La designación de Leticia Ramírez al frente de la Secretaría de Educación Pública define con toda nitidez lo que tiene en la cabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador: no es la construcción de un país con desarrollo, sino el control político; no un gobierno que busque el progreso nacional, sino el poder por el poder mismo. La descripción puede no ser del todo novedosa, luego de tres años y medio de ver lo consistente que ha sido en esas líneas de acción, pero es totalmente un insulto a todos, y un desprecio por la nación, que el principal motor de avance, como es la educación, se subordine a su obsesión de mando.
López Obrador había prometido que nombraría a una mujer con conocimiento, lo que entendimos todos que se refería al entendimiento amplio y profundo del tema educativo. Lo que entregó este lunes como nueva secretaria de Educación no se apega a nada de ello. Haber egresado de la Escuela Nacional de Maestros y dado clases en primaria hasta 1984, no hace a Ramírez una conocedora, o experta, ni garantiza capacidad de gestión, dirección y liderazgo. No terminó la carrera de antropóloga social en la Escuela Nacional de Antropología, lo que no la define necesariamente como una mal estudiante, sino como una persona con inquietudes políticas que no encontraba desfogue en las aulas.
Ramírez, una mujer reconocida, por quienes la han tratado, como una buena persona, servicial y amable, no tiene credencial alguna en materia educativa. Trabajó en las campañas presidenciales de Cuauhtémoc Cárdenas de 1994 y 2000, tras lo cual se fue a trabajar con López Obrador en el gobierno de la Ciudad de México en el área de Atención Ciudadana. El cargo lo repitió en el siguiente gobierno capitalino, con Marcelo Ebrard, y transitó a la administración de Miguel Ángel Mancera como asesora de Tania Müller, secretaria del Medio Ambiente.
Sin credenciales académicas o experiencia, probablemente es la titular de Educación más débil que haya llegado al puesto. Entrará oficialmente esta semana como relevo de Delfina Gómez, que fue un desastre en la SEP y no pudo continuar con lo poco que había construido su antecesor, Esteban Moctezuma. Gómez, sin embargo, tenía otro ropaje político, como senadora y excandidata al gobierno del Estado de México, contra el de Ramírez, que de un puesto en la Presidencia nivel 6, saltó al nivel 2, que podría ser una especie de salto cuántico en la política.
Desde el punto de vista educativo, es un enorme brinco para atrás. La SEP ya estaba devaluada con Gómez, que tenía tan poco peso dentro del gabinete, que ni el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, ni el subsecretario de Egresos, Juan Pablo de Botton Falcón, la recibieron nunca pese a las citas que pedía regularmente para ver asuntos presupuestales. Ramírez dependerá sólo de una llamada del Presidente para que la atiendan, pero aun si esto se da, no va a entender de lo que le están hablando. Las finanzas y los presupuestos, como la educación, no son lo suyo.
Sus atributos son otros. ‘Lealtad’ es el activo moral que le adjudicó López Obrador, lo que es fundamental en este gobierno, donde la capacidad es irrelevante frente a la incondicionalidad. Pero hay otro que se inscribe entre lo único que le interesa realmente a López Obrador, que es el afinamiento de su máquina electoral para ganar elecciones. Ramírez es una pieza importante, al haber sido secretaria general de la Sección 9 del magisterio, que se encuentra en la Ciudad de México, donde el poder está dividido entre el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, que es la disidencia. Los maestros son piezas estratégicas clave en las elecciones, y pueden definirlas con el voto corporativo.
La idea es que, como Ramírez tiene buena relación con sindicato y coordinadora, será un buen puente en la negociación política con ambas. Si bien la nueva titular de la SEP está incapacitada para encabezarla, entra naturalmente en el andamiaje político-electoral para el control del país, donde uno de los principales estrategas del Presidente es su segundo hijo, Andrés López Beltrán, el más político de sus hermanos adultos, que hace años está involucrado en la operación electoral.
López Beltrán ha colocado funcionarios clave en diversos puestos de la administración, aunque el más importante, quizás, es precisamente el que recayó en De Botton Falcón, al ser quien determina cuánto y a dónde se dirige el presupuesto. El perfil de Ramírez encaja en esta maquinaria. Incluso, sin decirlo abiertamente, el Presidente habló de su paso como líder de la Sección 9 como una de las variables que le permitieron acceder al cargo.
Para quienes están en el sector educativo está claro que el objetivo del Presidente al designarla secretaria no es el mejoramiento del sector, ni resolver los retrocesos que se agudizaron durante la pandemia del coronavirus. Tampoco es algo nuevo en la lógica política lopezobradorista de pauperizar a la sociedad y destruir los pilares que lo impedirían, como es la educación.
Su nombramiento no gustó en absoluto, pero difícilmente alguna institución hará pública su posición. Hoy se reúne el consejo general de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, la más golpeada y abandonada por la SEP, pero no se espera una postura contra Ramírez. No mejorará la situación para ellas, ni para secundaria, o primaria incluso. Al Presidente sólo le interesan los votos y todo aquello que pueda acarrearlos, como los maestros y el programa de becas.
La decisión de nombrarla fue guardada con mucho hermetismo. Las cartas que se manejaron en la prensa fueron descartadas rápidamente. Se pensaba, en todos los ámbitos fuera del despacho presidencial, que sería alguien con experiencia en el sector educativo para el relevo, no que la designación tuviera un perfil político-electoral. El Presidente volvió a engañar con la verdad que grita todos los días, el control, el poder y las estrategias para 2024.