Estrictamente Personal

El laberinto de Adán Augusto

Adán Augusto López se comporta como un priista rancio, pero sin aplicar la escuela de la política, de la discreción, la prudencia, el lacayismo con moderación.

La precampaña presidencial de Morena está tomando una fuerte tracción para conquistar el voto del único elector que vale, el presidente Andrés Manuel López Obrador. Los aspirantes, a los que peyorativamente llama López Obrador ‘corcholatas’, no se sienten aún destapados y todos los días compiten en agitarse más y captar la atención y el interés del Presidente. La decisión de quién quiere que lo suceda está tomada, y recaerá en Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, si es que no comete un error que la colapse.

La voluntad sobre el eventual plan B también está tomada por Adán Augusto López, el secretario de Gobernación, quien, con menos recato que Sheinbaum o elegancia como el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quiere atraer reflectores que dibujen en su sombra la figura de López Obrador, aunque su cuerpo se desfigure y su imagen pública se pulverice. Después de todo, qué importa Morena y la gente, si quien decidirá su futuro es su hermano, como lo llama, el Presidente.

El secretario de Gobernación debería ser más inteligente y no comportarse como un elefante asustado. En los dos últimos días, como si fuera un niño de primaria saltando y gritándole al profesor desde la última fila para que le haga caso, escribió dos mensajes en Twitter pendencieros y torpes, que en su calidad de jefe del gabinete y responsable del gobierno para establecer relaciones políticas con los diferentes actores, sólo evita que sea llamado tonto por el hecho de entenderse que lo que hace es para ganarse la gracia de López Obrador.

En el mensaje publicado ayer, dijo que los “ministros de la Corte se convirtieron en constitucionalistas de ocasión, votando por intereses políticos más que por interés jurídico en contra de la seguridad del pueblo de México”. Se refería a la votación del martes en la Suprema Corte de Justicia, donde la mayoría rechazó que la Guardia Nacional pasara legalmente a la Secretaría de la Defensa Nacional. El alegato de quienes votaron a favor era muy simple: la propuesta del Presidente violaba el artículo 21 constitucional que establece que la seguridad pública deberá estar bajo el mando civil.

La reforma al 21 constitucional se hizo en 2019, con la mayoría hegemónica de Morena en el Congreso. No podría decir que esa Corte jugó bajo las reglas del juego de esos famosos neoliberales que son culpables hasta del Big Bang. En la Corte, los ministros no revisan si está bien o mal una ley, sino si es constitucional o no, como fue este caso. El secretario dice pensar de otra manera, y que el fallo va en contra de la seguridad de los ciudadanos, que es otro argumento baladí ante las últimas cifras oficiales, donde la incidencia delictiva subió ni más ni menos 175 por ciento entre febrero y marzo, y los secuestros en 52 por ciento. No es la Corte la que fue en contra de la seguridad, sino las políticas aplicadas por el gabinete de seguridad que, en forma, él debería de encabezar.

Un día antes, despotricó en la misma plataforma social al señalar que “el Inai es un lastre burocrático que poco o nada ha servido para evitar la corrupción y garantizar la transparencia”. No podría haber sido retóricamente más tramposo. El Inai forma parte de las instituciones democráticas de segunda generación que ha sido una pieza muy valiosa a lo largo de sus 10 años de vida como contrapeso del gobierno y mecanismo de rendición de cuentas. A través del Inai se pudieron conocer datos que, por ejemplo, establecieron la ilegitimidad de la ‘casa blanca’ propiedad del expresidente Enrique Peña Nieto o la llamada ‘estafa maestra’, sobre la presunta corrupción en la Secretaría de Desarrollo Social por unos 5 mil millones de pesos. El Inai es un mecanismo para evitar la corrupción, pero si las instituciones del gobierno que deben de sancionar no hacen nada, como sucede en el actual gobierno, donde la impunidad ondea en Palacio Nacional, no es esa institución la que está en falta, sino la autoridad.

En la carrera lacayuna por la candidatura presidencial, el secretario López está buscando consolidar un frente electoral en el sur del país, en Tabasco, donde gobierna su encargado de despacho, y en Chiapas, donde lo hace su cuñado. El Presidente lo ha puesto a competir y ha pedido a algunos dueños de medios de comunicación que le den espacio y lo impulsen, aunque no hay señales claras dentro de Palacio Nacional de que realmente lo esté considerando como una opción real, salvo que en una emergencia, en caso de que Sheinbaum no tenga el helio suficiente para contender exitosamente, entre al relevo como el Pascual Ortiz Rubio del siglo 21.

El gran problema que tiene el secretario es la frivolidad con la que actúa, política y personalmente. Del primer caso se puede utilizar un reciente ejemplo, cuando en una reunión con senadores de Morena les dijo cándidamente que López Obrador no quería que nombraran a los tres consejeros para que el Inai volviera a funcionar, sin pensar que, ante tantas personas, su torpe franqueza podría tener consecuencias. Del segundo, la tolerancia para que cercanos a él estén recolectando dinero que no necesariamente parecería que el destino sería su campaña, sino sus bolsillos, y el ojo alegre que algunos en el gobierno le han detectado en eventos públicos.

El secretario López se comporta en las formas y lo personal como un priista rancio, pero sin aplicar su escuela de la política, de la discreción, la prudencia, el lacayismo con moderación y, muy importante, no agraviar ni romper puentes, sino dejar siempre puertas abiertas para alcanzar los objetivos. Por eso sorprende el insulto a ocho ministros de la Corte, la cabeza del Poder Judicial donde él es el interlocutor del Ejecutivo, reduciéndose él mismo su capacidad de interlocutor funcional.

Obviamente no le importa nada de esto al secretario. Lo suyo es agradar al rey, aunque como bufón de la corte aún está quedando a deber.

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