El Presidente ha claudicado de su juramento constitucional: gobernar para todos los mexicanos. En las dos últimas semanas y media ha abandonado el cargo de jefe del Ejecutivo para meterse de lleno a la defensa de su hijo José Ramón, involucrado en el escándalo de la ‘casa gris’. El manto de protección en realidad no es para su primogénito, sino para él mismo. Lleva muchos días de loca carrera al precipicio, porque la catastrófica comunicación política para disipar el escándalo de la ‘casa gris’ está lejos de cubrir con distractores el punto nodal de todo, la sospechosa opacidad con la que maneja el poder, que cada vez toma más cuerpo maligno de nepotismo, influyentismo y corrupción, en el imaginario colectivo.
La suma de equivocaciones es asombrosa ante su prisa por evitar que el lodo que decía nunca manchaba su plumaje, lo selle con tinta indeleble. Sus razonamientos, también. El sábado reiteró su confianza en terminar su mandato, pero no se entiende si por la consulta ciudadana para revocárselo –que aunque se llevará a cabo, es casi imposible que le resultara negativa– o porque siente que su salud está muy mermada. En el primer caso no tendría razón. En el segundo, no ha dejado de hablar de la muerte tras su última intervención cardíaca en enero, que dijo de rutina, precedida por un preinfarto y un infarto en el hospital militar.
El grueso de su tiempo en estas dos semanas lo ha dedicado a preparar con sus más cercanos colaboradores la estrategia para contener y revertir el descrédito creciente por la ‘casa gris’. La estrategia de su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, de atacar al periodista Carlos Loret, la cara de la revelación de la propiedad rentada a un petrolero con negocios con Pemex, para dañar su reputación y credibilidad, borró el viernes todos los límites, y miles de personas expresaron repudio digital al Presidente, a quien vimos desquiciado y violando leyes buscando la aniquilación de Loret para cambiar la conversación.
Lo había intentado días atrás con otro distractor, ‘pausar’ las relaciones con España, otro ejemplo de cómo abandonó la obligación de gobernar. Para tapar un escándalo familiar creó una crisis internacional. El ministro del Exterior de España, José Manuel Albares, le pidió explicaciones al canciller Marcelo Ebrard sobre el comportamiento del Presidente, advirtiéndole que la diplomacia española tenía orgullo y límites. Ebrard disculpó a López Obrador y le dijo que estaba muy presionado por las revelaciones sobre su hijo, pero Albares respondió que no justificaba en absoluto los ataques a su país.
La distracción del Presidente se cruzó con una fuerte llamada de atención del gobierno de Estados Unidos, que en voz del representante de la Casa Blanca para el cambio climático, John Kerry, le advirtió que la reforma eléctrica violaba el acuerdo comercial norteamericano, y que de seguir adelante terminarían en tribunales internacionales. López Obrador no hizo nada. Ebrard propuso posteriormente preparar una estrategia de contención, que provocó que la secretaria de Energía, Rocío Nahle, lo acusara de defender los intereses de Estados Unidos, ante un Presidente silente.
López Obrador ha detenido todo para pintarse la cara de guerra y librar la gran batalla por sus hijos, al quedar en entredicho que todo aquello que estigmatiza, lo tiene de sobra en su casa, y que la percepción sobre corrupción en él y su gobierno va creciendo, como muestran las últimas encuestas públicas. Las reacciones presidenciales reflejan preocupación. Saben en Palacio Nacional desde agosto de 2020, cuando apareció el primer video de su hermano Pío recibiendo dinero en efectivo, que más de 15 grabaciones vendrían en camino, algunas de los cuales ya aparecieron en las redes.
El ataque a Loret del viernes pasado es un punto de inflexión, al desnudar irreversiblemente el verdadero talante de López Obrador, y porque sus enemigos reales pudieron apreciar por cuál herida sangra a borbotones: la sospecha de conflicto de interés y corrupción en la casa presidencial, que desmonta todo lo que dice ser. Dispararle al mensajero fue un error estratégico. Loret, como otros, ha hecho investigaciones periodísticas que modificaron el rumbo del país, como haber allanado el camino a la Presidencia a López Obrador.
Pero por lo que estamos viendo, hay grupos agazapados, bien financiados y con inteligencia, que hacen lo que se conoce como opossition research, una táctica utilizada en la política estadounidense desde hace casi medio siglo, mediante la cual un equipo político busca las inconsistencias de sus adversarios, sus errores más grandes, sus indiscreciones y todo aquello que subraye las debilidades de los rivales, para ser usado en su contra.
Probablemente los videos y las imágenes comprometedoras de la familia del Presidente vienen, en buena medida, de ese tipo de grupos, y no pararán. Un ejemplo de ello es el propio episodio de la ‘casa gris’. Al difundirse la investigación también apareció un video del hijo menor del Presidente bailando en la alberca de la casa. En Palacio Nacional no repararon que provienen de dos fuentes distintas. Uno es el que difundió Loret, ¿y el otro? Fue realizado por alguien muy cercano, en un teléfono, pero, ¿cómo brincó al público? ¿Lo encontraron pescando en las redes sociales donde cohabita el hijo del Presidente? ¿Fue extraído por otra vía? Si los golpes le duelen cada vez más, el camino está iluminado para quienes quieren descarrilar a López Obrador.
Mostrar tanta debilidad, sólo permite ver que de ahora en adelante el Presidente dedicará más tiempo a defenderse y salvar su reputación y la de su familia más cercana, que a gobernar. No pudo separar las cosas y lo privado absorbió lo público. Tenemos un Presidente que no gobierna, que no puede administrar las adversidades personales, y las que por ley tiene que cumplir como jefe del Ejecutivo, las tiene abandonadas. Ha perdido el control y no sabe cómo recuperarlo. Dar golpes sobre la mesa y aplastar al mensajero no es solución, es disolución. Su sexenio se acabó y sólo podrá rescatarlo si invirtiera las prioridades.
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