Estrictamente Personal

El zalamero

La carrera por la sucesión presidencial está haciendo cometer desfiguros lamentables a Marcelo Ebrard, considerado por muchos como el miembro del gabinete más sofisticado.

Las relaciones bilaterales de México y Estados Unidos se han tensado fuertemente en los tres últimos días. Las relaciones con Perú están en el umbral de suspenderse o romperse. La prensa más influyente en el mundo está criticando el carácter autoritario del presidente Andrés Manuel López Obrador. Uno de los programas de revista que ven más de 2 millones de personas cada noche en la Unión Americana se mofó cruelmente del Presidente este lunes. Y quien debería estar buscando solución a la conflictividad diplomática que se vive o atajando la caricatura que se está haciendo de López Obrador en el mundo, se dedica mejor a la zalamería.

La carrera por la sucesión presidencial está haciendo cometer desfiguros lamentables a Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores y considerado por muchos –como quien esto escribe– como el miembro del gabinete más sofisticado. Ayer, con motivo del anuncio anticipado de que la empresa Tesla hará una muy importante inversión en México, escribió en Twitter: “Felicito al presidente López Obrador por la exitosa negociación con Tesla que garantiza gran inversión con cuidado del agua. Presencié su brillante y exitosa operación a favor de México”. Era innecesaria la zalamería, máxime cuando en el quedabién no atiende las cosas importantes.

La inversión de Tesla es una derrota política para el Presidente, no una victoria. La semana pasada vetó informalmente que la planta para fabricar autos eléctricos compactos, que representaría una inversión de más de 10 mil millones de dólares, se construyera en Santa Catarina, un municipio conurbado de Monterrey, por falta de agua, y ayer, 24 horas después de hablar en videoconferencia con Elon Musk, presidente de la empresa, reculó. López Obrador no logró que la nueva armadora se instalara en las inmediaciones del Aeropuerto Felipe Ángeles, o que se construyera en el sur del país.

Qué habló con Musk es un secreto. “Brillante” y “exitosa” operación a favor de México, como lo describió Ebrard, es un exceso retórico y una mentira. Para Musk, era Monterrey o nada, y le urgía una definición para anunciarlo hoy en el Día del Inversionista en Austin. El Presidente no negoció nada, sino que lo hicieron durante 14 meses sus colaboradores con el director de Políticas Públicas de Tesla, Rohan Patel, viejo conocido del equipo de Ebrard, al haber sido consejero del presidente Barack Obama en cambio climático.

Entretanto, ¿qué dejó de hacer el canciller?

1.- No expresó un extrañamiento al Departamento de Estado por tres declaraciones en dos días en apoyo al Instituto Nacional Electoral, cuya independencia apoya a “una democracia saludable”, y oponerse, por consiguiente, al plan B de López Obrador. El Presidente afirmó ayer que el Departamento de Estado se está inmiscuyendo en los asuntos internos de México, deslindando del pronunciamiento al presidente Joe Biden, como si la Cancillería estadounidense se manejara de manera autónoma a la Casa Blanca.

2.- No inició un control de daños con el gobierno peruano después de que López Obrador tildó a la presidenta Dina Boluarte de “títere” y “pelele” de los intereses oligarcas nacionales e internacionales, que quieren los recursos minerales de esa nación. El gobierno peruano no ha respondido los improperios, pero el principal periódico de ese país, El Comercio, publicó un editorial donde señala: “López hablador: el presidente de México diserta sobre la democracia, pero la socava en su país”. Más insultante, el excanciller Luis González Posada lamentó que “los mexicanos tengan como presidente a un imbécil”.

3.- Hasta ahora, ha guardado mutis también sobre el programa de revista y sarcasmo The Late Show, donde el muy popular Stephen Colbert, en la cadena CBS, se burló de López Obrador por haber publicado una fotografía de un ingeniero del Tren Maya, aparentemente de un aluxe, que son seres místicos, no reales, de la cosmogonía maya. Colbert provocó las risas al ubicar la declaración del Presidente en el contexto de los seres místicos en la saga del Señor de los Anillos, sugiriendo que López Obrador había ingerido drogas alucinantes.

Ebrard no tenía en sus manos cómo frenar todo lo que ha salido, pero pudo operar de manera directa, o a través de las embajadas, una inconformidad, una carta de protesta (como habría sido el caso de la cadena CBS) o tender puentes de forma inmediata para evitar que un conflicto (como con Perú) escale más. No lo hizo, y tampoco se sabe que esté haciendo un trabajo con medios de comunicación internacionales, donde en los últimos días se ha caracterizado a López Obrador como un gobernante que está atacando la democracia, y al fijar la posición del gobierno mexicano, matizar las críticas.

El Presidente está solo, sin amortiguadores, ni defensa. Ayer mismo reprochó a The Wall Street Journal su cobertura de la concentración del domingo por haber publicado en su primera plana de este lunes, a cuatro columnas, una fotografía de la atiborrada plancha del Zócalo bajo la cabeza: Manifestantes se visten de rosa en un choque contra el partido gobernante. López Obrador, en su simplificación conocida, alegó que “ese y otros periódicos protegen a las mafias económicas del mundo”. No le explicaron a López Obrador que ese diario fue uno de decenas en el mundo que registraron la expresión de protesta contra el plan B de manera similar, lo que sugiere no un complot global, sino que no hay instrucciones en el cuerpo diplomático para cabildear con medios internacionales la iniciativa electoral.

López Obrador sigue sumando agravios y dinamitando puentes. En México carece de un portero que evite que la polarización siga ensanchándose, y le ayude al Presidente a distender la liga, como sería el caso del secretario de Gobernación, que en lugar de eso, la estira. Ebrard no anda de buscapleitos en el mundo, pero tampoco está deteniendo problemas al Presidente. Parece estar más enfocado en la sucesión presidencial y en la política que en su trabajo diplomático, aderezando su actitud con frases melosas a su jefe, que le hacen perder respeto a su persona, lo degradan y lo hacen ver desesperado en busca de su gracia.

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