Estrictamente Personal

No me ayudes, compadre

El embajador Ken Salazar, de quien se esperaba todo, menos que fuera ingenuo, juega en la cancha del presidente López Obrador.

Ken Salazar está metido en problemas en Washington. Ya se socializó dentro y fuera del gobierno de Estados Unidos que quizá fue demasiado lejos en su relación cálida y consecuente con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y que probablemente ya no defiende los intereses de su país, sino los del hombre en Palacio Nacional, a quien considera su amigo. López Obrador no es amigo de Salazar, aunque así lo dice, pero lo utiliza, manipula y lo tiene en su bolsa. El embajador, de quien se esperaba todo, menos que fuera ingenuo, juega en la cancha del Presidente.

En este espacio se ventilaron hace un mes las molestias sobre Salazar que tenían en Estados Unidos, en el sector empresarial –que pidió incluso en diciembre su destitución– y dentro de su propio gobierno. Por razones estratégicas –la ayuda mexicana para frenar la migración–, la Casa Blanca y el Departamento de Estado frenaron la metralla contra el embajador. Sin embargo, todo indica que la molestia se ha incrementado por falta de resultados.

Un despacho en The New York Times, publicado ayer a cuatro columnas en su primera plana, dijo que aunque mantener la cooperación migratoria con México implicaba evitar conflictos con “un líder mexicano volátil”, al interior del gobierno hay una preocupación creciente de que, en el proceso de acercamiento, “el embajador haya arriesgado los intereses estadounidenses”.

Ése era el reclamo de las empresas energéticas en diciembre pasado al secretario de Estado, Antony Blinken, y la frustración de funcionarios en la Oficina de la Representante Comercial de la Casa Blanca, por lo que consideraban violaciones al Acuerdo Comercial de América del Norte. Frenarlos no tuvo los resultados esperados. La Cumbre de las Américas, donde Salazar le dio esperanzas al presidente Joe Biden de que López Obrador asistiría, fue otro punto negativo para el embajador. Su silencio ante los crímenes de periodistas, en contradicción con la postura de Blinken, uno adicional.

“Al interior del gobierno estadounidense -reportó The New York Times- algunos cuestionan si el enfoque blando de la actual gestión de verdad funciona o más bien envalentona a López Obrador, mientras desafía la influencia estadounidense y socava las salvaguardas de la democracia”. Visto desde México, se puede decir que envalentonó y empoderó a López Obrador. De manera reiterada ignoró los extrañamientos sobre declaraciones acerca de intervencionismo del Departamento de Estado, golpismo por parte de diplomáticos en la Embajada en México, o calificar de “genocida” el bloqueo comercial a Cuba. A López Obrador, utilizando sus metáforas, las quejas de Washington le hicieron lo que el viento a Juárez y Salazar no transmitió, claramente, lo que pedía su gobierno.

Las fobias de López Obrador se convirtieron en dudas de Salazar, como las sospechas de fraude que planteó sobre la elección presidencial de 2006 durante una reunión con el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova; el director de Relaciones Internacionales, Manuel Carrillo, y el consejero político de la embajada, Brian Naranjo, o que Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad tuviera una agenda política escondida. Las posiciones del diplomático son contrarias a la política de su gobierno, lo cual quedó exhibido en la información del diario neoyorquino. Por ejemplo, en contradicción clara con lo que piensa el embajador, Juan González, consejero de Seguridad Nacional para América Latina, dijo que seguirán el financiamiento a Mexicanos Contra la Corrupción, y que la línea del gobierno sobre las elecciones de 2006, que dieron como válidas, no se ha modificado. Salazar dijo que no sabía que existía esa línea.

La contradicción abierta lo confronta con uno de los funcionarios que lo estaban apoyando en Washington. Como se publicó en este espacio en junio, la batalla sobre cómo lidiar con México había abierto dos flancos. En uno estaban Blinken y González, y en el otro el procurador general, Merrick Garland, la representante comercial de la Casa Blanca, Katherine Tai, el FBI y la DEA. Garland y las agencias pedían una posición dura contra el gobierno de López Obrador por sus acciones en materia de seguridad y cooperación bilateral, mientras Tai quería presentar denuncias por violaciones al acuerdo comercial. Las instrucciones fueron que se contuvieran y que todos los temas mexicanos tenían que pasar por el filtro de Blinken.

El boicot a la Cumbre de las Américas cambió el estado de ánimo. Tai inició las denuncias por violaciones al acuerdo comercial y Blinken censuró duramente al gobierno de López Obrador por la violencia contra la prensa. En paralelo surgieron cartas y críticas de influyentes senadores contra López Obrador, quien respondió con insultos. No sería equivocado considerar que el Presidente rompió la liga de contención en Washington, dejándose llevar por su incontenible furia, su carencia de filtros y la creencia mantenida de que con Salazar, comiendo de su mano, tiene resuelta la relación con Biden.

No extraña que, tras la publicación este martes que expone las críticas contra él en Washington, fuera López Obrador, no el secretario de Estado o la Casa Blanca, quien saliera primero en su defensa. “Nuestro apoyo a Ken”, sentenció. Su apoyo, como siempre, fue superficial y lleno de clichés.

Como no le gustó que exhibieran a Salazar, dijo que los “conservadores reaccionarios” quieren tener un “halcón” de embajador, que estuviera preparando –así funciona su cabeza– un golpe de Estado como Henry Lane Wilson lo promovió contra Francisco I. Madero, ¡hace casi 110 años! Entre los sinsentidos que dijo señaló que, quizá, se enojó el diario porque habló a favor del controvertido Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, acusado por Estados Unidos de publicar información secreta y señalado en una investigación en el Congreso de haber sido usado por los rusos para difundir correos electrónicos de Hillary Clinton, ayudando a Donald Trump a ganarle la Presidencia.

Lo de siempre. Lo que queda, sin embargo, es la herida para Salazar, exhibido donde se toman las decisiones como un embajador que parece estar enfermo del síndrome de Estocolmo con López Obrador, y que a ojos de muchos en Washington se volvió disfuncional.

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