Quién lo iba a pensar. Donald Trump, a quien el presidente Andrés Manuel López Obrador ve fraternalmente y ha puesto la cara por él hasta la ignominia, lo maltrató de una manera miserable el sábado pasado durante un mitin electoral en Ohio. Trump fue a respaldar a un candidato republicano al Senado y habló de muchas cosas en el evento, regodeándose burlonamente sobre cómo impuso al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, el envío de 28 mil soldados a la frontera sur de México para contener la migración. La forma como lo explicó mostró una gran elasticidad de Ebrard y de su jefe López Obrador, para doblarse ante Trump. Los dos reaccionaron sin atajar el señalamiento de fondo: lo fácil que fue hacer que cumplieran lo que quería.
Trump dijo que le exigió a Ebrard el programa Permanecer en México y el envío de soldados a la frontera con Guatemala. De no cumplir con ello, le advirtió, impondría aranceles a productos mexicanos. No se sabe si el canciller, que habló con Trump en la Casa Blanca, consultó con el presidente López Obrador la decisión a tomar, pero el resultado, como lo describió Trump, es que “nunca (había) visto a nadie doblarse así”. Ayer, siguieron doblados el Presidente y su canciller.
Pudieron desmentirlo en la mañanera, pero se fueron por las ramas. López Obrador dijo, pese al tamaño del insulto, que se entendió con Trump cuando era presidente y que fue bueno para las dos naciones. Hasta en la humillación es condescendiente con Trump. López Obrador justificó sus dichos por el contexto electoral que se vive, aceptando con el silencio el trato indigno que recibió. La reacción de Ebrard fue todavía peor. Sin atacar el fondo de las palabras de Trump, que lo muestran como un pelele, dijo que López Obrador era un patriota y que había mostrado entereza en los “momentos críticos” de la negociación con el entonces jefe de la Casa Blanca, aunque no se refería al episodio de las amenazas por la migración, sino la del acuerdo comercial de América del Norte.
Los dos se quedaron sin espacio de maniobra y en entredicho, al ubicarlos en el mitin que convocó López Obrador en Tijuana el 8 de junio, un día después de la reunión de Ebrard con Trump, que proponía un acto de unidad en defensa de la dignidad de México y a favor de “la sagrada amistad con el pueblo de Estados Unidos”. Ebrard voló de Washington a Tijuana para sumarse al evento y declarar a pulmón abierto, que México había evitado la imposición de aranceles, con su “dignidad intacta”. Hoy sabemos, porque no lo desmintió ni el canciller ni el Presidente, que ellos miden la dignidad muy distinto a como la miden muchos mexicanos.
Lo que negociaron con Trump a cambio de cancelar su amenaza de represalias comerciales, fue enviar al Ejército –aunque nunca se llegó a 28 mil soldados– a frenar a la migración centroamericana en la frontera sur, el viejo sueño de Estados Unidos de correr su frontera estratégica del río Bravo a Guatemala, una exigencia que siempre rechazaron los gobiernos mexicanos, sin distinción de filiación o sistema político. Pero además aceptaron, en un cambio radical a la política de asilo mexicana, que los centroamericanos que pidieran asilo a Estados Unidos, no lo hicieran en su territorio, sino en tierras mexicanas.
La declaración de Trump los desnudó y descolocó. Quedó muy claro ayer en la mañanera, donde el presidente López Obrador luchó para tratar de salir del pozo en el que lo arrojó Trump, bateando las preguntas específicas de la prensa. Como botones de muestra:
-¿Le faltó al respeto Donald Trump con estas declaraciones? ¿Se excedió?
-No, no, no. Él es así, y hay que ver las circunstancias.
-¿Fue falso lo que dijo?
-No voy a polemizar sobre eso. En mi libro cuento cómo fue la relación.
De ahí, como suele suceder cada vez que quiere evadir un punto delicado, conflictivo o busca desviar hacia un tema que le interese, comenzó a divagar y hablar de cosas inconexas. Ayer, sobre las reacciones a la muerte de la palma en Paseo de la Reforma, de Enrique Krauze y las imputaciones insustanciales que le hace reiteradamente. Tampoco faltó el periodista Carlos Loret, donde el Presidente apuró para tratar de cambiar el curso de la conversación, para dar a conocer su departamento en Polanco. Es decir, nada sustancial ni relevante para tan grave acusación.
El 3 de junio de 2019, tras el amago de Trump de imponer aranceles como represalia por el flujo migratorio sin control, se escribió en este espacio: “En 72 horas, el presidente Andrés Manuel López Obrador dio muestras de un manejo de crisis totalmente inapropiado ante la amenaza del presidente Donald Trump, de imponer cinco por ciento de aranceles, que irían escalando en represalia por las insuficientes acciones para frenar a la migración centroamericana”.
“El Presidente fue de una posición enérgica a una serie de equivocaciones tácticas, falta de estrategia, situaciones embarazosas para su secretario de Relaciones Exteriores, y afirmaciones donde mostró un giro de su actitud soberana, para caminar hacia la capitulación. Después de esos tres días erráticos y confusión política, el Presidente continuó enredándose en declaraciones y Trump, escalando el costo político para el gobierno mexicano. El resultado de las pláticas esta semana en Washington no pinta bien para el gobierno lopezobradorista”.
Al terminar esa semana, la narrativa en Tijuana fue la de una batalla épica en la Casa Blanca, donde negociaron con talento ante Trump y evitaron los aranceles. Casi tres años después, uno de los protagonistas, Trump, contó su versión de la historia, que está en las antípodas del heroísmo planteado por Ebrard. Trump miente, pero ni el Presidente ni el canciller lo enfrentaron. Al contrario. El silencio ante lo que dijo el sábado en Ohio convierte un dicho en verdad, y una acción en realidad. López Obrador capituló y ante Trump, sigue de rodillas.
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