Las actitudes del presidente Andrés Manuel López Obrador suelen ser disruptivas y provocadoras. En ocasiones son intempestivas, improvisadas, inesperadas, donde rompe lanzas y teje nuevas alianzas que, al día siguiente, puede dinamitar también. Este zigzagueo lo hace ser un hombre de tempestades y consistente en sus inconsistencias, como ayer, al dar un ejemplo mañanero de lo que es capaz de hacer: dar un triple salto mortal sin red de protección que deja un sabor de boca amargo, porque las decisiones presidenciales, cada vez es más claro, las modula la prensa. Ese salto fue salir en defensa apasionada y firme de una persona acusada de acoso sexual, y asegurar convencido que lo que dijo la víspera no salió de su boca.
El Presidente se refirió primero al cesado director de Fonatur, Rogelio Jiménez Pons, por las demoras en la ejecución de la obra del Tren Maya. Nadie le preguntó ayer por él, pero de la nada, molesto por la forma como Carmen Aristegui, su vieja aliada, y Reforma, dijeron que lo había responsabilizado por los retrasos, dijo que no era cierto. “Yo no dije eso, yo no lo culpé, así lo interpretaron”, defendió. “(Fue) una distorsión completa”. ¿Lo fue? A la pregunta el martes del porqué había salido Jiménez Pons, López Obrador respondió:
“Es que necesitamos terminar estas obras y necesitamos responsables que estén comprometidos por entero, que no se detengan ante nada y que se apliquen a fondo. Es un poco el método de trabajo. Para poder llevar a cabo una obra se requiere un mando y se requiere una supervisión permanente, constante, y si hablamos de la obra de transformación, que es algo de mayores dimensiones, no vamos a estar considerando que son nuestros amigos o nuestros familiares o nuestros compañeros, pero resulta que no dan resultados. Lo lamentamos mucho, nos da pena, pero por encima de todo está el interés superior, el interés del pueblo y de la nación, y nosotros tenemos un compromiso con la transformación del país”.
“Podemos querer mucho a una persona, pero si esa persona no se aplica, no se entusiasma, no tiene las convicciones suficientes, no internaliza de que estamos viviendo un tiempo histórico, un momento estelar de la vida pública de México, un tiempo interesante; si está pensando que es la misma vida rutinaria del gobierno, que todo es ortodoxo, que todo es plano, que no importa que se pase el tiempo, pues entonces no está entendiendo de que una transformación es un cambio profundo, es una revolución de las conciencias”.
A López Obrador no le gustó la manera como se leyeron sus declaraciones y se arrepintió. Culpó, como siempre, a los medios, que lo colocan en el aparador donde no le gusta verse, ni acepta como error la ligereza en la que incurre con algunas de sus afirmaciones. La virulencia que tiene contra ciertos medios y periodistas tiene correlación con las informaciones que lo confrontan todos los días o que muestran sus contradicciones e inconsistencias. Reacciona impulsivamente, mostrando una inteligencia emocional que a veces es inexplicable, como fue ayer, cuando también, de la nada, se metió en un pantano, comenzó a patalear, sacó la espada y metió las manos al fuego por quien carga en su equipaje la infame acusación de acosador sexual, Pedro Salmerón, a quien anunció –sin haber pedido el beneplácito– como embajador en Panamá.
No le debe haber gustado que la canciller panameña anunciara el martes que ya habían respondido a la Secretaría de Relaciones Exteriores su decisión sobre Salmerón, y menos aun que tuviera una difusión amplia en los medios. “¿Y ya entonces van a haber tribunales como los de la Inquisición, nada más porque hay denuncias de sectores si no se actúa de conformidad con la ley?”, espetó el Presidente, quien ha minimizado las varias acusaciones de acoso sexual porque no se han presentado ante un Ministerio Público.
Las denuncias contra Salmerón provocaron su salida del ITAM, una institución educativa a la que detesta López Obrador –aunque varios morenistas connotados son egresados del instituto–, pero no fueron las únicas. Hay registro en las redes sociales que varias militantes que estuvieron en la campaña presidencial, denunciaron la proclividad acosadora de Salmerón, uno de los protegidos de la esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez Müller. De ahí, quizá, su reticencia a modificar la decisión, que podría explicar, además, que cuando le preguntaron en la mañanera si reconsideraría el nombramiento, lo rechazó, por ser capaz, dijo, y por ser “uno de los mejores historiadores en el país”.
López Obrador dijo que todo se trata de campañas mediáticas de los conservadores. Es decir, más de lo mismo, pero en esta ocasión no fue más de lo mismo. La negación irracional de sus palabras motiva a la reflexión si el caso de Jiménez Pons fue algo excepcional, o si es parte de su comportamiento cotidiano en las reuniones de gabinete o en los procesos de toma de decisión. Y perder todo el decoro institucional para hacer una defensa de Salmerón, que tiene como antecedente la que hizo de Félix Salgado Macedonio, por las mismas razones, cuando aspiraba al gobierno de Guerrero, muestra una falta de empatía con las mujeres, cuyos agravios está dispuesto a ignorar porque piensa que hay una motivación política detrás que busca dañarlo.
El Presidente está procesando todo con el mismo filtro reduccionista, y sus fijaciones deben ser motivo de preocupación. Si está tan cerrado y tiene una mirada tan obtusa de las cosas, ¿puede someter su toma de decisión a procesos objetivos? Claro que no. Revisando sus mañaneras, es notorio que la agenda se la imponen los medios, que gobierna para llevarle la contra a los medios, y que la propia conversación está subordinada a lo que informen los medios. Así no se gobierna. Así sólo se pelea y no llegará al puerto esperado si sigue gobernando para los medios y no para los ciudadanos.