El presidente Andrés Manuel López Obrador entró en la recta final de su gobierno con la cara pintada de guerra y claramente definidas las tropas con las que va a pelear, para llevar a su candidata a sucederlo a Palacio Nacional y que concluya la transformación que comenzó. Su plan de acción es transparente, aunque no lo diga. Claudia Sheinbaum será la candidata a la Presidencia, salvo que suceda algo extraordinario durante los próximos 18 meses, y él será el jefe de campaña, de manera formal o informal. Detrás de él, listo para la campaña, está el sector duro del lopezobradorismo, porque la radicalización y la polarización son el eje de la estrategia para mantener el poder.
No hay nada de qué asombrarse porque no hay ninguna novedad. En el inicio de la última recta de su gobierno, la prioridad es la consolidación de su electorado base –alrededor de 15 millones de electores– y la atomización de la oposición. Sheinbaum no tiene la capacidad para poder cumplir con estas dos premisas para la victoria, por lo que la añeja dependencia de López Obrador se mantendrá y, ante los retos por delante, se profundizará. Los cómos son lo único que se tendrá que ir acomodando en función a la coyuntura y al rendimiento de la delfín.
Las condiciones que envolverán el desenlace final de la candidatura y los amarres que haga el Presidente para Sheinbaum dependerán de factores fuera del alcance de la escogida. La más importante tiene que ver con la variable económica. El Banco de México reportó el miércoles que el crecimiento económico para este año se mantendrá en el esperado 2.2 por ciento, pero ajustó a la baja la expectativa para el próximo, ubicándolo en 1.6 por ciento. Es decir, habrá una desaceleración importante que no habrá forma de revertir.
Las megaobras presidenciales están subiendo sus costos de manera constante, particularmente Dos Bocas y el Tren Maya, que están secando las finanzas públicas por los subsidios, y por la falta de inversión privada, disminución de la recaudación y los recortes en el gasto público. Los espacios de maniobra política se siguen reduciendo y no está claro de dónde va a salir el dinero para los programas sociales, indispensable para mantener aceitadas a las clientelas electorales.
La posibilidad de que el Presidente meta la mano en las reservas internacionales o las Afore no se ve probable. Tampoco que Sheinbaum crezca por sí sola como candidata. El éxito de la candidata en las urnas depende sólo de López Obrador, cuya fuerza radica en su popularidad. De acuerdo con la encuesta de aprobación mensual del Presidente que publicó ayer EL FINANCIERO, el respaldo se mantiene estable, con un sólido 54 por ciento. Este apoyo popular no ha sido afectado por la gestión de gobierno, donde los negativos siguen creciendo, y el Presidente parece estar vacunado contra sus propios errores.
López Obrador ha estado disparando obuses contra la oposición para dividirla y ponerla a pelear, buscando su atomización. La alianza Va por México ha dicho que el Presidente no logrará su propósito, pero tiene tiempo de sobra para insistir en la fractura de ese frente amplio opositor, que sólo tendría posibilidades de tener una candidatura competitiva si va unificada, como mostró la encuesta de Buendía y Márquez publicada esta semana, donde si fueran bajo una sola apuesta PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano, estarían en estos momentos en 35 por ciento de preferencia electoral, contra 49 por ciento de la coalición de Morena, PT y Verde.
Estos números se pueden mover en función de la situación económica que prevalezca dentro de un año y medio, pero también se alterarán cuando salgan los opositores a Sheinbaum. Ahí está la importancia estratégica de López Obrador para mantenerse, por esa vía interpósita, en el poder, y cuyo activismo tendrá que definirse en función del comportamiento de las variables.
López Obrador es una persona impredecible y de salidas extraordinarias a retos extraordinarios. Con él siempre hay que estar pensando bajo categorías diferentes a las conocidas. De esta manera, se puede plantear como hipótesis de trabajo que ante una candidatura presidencial que no prenda y enfrente condiciones sociales y económicas adversas, López Obrador podría dejar de ser un jefe de campaña informal y convertirse en uno formal, lo que lo llevaría a algo que hoy luce impensable, pero que algunos expertos en política electoral lo están considerando: que pida licencia para ir a dirigir la campaña de Sheinbaum.
López Obrador no ha estado a gusto con Sheinbaum en las últimas semanas porque piensa que los problemas que le han surgido, no los ha manejado adecuadamente, por lo que le ha enviado llamadas de atención. Sin embargo, en ningún momento ha dado señales de un cambio en la decisión para que lo suceda. De mantenerse su aprobación, la preferencia de voto por la coalición de gobierno y la eventual falta de una candidatura de oposición fuerte, los considerandos del Presidente serían de distinta índole.
El segundo escenario con el que ha coqueteado en las últimas semanas es caminar hacia una reforma electoral negociada con el PRI, para aprovechar una de las propuestas del tricolor que, sin que probablemente lo hubieran pensado así cuando la presentaron, se acomoda a los fines de López Obrador: la figura de la vicepresidencia, que competiría en fórmula con la candidatura presidencial y sería electa para el mismo término. Lo que tendría que lograr es, en una ley secundaria, que el recurso de la revocación de mandato fuera exclusivo para el jefe del Ejecutivo, no para la vicepresidencia.
López Obrador tiene ambos caminos para permanecer en el poder, sin estar en el poder. En el primer escenario, el Maximato sería el nombre del juego, y en el segundo, la amenaza permanente de que, si se desvía del proyecto de transformación, corregirá el camino con la destitución. Sheinbaum pertenece al núcleo duro del lopezobradorismo y es vista por éste como heredera legítima del Presidente. La guerra comenzó para ella, pero sobre todo, por López Obrador y su legado.