Tras dos días de testimonio de Sergio Villarreal Barragán, el Grande, sicario del Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva, en contra del exsecretario de Seguridad, Genaro García Luna, aquí se publicó que si los fiscales querían lograr una sentencia condenatoria en la Corte del Distrito Este en Brooklyn, tendrían que presentar testigos más sólidos y pruebas que soportaran sus afirmaciones, porque, de seguir presentando declarantes de oídas, nadie podrá decirse sorprendido si sus acusaciones colapsaban. Al final, su estrategia funcionó y, ayer, el jurado lo encontró culpable de las cinco acusaciones que le formularon.
Bastaron menos de tres días de deliberaciones del jurado, después de un juicio que fue exprés, donde los fiscales trabajaron bajo la doctrina legal vigente en los tribunales estadounidenses llamada la teoría del mosaico, mediante la cual llevaron a una docena de criminales, capturados muchos de ellos por García Luna, para que fueran repitiendo lo mismo, que recibía dinero del Cártel de Sinaloa, desde distintos ángulos y trincheras –algunos de ellos eran incluso enemigos–, y al final se armara todo el rompecabezas con las pequeñas piezas que aportaron. La estrategia de la defensa de atacar la credibilidad de los testigos fue insuficiente.
A finales de junio se conocerá la sentencia de García Luna, aunque los parámetros iniciales establecen de 20 años de cárcel a cadena perpetua, que purgará quien fuera poderoso secretario de Seguridad y eje de la estrategia de la guerra contra las drogas, que le generó muchas animadversiones y enemigos que terminaron acabando con su carrera y fama pública. La DEA, con cuyos segundos mandos en México chocó permanentemente, le cobró la factura; el Cártel de Sinaloa, también.
Indirectamente también es una fuerte crítica a los servicios de inteligencia y policiales estadounidenses, con quienes García Luna trabajó durante tres décadas, desde que estaba en el Cisen. Durante todo ese tiempo García Luna tuvo una doble certificación, exigida por los servicios estadounidenses para que pudieran compartir la información más sensible y secreta en el combate a criminales. Al concluir su carrera en el servicio público, el principal socio que tuvo en la consultoría privada GLAC fue José Rodríguez, que fue jefe de la CIA en México hasta septiembre de 2001, cuando lo llamaron de urgencia a Langley, horas después del ataque terrorista de Al Qaeda, y le encargaron la cacería de Osama bin-Laden, que su equipo finalmente atrapó.
El veredicto en Brooklyn contra él también es uno de culpabilidad de los servicios y agencias estadounidenses. ¿Cómo fue posible que durante 30 años no detectaran que estaba vinculado al Cártel de Sinaloa? ¿Cómo fue que lo premiaron, lo reconocieron y le permitieron convivir con las más altas personalidades del gobierno de Estados Unidos? ¿Cómo se le escapó también al Mossad, que entrenó y capacitó a varios en su equipo más cercano, algunos de los cuales también fueron mencionados en el juicio? ¿Cómo fue que, ya fuera del gobierno, el Departamento de Estado lo contrató para diseñar un modelo policial en América Latina? ¿Cómo fue el principal beneficiario de la tecnología para la inteligencia criminal dentro de la Iniciativa Mérida?
La DEA y la fiscalía lograron la reivindicación en los casos de alto impacto sobre México con el veredicto contra García Luna. Cometieron serios errores en la captura del general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa, que tuvieron que enviar de regreso a México, por presión del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, acompañándolo con una disculpa. El segundo les salió positivo, utilizando las mismas técnicas: testigos protegidos y cooperantes, sin evidencia alguna, pero con capacidad de persuasión, llegado el juicio, para convencer a un jurado.
El veredicto es oxígeno para López Obrador como no se lo podía haber dado todo el Amazonas. Ayer mismo reiteró que demandaría por daño moral en Estados Unidos al abogado de García Luna, César de Castro, por haber preguntado –a partir de una declaración jurada de 2012 de Reynaldo el Rey Zambada– si le había dado 7 millones de dólares a un intermediario del hoy Presidente, para una campaña contra Vicente Fox. También dijo que esperaría la decisión del jurado para analizar si procedería abrir causas penales contra el expresidente Felipe Calderón en México.
García Luna no recuperará la libertad en quién sabe cuántos años, pero ni con su sentencia ni con el resultado de la demanda civil que el gobierno mexicano interpuso en una corte de Florida para recuperar más de 700 millones de dólares que, acusa, obtuvo de corruptelas, se van a acabar los juicios que nos impacten, hoy intangibles, pero que la teoría del mosaico puso los cimientos para el futuro, si llegara a ser necesario. Como se apuntó aquí hace ocho días, del desfile de testigos de la fiscalía se podría hacer un corte de caja y argumentar que García Luna era un símbolo de lo que debían estar percibiendo en el juzgado de Brooklyn: México es un Estado deshonesto que está podrido.
No se necesitaba conocer el veredicto contra García Luna para entender que, ante los ojos de los estadounidenses –particularmente en Washington, y en especial en el Capitolio–, la colusión entre autoridades y cárteles de la droga hace de México, hoy, una nación infiltrada y controlada por criminales. En escasas dos semanas, la fiscalía y los testigos que le proporcionó la DEA construyeron esa idea sobre México, les guste o no a quienes consideran que en el banquillo de los acusados en Brooklyn sólo estuvo el exsecretario.
El veredicto de culpabilidad debería de sacudir a todos. En Estados Unidos, porque deberían de rendir cuentas todos aquellos que no sabían quién era García Luna hasta que la DEA se los mostró. En México, porque, más allá del veredicto, la fiscalía probó que puede utilizar a criminales que detuvo y extraditó el gobierno en el cual trabajó el exsecretario, si son funcionales a los intereses del Departamento de Justicia y la DEA. El veredicto es un mensaje que trasciende a la corte y a García Luna.
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