Al presidente Andrés Manuel López Obrador lo tiene noqueado la DEA. Lleva dos días disparando con una escopeta contra Estados Unidos y los medios en ese país y en México, por revelar información secreta de la Secretaría de la Defensa Nacional, sin atinar a nada salvo a una cosa: pese a todo, no se va a suspender la cooperación con el gobierno de Joe Biden, acordada la semana pasada en la Casa Blanca con su gabinete de seguridad que, para efectos prácticos, fue a recibir instrucciones sobre lo que tienen que hacer para combatir el tráfico de fentanilo a esa nación, y frenar la llegada de los precursores químicos de China y la India por los puertos de Lázaro Cárdenas y Manzanillo. El Presidente está haciendo muinas, sin desmentir nada ni encontrar una puerta de salida.
Es muy lamentable porque es el jefe del Estado mexicano, pero es su culpa que cada vez que habla en la mañanera vaya restando su propia autoridad porque, al menos en este caso, demuestra lo desinformado que está, su ignorancia sobre el origen y la dinámica de la información secreta que está saliendo a la luz pública en Washington y México, y lo equivocado, por su deficiente información, en la toma de decisión. Ayer anunció que se iba a sellar la información del Ejército y la Marina, porque “estamos siendo objeto de espionaje por parte del Pentágono, la DEA y algunos medios de comunicación”. En serio, Presidente, ¿cómo pretende que lo tomen en serio?
El Presidente justificó su decisión porque “tenemos que protegernos porque la DEA está informándoles al Proceso y a otros… el Pentágono informa al Washington Post, hackean, nada más den la fuente”. López Obrador se refería a lo publicado el sábado por el diario estadounidense, donde se revela la fractura entre las secretarías de la Defensa y la Marina porque le dio al Ejército el control de la aeronavegación, y lo publicado por un grupo de medios asociados sobre los viajes privados multimillonarios de lujo del secretario de la Defensa y su familia, con cargo al erario.
En ambos casos, los medios mexicanos y el Post dejaron claros que son documentos secretos de la Secretaría de la Defensa, en el primer caso, y del Pentágono, en el segundo. Si no leyó bien o sólo le calentaron la cabeza, como suele hacer con él su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, cuidado, porque queda expuesto como un mandatario pésimamente asesorado. La información sobre el general Luis Cresencio Sandoval se origina en el hackeo de Guacamaya Leaks, del cual se ha carcajeado el Presidente. Ahora ya no le gustó y se enojó.
La del Post no fue una filtración al periódico ni promovida por el Pentágono. Al contrario. El Pentágono está en apuros, al igual que el resto del gobierno de Estados Unidos, porque cientos de miles de documentos secretos fueron colocados en las redes sociales por un joven exmilitar. El Post hizo lo que decenas de diarios han estado haciendo en el mundo, ir a pescar en las redes sociales para encontrar hallazgos. Esta filtración, como la llama el Presidente, es del tamaño o más grave que la realizada por Julian Assange en WikiLeaks, aunque en este caso López Obrador, defensor del australiano, sostiene que su acción tiene que ver con la libertad de expresión. Ahora, porque lo afecta, tampoco le gustó y se enojó.
En el mar de confusión en el que se desenvuelve, mezcló a la DEA con el Pentágono, y para entender al Presidente hay que comprender su carencia de sinapsis. Está molesto con la DEA, porque con tres informantes en el Cártel del Pacífico construyó un caso judicial contra los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán, a los que responsabiliza de ser los principales traficantes de fentanilo a Estados Unidos. Cuando habló del tema el martes, aseguró que la DEA había infiltrado a sus cuerpos de seguridad, lo que debió ser una confusión. Infiltró a Los Chapitos, no al Ejército.
El reclutamiento de informantes por parte de las agencias estadounidenses es una vieja práctica. Uno de ellos, pero del FBI, fue quien puso en la pista de los estadounidenses recientemente privados de su libertad en Matamoros, para que las autoridades mexicanas los encontraran. Ahí no dijo nada el Presidente, que también celebró a los informantes de la DEA cuando testificaron contra Genaro García Luna. Hoy brinca, se indigna y se arropa en la bandera porque dejaron expuesta a una organización criminal con la que ha tenido deferencias públicas y nulos esfuerzos para frenar sus operaciones criminales.
Disparar con una escopeta, como lo ha hecho, puede ayudarle a evitar hablar de los lujosos viajes pagados por los contribuyentes del secretario de la Defensa y su familia, que dejan en entredicho su narrativa de que ya no existe corrupción en su gobierno, o el porqué la DEA, y no su gobierno, es la que está documentando las actividades criminales de Los Chapitos. Lo que no está pudiendo impedir es hundirse cada vez más en el pantano al no saber procesar la información confidencial que muestra las entrañas del Ejército que tanto protege y empodera, y que exhibe las inconsistencias y contradicciones de su gestión como Presidente.
El Presidente no tiene idea cómo atajar lo que le está cayendo encima. Quizás, si dejara de verse el ombligo, tomaría el camino de otros países expuestos por los documentos secretos, y negar todo lo ahí revelado. López Obrador no desmintió nada; más bien, con su enojo lo confirmó.
Nota: Julio Scherer, exconsejero jurídico de la Presidencia, aclara en una carta a este espacio que su viaje a Valle de Bravo para ver propiedades en compañía del secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, fue para visitar un terreno que tiene hoy la Sedena para la reproducción y entrenamiento de los caballos del Ejército. Dice también que él no construyó casas para militares en el Aeropuerto Felipe Ángeles, que se agradece que lo señale, aunque no se le vinculó en la columna con esas obras.