Estrictamente Personal

El vaquero Ken

Salazar ha tenido más reveses que aciertos en sus primeros nueve meses como embajador, lo que ha renovado la especulación en Washington sobre una pronta salida.

Ken Salazar llegó a México como embajador de Estados Unidos como una bocanada de aire fresco. Remplazaba a Christopher Landau, que se había dedicado a la frivolidad pública, tomándose selfies en viajes turísticos y culinarios, pero fracasando en el tema más delicado de su paso por México, la investigación y captura del general Salvador Cienfuegos, que no supo cómo manejar. Salazar parecía ser todo lo contrario, pero más pronto que Landau, decepcionó.

Salazar tenía una gran carrera, como abogado, fiscal en su natal Colorado, cabildero en Washington, secretario del Interior en la administración Obama y nombrado jefe del equipo de transición de Hillary Clinton, si llegaba a la Casa Blanca en 2016. Cuatro años después, cuando Joe Biden derrotó a Donald Trump, vio en Salazar una gran opción para México, por su experiencia política, judicial y legislativa. Empero, en poco tiempo, ya se había metido en problemas.

Presentó sus cartas credenciales al presidente Andrés Manuel López Obrador el 14 de septiembre pasado, y tres meses después, en diciembre, estaba en medio de un serio problema con las empresas de energía estadounidenses, cuando varios de sus representantes le pidieron al secretario de Estado, Antony Blinken, que lo remplazara porque, decían, no estaba defendiendo los intereses de su país. Gestiones al margen del embajador allanaron la interlocución de las empresas con el gobierno, y la presión se redujo.

Salazar, sin embargo, siguió emproblemado. En febrero, en el contexto de la reforma eléctrica, declaró que López Obrador tenía razón en hacer cambios “para lo mejor del pueblo”, lo que le generó críticas ante las violaciones en las que incurría dentro del acuerdo comercial norteamericano, aunque recibió calor y agradecimiento mañanero del Presidente, que le agradeció su espaldarazo.

Para evitar una confusión de López Obrador, viajó dos veces el representante especial para el cambio climático, John Kerry, a precisar al Presidente la posición de Estados Unidos, que no era la que el embajador le transmitía. Pero más tardaba Kerry en regresar a Washington, que López Obrador, tras hablar con Salazar, en insistir en la reforma y negar violaciones a la ley. Por alguna razón, López Obrador tenía la idea de que, con Salazar de mancuerna con él, la relación con Biden caminaría sólida.

En Washington, mientras tanto, había una batalla entre dos bandos. Por un lado, Blinken y el consejero de Seguridad Nacional para América Latina y el Caribe, Juan González, y por el otro, el procurador general, Merrick Garland, el FBI, la DEA y la representante comercial, Katherine Tai. Garland y las agencias pedían una posición dura contra el gobierno de López Obrador por sus acciones en materia de seguridad y cooperación bilateral, mientras Tai quería presentar demandas por violaciones al tratado comercial. Sin embargo, la instrucción fue que querían cuidar al máximo la relación con López Obrador, conocedores, por los informes de inteligencia, de lo temperamental y explosivo de su comportamiento.

López Obrador, que no tiene filtros, acusó reiteradamente al gobierno de Estados Unidos de intervencionista porque la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) donaba una pequeña cantidad de recursos a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Hubo varios extrañamientos por esos ataques, pero no frenaron a López Obrador. Salazar tampoco podía contenerlo.

Las declaraciones de López Obrador eran temerarias y mentirosas, y llevaron a Salazar a una encrucijada, cuando comunicó al canciller Marcelo Ebrard –revelaron fuentes de alto nivel– que su gobierno no respondería los señalamientos del Presidente, como cuando se quejó de falta de apoyo de Washington a los programas Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro, que quería llevar a Centroamérica, cuando en realidad nunca se acordó ese tipo de compromiso, que sólo estaba en la cabeza del inquilino de Palacio Nacional.

Poco después, López Obrador inició su campaña para boicotear la Cumbre de las Américas, con una fuerte crítica al “bloqueo” a Cuba, lo que motivó un nuevo extrañamiento al gobierno mexicano. La posibilidad del boicot preocupó a Washington, y le encargaron a Salazar, el único interlocutor que tiene López Obrador, que lo persuadiera y que asistiera a Los Ángeles. Pero el Presidente endureció su posición y Salazar, que presume una cercana amistad con López Obrador, cayó en su propia trampa.

Aunque hace más de 10 días notificó a Ebrard que la Casa Blanca no respondería a López Obrador su demanda de hacer pública la lista de invitados a la Cumbre de las Américas, Salazar le dio a Biden la expectativa de que asistiría, como lo reveló el lunes en una entrevista con Ariel Moutsatsos, corresponsal de Televisa y Foro TV. Salazar, que a veces parece que cree que tiene bien decodificado a López Obrador, volvió a fallar. Públicamente reconoció haber engañado, involuntariamente, al presidente Biden y, de paso, provocó un desorden en la organización de la cumbre, donde la Casa Blanca tuvo que ir improvisando por las mentiras inopinadas de su embajador.

Salazar ha tenido más reveses que aciertos en sus primeros nueve meses como embajador, lo que ha renovado la especulación en Washington sobre una pronta salida. Eso realmente es difícil de saber, aunque en los últimos días aquella posición de no tocar a López Obrador ni con el tono de una frase, ha cambiado. Biden lo enfrió, Blinken también, lo degradaron en cuanto a interlocución, y los militares han estado hablando del control del narcotráfico sobre franjas de territorio nacional, mientras las agencias policiales dicen que la cooperación en materia de seguridad está congelada.

Biden invitó a López Obrador a la Casa Blanca en julio, el mismo día en que Tai introdujo la cuarta demanda laboral a México, pero las señales que ha enviado Washington a Palacio Nacional son de disgusto. Públicamente están tratando de mostrar que no está dañada la relación, pero en la práctica es todo lo contrario. Salazar, que debía haberlo evitado, la aceleró por pensar que podía con López Obrador y resultó que el Presidente se lo comió. Pobre vaquero, que está quedando mal en los dos países.

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