lado de la geometría lopezobradorista, Gibrán Ramírez, uno de los intelectuales orgánicos de Morena, escribió ayer en Milenio sobre el creciente apoyo al autoritarismo en la izquierda ideológica, y se preguntaba si uno de los factores de ello no tendría que ver “con la complacencia de una parte de las bases partidistas ante los actos autoritarios de las cúpulas dirigentes”.
Los maderos del buque moreno están crujiendo, y aunque nadie quiere tocar todavía al capitán del barco, las discrepancias en el grupo del poder y en la periferia se están agudizando. Personas muy cercanas al Presidente admiten el desgaste de su poder, y aunque no han llegado al extremo de faltarle al respeto o rebelarse abiertamente, el gallinero está revuelto.
Esto ya no va a parar por lo que resta del sexenio, sino al contrario. En la medida en que se acerquen los tiempos de la sucesión presidencial, en un año aproximadamente, las diferencias serán más notorias y las posiciones más contrastantes. No sólo se pondrá en juego la presidencia, sino la Cámara de Diputados, federal y locales, el Senado, y varias gubernaturas. El pastel electoral en 2024 es grande y muchos en Morena querrán una rebanada. Mientras tanto, la mano dura del Presidente se va a ir debilitando y su capacidad de imposición se irá reduciendo.
Es el ocaso del poder sexenal que vivieron sus antecesores. Si mantiene su palabra de no buscar la reelección, López Obrador lo experimentará de manera tortuosa porque los brotes de indisciplina, rebelión y molestia contra su gestión desde adentro de su claque, a diferencia del pasado, comenzaron muy pronto en su sexenio.
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