El presidente Andrés Manuel López Obrador le envió ayer –según anunció– una carta al presidente Joe Biden donde reafirma la soberanía energética mexicana, en defensa de su interpretación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, el TMEC, y como respuesta a las denuncias de haber violado compromisos adquiridos. Pero al mismo tiempo, en una bravuconada innecesaria, dijo, como si el horizonte fuera el retiro de México del acuerdo norteamericano, “¿qué haría Estados Unidos sin la fuerza de trabajo de los mexicanos?, ¿qué haría su industria sin las autopartes que se producen en México?”.
Para tener la lengua larga –de las mañaneras– se requiere tener la cola corta –fortaleza política y económica–, pues de otra forma sucederá lo que vivió con el presidente Donald Trump, cuando ante la amenaza de imponer aranceles en 2019 por la migración descontrolada, obligó a López Obrador a ser un muro contra los centroamericanos, y “se dobló”, como caracteriza Jared Kushner, yerno de Trump, en sus memorias de la Casa Blanca, libro que comenzará a venderse a finales de mes.
No ha habido ningún presidente mexicano que incorpore en su discurso cotidiano la soberanía y el nacionalismo, que utilice sistemáticamente enemigos externos para ocultar su falta de pericia y capacidades limitadas para comprender temas complejos, y con su profundo desdén sobre temas que no sean electorales, lo que lo ha llevado a ser ante la Casa Blanca, quizás, el Presidente más sumiso que se recuerde.
López Obrador grita muy fuerte desde Palacio Nacional y se achica en la Casa Blanca. Pudo haber sido diferente, de haber sido menos superficial en su toma de decisión, pero no lo fue. El acuerdo comercial fue firmado el 10 de diciembre de 2018, con las modificaciones solicitadas por los demócratas en materia laboral. Previamente, como presidente electo, pidió incorporar en el capítulo 8 un párrafo sobre la soberanía y la propiedad mexicana de todos los hidrocarburos en su territorio.
La incorporación de ese párrafo se dio tras un fuerte diferendo en la mesa de negociación con Jesús Seade, representante del presidente electo López Obrador a invitación del gobierno de Enrique Peña Nieto. El capítulo 8 establecía que México no podía modificar el sector energético para hacerlo más restrictivo que en otros acuerdos comerciales. Por instrucciones de López Obrador, Seade envió una carta al negociador en jefe de la Casa Blanca, Robert Lighthizer, quien estalló en las sesiones a puertas cerradas. “Are you fucking me?” (“¿Me quieres joder?”), le gritó Lighthizer a Seade. “A fucking letter is a letter, regardless how is written” (“una puta carta es una carta, sin importar cómo está escrita”). López Obrador planteaba reabrir toda la negociación, lo que, dijo Lighthizer, no era ni serio ni posible. Seade se quedó callado.
Más adelante, Seade dijo que el presidente electo quería incorporar en ese capítulo el reconocimiento de la soberanía mexicana de sus recursos naturales, a lo que nadie le vio problema, y Lighthizer aceptó de inmediato. El problema hoy es la interpretación del párrafo. López Obrador lo lee como si el capítulo 8 fuera algo aislado del tratado, y no con obligaciones transversales, como es su arquitectura. El Presidente lo sabía desde un principio, por lo que al final de la negociación –antes de las enmiendas–, en una conferencia de prensa en la embajada mexicana en Washington, Seade afirmó que la reforma energética no se revertiría. Nunca fue desmentido por el Presidente.
La carta a Biden, de acuerdo como lo esbozó López Obrador, desmonta sus compromisos de 2018 y reinterpreta el capítulo 8, anticipando un conflicto. El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, dice que existe una interpretación equivocada de quienes piensan que este diferendo comercial llevará a un pleito, pero esa pelea, sin embargo, no viene; ya está. En un editorial ayer del diario más influyente en la capital estadounidense, The Washington Post, se enumera cómo, pese a haber entrado en vigor el acuerdo el 1 de julio de 2020, López Obrador ha continuado presionando por un mayor control estatal sobre el sector energético. “El gobierno de Biden no tiene opción salvo hacerlo retroceder”, agregó. Es decir, echarle toda la caballería.
López Obrador está dispuesto a todo, como se adelantó en este espacio el lunes pasado, hasta que lo convenzan de lo contrario o, como ante Trump y Biden en materia de migración, recule. Por el momento, el Presidente está envalentonado, como sugiere la sorna con la que despectivamente habla de una economía de Estados Unidos sin mexicanos. Debería ser menos alegre con sus cálculos.
La fuerza laboral civil extranjera en ese país –que incluye refugiados, migrantes legales, estudiantes, trabajadores temporales e indocumentados– contempla 17.4 por ciento del total. Los hispanos, no sólo los mexicanos, comprenden casi la mitad de esa fuerza de trabajo. O sea, la estimación de López Obrador no produciría el impacto que cree.
Dejar de exportar autopartes sí afectaría la economía de Estados Unidos, pero tendría un efecto devastador en México. Casi un millón de personas trabajan en la industria automotriz, muchas de las cuales quedarían desempleadas de la noche a la mañana. Un informe del banco suizo UBS, dado a conocer esta semana, señala que si las consultas no llegan a un arreglo, que estima probable por “el componente ideológico” de López Obrador en la discusión, el mecanismo de resolución de disputas podría causarle a México aranceles en sectores más allá del energético, pero, peor aún, con el mayor costo potencial en la pérdida de oportunidades de inversión.
Eso realmente no le importa al Presidente. El Washington Post lo entiende bien. “López Obrador está disfrutando de su inyección de azúcar nacionalista, burlándose de Estados Unidos”, señaló en su editorial. “Esto fue especialmente inapropiado –y ominoso– en el contexto de otros recientes exabruptos, donde llamó ‘traidores’ a sus críticos internos. Al decir López Obrador ‘nos vemos en tribunales’, Estados Unidos debe defender sus propios intereses y, en sentido real, también los mejores intereses del pueblo mexicano”.
El choque de trenes avanza.