Quien piense que la relación del gobierno de México con el de Estados Unidos marcha por buen camino, no está viendo la realidad. Quien crea al presidente Andrés Manuel López Obrador que su relación con el presidente Joe Biden es buena, cálida y de respeto, es ingenuo. El que no haya gritos destemplados ni manotazos públicos sobre la mesa, no significa que la relación bilateral esté bien. Atraviesa por el peor momento del sexenio y podría equipararse a los puntos más álgidos en la relación de Miguel de la Madrid con Ronald Reagan por la guerra en Centroamérica, y de José López Portillo con James Carter por el gas natural.
Pero, a diferencia de aquellas experiencias, donde la problemática se dio en un sólo plano, en la coyuntura actual López Obrador ha abierto tres frentes, fuentes de conflicto, con Biden:
1.- El relevo en la Secretaría de Economía. El Presidente sustituyó a Tatiana Clouthier con Raquel Buenrostro, que saltó de la Oficialía Mayor de Hacienda, donde realizó recortes presupuestales para dotar de dinero a manos llenas los programas sociales-electorales, que produjo externalidades como la crisis de medicamentos, y de ahí al SAT, donde elevó la recaudación fiscal con apretones a los deudores y amenazas penales a grandes contribuyentes que se quejaban de cobros ilegales.
Clouthier hizo pública su renuncia el jueves pasado, sin dar mayores razones, pero ayer Enrique Galván, un columnista serio de La Jornada y cercano a López Obrador, narró que le preguntó cuál había sido la gota de agua que derramó su vaso. “No fue una gota, fue el chorro”, le respondió. “Ya no sumaba… Una jauría rodea al Presidente y no deja avanzar los proyectos. Le llevaban mentiras. Además, todos están metidos en la sucesión presidencial”.
La exsecretaria fue cáustica, pero se puede inferir que, dado que era la cabeza visible en la negociación con Estados Unidos y Canadá, que acusan violaciones al acuerdo comercial en el sector energético, los dardos iban dirigidos a la secretaria de Energía, Rocío Nahle. Nahle y el director de la CFE, Manuel Bartlett, han dicho que la ley eléctrica, origen de la queja, no viola el acuerdo, lo que, como señaló Clouthier, es mentira.
Clouthier entendía que México no saldría bien librado de esta demanda, y buscaba ganar tiempo. Sus logros fueron relativos, pero tener una posición discrepante debió ser crecientemente incómodo. López Obrador la remplazó no con quien más sabe del tema, la subsecretaria Luz María de la Mora, que lleva la negociación, sino con Buenrostro. El mensaje es claro: la mano dura del halcón en el gabinete económico, para hacer frente a los negociadores norteamericanos. Qué equivocado está el Presidente si piensa que tendrá éxito. La negociación es técnica, no política, y las amenazas de investigaciones de la Fiscalía General, que tan bien le funcionaron cuando reclamaron los empresarios sus abusos, no tienen extraterritorialidad.
2.- La molestia con el embajador Ken Salazar. Desde que el embajador de Estados Unidos en México se dio cuenta de que sus bonos en Washington los había agotado por su cercanía al Presidente mexicano, a quien en más de una vez le sirvió de vocero oficioso, ha estado tratando de mostrar a sus jefes que los intereses de Estados Unidos están por encima de los mexicanos. Pero el embajador cruzó la raya una vez más, aunque en sentido contrario al que nos había acostumbrado, al acordar un convenio de cooperación en materia de seguridad entre la DEA y el FBI y el gobernador de Zacatecas, David Monreal.
El Presidente lo acusó de injerencista y de haber violado la Constitución. Tiene razón. No obstante, hay una lectura secundaria, la desesperación de Washington con López Obrador por no estar haciendo nada, salvo el caldo gordo, a los cárteles de la droga, que han aumentado sus exportaciones de fentanilo a Estados Unidos, principalmente por el cártel más tolerado en Palacio Nacional, el de Sinaloa. Salazar se congratuló en Zacatecas de que Monreal haya acudido a Estados Unidos, lamentando que otros gobernadores no lo hicieran, en una de las declaraciones más intervencionistas que se recuerdan de un embajador.
Si Salazar es una paloma en el gobierno de Biden, es posible conjeturar sobre la percepción en Washington de lo que sucede en México. Este jueves se realizará en la capital estadounidense una reunión entre los gabinetes de seguridad, y veremos si López Obrador es congruente y México hace un extrañamiento por lo que hizo Salazar o, como pedirán la Casa Blanca, la DEA y el Pentágono, vuelve a dar pasos para atrás y les concede lo que pidan: aumentar el combate al fentanilo.
3.- La relación con Vladímir Putin. El presidente López Obrador se quejó ayer, en el contexto del debate sobre el acuerdo espacial con Rusia, cuyo alcance escondió por más de un año su gobierno, que quieren meter a México en la geopolítica del conflicto por Ucrania. Pero fue el propio López Obrador quien se metió en él al no condenar rápido y explícitamente la invasión rusa y proponer una tregua de cinco años al conflicto, donde reconocía tácitamente la ocupación de casi 50 por ciento del territorio ucraniano.
López Obrador tiene una debilidad con Putin. El año pasado lo invitó a México y quería que copresidiera el desfile del bicentenario de la Independencia. El discurso que dice neutral en el caso de la guerra en Ucrania siempre cae del lado de Moscú al criticar a la OTAN y, por ende, a Estados Unidos y Europa, de alimentar el conflicto en beneficio de su complejo militar-industrial.
En Washington han tomado nota de las acciones e inacciones de su socio comercial, así también de sus silencios, como el de ayer, donde no dijo nada sobre el ataque masivo ruso a población civil en 10 ciudades ucranianas, mientras la Cancillería presentó una nueva demanda en Arizona contra distribuidores y traficantes de armas a México. México optó por el eje ruso de América Latina, hasta que demuestre en los hechos, aquí y allá, lo contrario.
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