El presidente Andrés Manuel López Obrador hizo ayer una defensa apasionada del zar del coronavirus, Hugo López-Gatell, al calificar de “injusta” la investigación que un juez ordenó a la Fiscalía General para determinar si es culpable del delito de homicidio por omisión por su manejo de la pandemia del COVID-19. La defensa del Presidente olvidó a las víctimas y la mezcló con politiquería. “No sólo es una injusticia, sino es una actuación de mala fe, diría, de odio”, acusó. “No se toma en cuenta que los servicios prestados a la sociedad por el doctor Hugo López-Gatell son excepcionales”. Su alegato hay que verlo en el espejo: el Presidente se está defendiendo a sí mismo, porque una condena contra el subsecretario de Salud será una condena contra él.
Que nadie se engañe. El doctor traicionó su juramento hipocrático para bailar la música que tocaba el Presidente. López Obrador no creía en la pandemia y López-Gatell le fue suministrando información, o callando ante la evidencia, cuando el Presidente jugaba con los mexicanos. El 28 de febrero de 2020, dijo que el COVID-19 no era “algo terrible, fatal, ni siquiera equivalente a la influenza”. El 4 de marzo minimizó “lo del coronavirus, eso de que no se puede uno abrazar; hay que abrazarse, no pasa nada”. Luego, cuando le preguntaron sobre las medidas que había tomado su gobierno para contener el coronavirus, sacó un detente del Sagrado Corazón de Jesús. López-Gatell reconocía que la “fuerza moral” del Presidente lo protegía del virus.
López Obrador lo llamó un profesional con enorme conocimiento en la materia, lo cual es una broma inopinada, porque en lo único que ha dado prueba sólida de ser un profesional, es en la zalamería. La otra afirmación de López Obrador, de que es un hombre “honesto”, se cae por su propio peso. Fue deshonesto, no sólo con el Presidente, por omisión o comisión, sino fue un funcionario desleal que incumplió su responsabilidad institucional y un traidor a la patria, por no haber puesto un alto a las decisiones presidenciales o renunciar para no cargar con el descrédito, el desprecio y, ahora, con denuncias penales en su contra.
El “profesional de primer orden”, como lo llamó el Presidente, rechazó que se adoptaran medidas preventivas, y junto con López Obrador mantuvo abiertas las fronteras, sin ningún tipo de acción, como solicitar pruebas anti-COVID para entrar a México. Le apostó a la inmunidad de rebaño, como lo hicieron en un principio el Reino Unido y Suecia. El primer ministro Boris Johnson cambió su estrategia cuando le mostraron que no hacerlo aumentaría las muertes en 250 mil personas, y en Suecia, el rey Gustavo admitió a finales de 2020 que su país había fracasado en la gestión de la pandemia, y el primer ministro Stefan Löfven ordenó una investigación sobre cómo administraron la emergencia. López-Gatell decía que hasta sería bueno que el Presidente se contagiara, en su lógica de la inmunidad de rebaño.
Sus servicios prestados a la sociedad, como dijo el Presidente, incluyen un error en su análisis y pronóstico: de 8 mil muertos máximo que calculó (su escenario “catastrófico” era de 60 mil), ya van más de 300 mil y siguen subiendo. Su negativa ideológica a aplicar pruebas y la ausencia de todo tipo de control fronterizo tienen a México con la tasa acumulada de positividad más alta del mundo, de acuerdo con Our World in Data. El exceso de mortalidad durante la pandemia alcanzó los 532 mil decesos, que entre enero de 2020 y junio del año pasado significaba un 47 por ciento superior a lo que se esperaba, según el Inegi. Con esto, acorde con las métricas del Financial Times, México está sólo atrás de Perú y Brasil, en América Latina, y del Reino Unido en exceso de mortalidad por país.
No obstante los datos, el Presidente aseguró ayer que “se ha avanzado en México sin malos resultados”, cuya incongruencia explica otras recientes declaraciones, animadas por el consejo o silencio de López-Gatell, como lo fueron que la variante ómicron era como una gripa, o “covidcito” como la calificó López Obrador, y que no vacunarían a menores porque no era recomendación de la Organización Mundial de la Salud, cuando de hecho, lo recomendó el 21 de enero.
El Presidente, que ya estaba harto de López-Gatell y estaba ofreciendo su puesto a otros médicos, tendrá que aplazar todo. Tiene que salir a defenderlo con todo, porque si cae el zar del coronavirus mexicano, el que sigue es él. López-Gatell ha sido un irresponsable que podría ser condenado por homicidio por comisión, si la defensa de quienes lo denunciaron evita que el juez de control federal en el Reclusorio Sur, Ganther Alejandro Villar Ceballos, caiga doblegado ante una muy agresiva Fiscalía General cuando le responda que no indagará al doctor, acatando la instrucción del Presidente.
Desfavorece al fiscal Alejandro Gertz Manero que el Presidente siga en su narrativa beligerante e insensible de que la gente, como la que perdió a sus familiares, “es susceptible de manipulación del conservadurismo”, y que la denuncia fue “producto del rencor y del odio y la politiquería”, porque la falta de empatía y el insulto a quienes han perdido a familiares y cercanos en esa pandemia, animará a otros a presentar denuncias similares. El Presidente quiere otra cosa, y no se aparta de su manual para inhibir y cambiar el rumbo de las cosas, porque su lógica de victoria sólo tiene la política como campo de acción.
Muchas veces lo ha logrado, pero este tema es mas complejo y delicado, porque se trata de miles de personas, como afirma el abogado de las víctimas, Javier Coello Trejo, que probablemente murieron por la mala estrategia de López-Gatell, quien no actuó solo en su diseño y ejecución, sino acompañando, por convicción o por instrucción, a López Obrador. Ésta es la última frontera en la defensa del subsecretario, porque lo que pase con él podrá ser transferido directamente al Presidente.