En un gabinete armado deliberadamente para ser mediocre en su mayoría, lo peor que puede suceder es que quien haya sido escogido para ser uno, entre un pequeño puñado de secretarios de Estado destinado a jugar un papel relevante para el presidente Andrés Manuel López Obrador, resultara pólvora mojada. Pero esto es exactamente lo que ha sucedido con Rogelio Ramírez de la O, quien llegó a la Secretaría de Hacienda con tan altas expectativas, que en sus ausencias y en los hechos se ha convertido en una figura decepcionante y empequeñecida por los escasos márgenes de maniobra que presumía iba a incrementar.
Ramírez de la O asumió el despacho de Hacienda el 3 de agosto pasado, en sustitución de Arturo Herrera, que no le era funcional al presidente, pero del que tuvo que echar mano cuando su primer secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, renunció pateando las puertas de Palacio Nacional enfrentado con López Obrador porque quería manejar él la política económica, y en medio de intrigas palaciegas. Ramírez de la O había sido desde 2006 la primera selección de López Obrador para esa cartera, pero la realidad electoral y las dudas del economista lo habían impedido.
Ramírez de la O fue asesor económico de López Obrador durante la campaña presidencial de 2006, y tras la derrota lo nombró secretario de Hacienda del llamado ‘gobierno legítimo’, que fue un ejercicio propagandístico más que un gobierno en las sombras, como existe en el Reino Unido. Ese ‘gobierno legítimo’ fue una bobada, pero su inclusión le costó en imagen y prestigio al economista, reconocido consultor internacional, que perdió clientes y relaciones por su relación con un político al que veían violento y contrario a sus intereses. Su reputación, consolidada al ser uno de los pocos expertos en anticipar la crisis financiera de 1994-1995 y sus consecuencias fiscales, le permitieron salir de ese hoyo.
En las elecciones presidenciales de 2012, López Obrador anticipó que de ganar lo nombraría secretario de Hacienda, lo que ya no generó un impacto negativo en Ramírez de la O, en buena parte porque a diferencia de 2006, el candidato perdedor no apostó por un conflicto postelectoral para derrocar a Enrique Peña Nieto, como sí lo intentó con Felipe Calderón. Siempre cerca aunque lejos, lo quería nuevamente para su gabinete tras ganar las elecciones en 2018, pero Ramírez de la O prefirió mantenerse en su consultoría, que le requería vivir más tiempo en Nueva York que en México.
El ánimo de Ramírez de la O y las necesidades políticas de López Obrador se conjugaron finalmente tras las elecciones intermedias, donde comenzó un ajuste en lo alto del gabinete en preparación para consolidar los programas y proyectos del presidente, y preparar la sucesión presidencial. La principal razón por la que el consultor accedió a entrar al gabinete fue porque López Obrador había aceptado su única petición, que pudiera intervenir en el sector energético y buscar darle la vuelta a la crisis que vive, principalmente en Pemex, en donde es un experto.
Pronto se dio cuenta que las promesas del presidente no se las cumpliría. Aunque Ramírez de la O tiene una muy buena relación con el director de Pemex, Octavio Romero Oropeza, no ha podido meter mano al sector, ni lo ha dejado el presidente. López Obrador aceptó su recomendación para cambiar al director de finanzas de la empresa, pero cuando se dio, López Obrador no dejó que lo pusiera el secretario de Hacienda, como habría sido lo estándar, sino que Romero Oropeza decidiera quién lo sustituiría. Tampoco ha podido meter las manos para evitar que Pemex siga corriendo al despeñadero, y ha tenido que acatar las instrucciones presidenciales para seguir subsidiando la gasolina, con lo que está cerca de eliminar todos los impuestos especiales para evitar que el consumidor recienta una subida de precios y afecte la imagen del presidente. La decisión es política, del presidente, no económica, del secretario, y este camino llevará a Ramírez de la O a que en no mucho tiempo no tenga ya más dinero para seguir conteniendo la explosión que viene en el sector petrolero.
En el sector eléctrico tampoco pudo hacer nada. Las decisiones de la reforma las tomaron la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y el director de la Comisión Federal de Electricidad. Ramírez de la O quedó reducido a un explicador poco convincente de lo que significaba la reforma, lastimando su reputación entre sus colegas y expertos en los organismos internacionales. Un ejemplo público de ello sucedió en octubre, cuando invitado por el influyente centro de pensamiento Atlantic Council en Washington, hizo una tibia defensa de la reforma energética que se situó en las antípodas de lo que piensan los sectores financiero y energético en el mundo.
En su secretaría tampoco tiene el control. Como sucede desde los tiempos de Herrera, la directora del SAT, Raquel Buenrostro, se maneja de manera autónoma y tienen acuerdos directos con el presidente. No pudo proponer a un nuevo presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, como deseaba, y el presidente nombró a Jesús de la Fuente al frente de ella. En decisiones que tendría que haber tomado, como en el caso de la denuncia por presunto uso de recursos de procedencia ilícita en contra de científicos y extrabajadores del Conacyt que debió haber firmado, no las asumió y dejó que el procurador fiscal la presentara. En la reciente designación de Pablo Gómez en la Unidad de Inteligencia Financiera, ni siquiera fue él quien le dio el nombramiento.
Ramírez de la O ha sido aplastado por las decisiones del presidente y arrollado por funcionarios de nivel jerárquico inferior. Sus notables ausencias y sus largos silencios perecen señal de estar arrepentido de trabajar para un presidente que lo engañó y utilizó. Cómo saldrá de este nuevo hoyo, es un enigma. ¿Recuperará el prestigio que ha ido tirando en las últimas semanas? Es algo que está por verse.
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