Estrictamente Personal

La cumbre de los sordos

Las ideas de López Obrador están planteadas en el contexto de un mundo que existió hace más de tres décadas, por lo que se desaprovechará la oportunidad que ofrece la cumbre.

La agenda de los líderes de América del Norte ha cambiado muy poco desde la última vez que los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se reunieron en Washington en noviembre de 2021: fortalecer la competitividad en la región, cambio climático, una migración regulada, mejor salud y fortalecimiento de la seguridad. Lo que sí se ha modificado es la actitud contenciosa de López Obrador y la creciente separación de visión estratégica con sus contrapartes. Esto difícilmente va a cambiar, pese a los buenos deseos que, como hace dos años, se expresen en los comunicados conjuntos.

Las ideas que Biden y Trudeau lleven a la mesa de discusión trilateral de este martes chocarán con las posiciones de López Obrador, muchas de ellas planteadas en el contexto de un mundo que existió hace más de tres décadas, lo que provocará, para los intereses mexicanos, un despilfarro ante la oportunidad que ofrece esta cumbre. López Obrador no piensa en términos norteamericanos, aunque México está injerto en el aparato productivo de Estados Unidos, y se siente vocero de América Latina, de donde se desprendió a principios de los 90.

López Obrador llevará a la mesa la propuesta de que el acuerdo norteamericano se convierta en panamericano, que pudiera ser el primer paso para construir un ente similar a lo que es la Unión Europea. No está en el interés de sus pares. Sin incluir el tratado con México y Canadá, Estados Unidos tiene sólo 10 acuerdos comerciales con América Latina, mientras que Canadá, excluyendo el norteamericano, tiene seis. En ambos casos, los intercambios comerciales de estas dos naciones con Latinoamérica son casi insignificantes.

La idea de López Obrador es que Biden imite al presidente John F. Kennedy y lance su equivalente a la Alianza para el Progreso, ideada en 1961 para contener la influencia de Cuba en la región que, en términos económicos y de desarrollo, fue un fracaso. El presidente mexicano, que tiene una visión idílica y limitada de lo que fue aquel plan, piensa –y así lo dirá– que en el camino para la unificación de las economías, Biden y Trudeau lo respalden para que el modelo de desarrollo del continente sea sobre la base de la teoría de la sustitución de las importaciones, pero si lo primero era una utopía, éste es un sinsentido. Desde finales de los 60, el desarrollo de las naciones cambió de la sustitución de importaciones a la industrialización.

Este giro estratégico en las economías del mundo llevó paralelamente al libre mercado, que en el continente ha sido amenazado por el proteccionismo de Estados Unidos, sin importar que el presidente sea demócrata o republicano. A López Obrador no le gusta el libre mercado, porque lo reduce a una aberración de gobiernos “neoliberales” –sería más preciso llamarlos tecnócratas–, aunque una de sus expresiones estratégicas sería el acuerdo comercial norteamericano.

López Obrador está a favor de él, y así lo ha señalado, pero también es reacio a ajustarse a las reglas legales que ello significa. Las disputas comerciales con sus socios tienen mucho que ver con esa postura. De las 17 disputas en el acuerdo norteamericano, Estados Unidos ha presentado nueve contra México y dos contra Canadá. Las más sobresalientes son las quejas de Estados Unidos y Canadá contra México por sus políticas energéticas, la de Estados Unidos contra México por sus restricciones al maíz transgénico –donde Washington está considerando presentar una controversia– y las de México y Canadá contra Estados Unidos por su interpretación de las reglas de origen en la industria automotriz, donde ya existe un fallo contra Washington, que será apelado esta semana.

El tema energético se encuentra en un impasse. A mediados de diciembre terminó el periodo de consultas para una mediación, sin que se alcanzara, pero Estados Unidos y Canadá, por razones desconocidas, no pidieron la instalación de un panel para dirimir la controversia que, de acuerdo con los expertos, la ganarían. Parecería que habrían esperado la cumbre de hoy para hablarlo directamente con López Obrador, como lo anticipó Trudeau el viernes en una entrevista con Reuters. “Tanto el presidente Biden como yo vamos a ser bastante claros con el presidente López Obrador que (esto) necesita ser entendido como una forma de ayudar al desarrollo de México, para atraer inversiones de empresas en Canadá y Estados Unidos”, declaró.

Hasta ahora, han chocado frontalmente contra la pared de López Obrador, cuyo gobierno no ha dado señales de dar marcha atrás en absoluto. Las políticas energéticas del Presidente mexicano son contrarias al cambio climático, un tema que enfatizan sus socios comerciales y que estará en la agenda de discusión.

De la misma manera, son clave para el futuro de las cadenas de suministro, que también estará en las conversaciones bilaterales y trilaterales, para garantizar el nearshoring, el proceso de deslocalización para trasladar las operaciones comerciales a un país cercano, acelerado por la pandemia del coronavirus. La deslocalización de empresas en China ha beneficiado a México, donde las prioridades estadounidenses están en la producción de vehículos eléctricos, que choca, sin embargo, con la política energética mexicana.

Si se mantienen las posiciones, hoy habrá un diálogo de sordos, y los compromisos que se darán a conocer esta noche, negociados por los cancilleres Mélanie Joly, de Canadá; Antony Blinken, de Estados Unidos, y Marcelo Ebrard, de México, difícilmente serán respetados por López Obrador, como ha sucedido en el pasado, por una visión radicalmente opuesta a la que tienen Biden y Trudeau.

Precisamente, no sobre temas de la relación bilateral, sino sobre cómo ven al mundo y qué pasa por sus cabezas, hablaron López Obrador y Biden durante el trayecto del Aeropuerto Felipe Ángeles al hotel donde se hospeda el invitado el domingo por la noche, informó Jake Sullivan, el consejero nacional de seguridad de la Casa Blanca, durante un briefing. “Creo que a los dos les quedó muy claro”, agregó. ¿A qué se refería? Ya lo veremos hoy.

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