Durante muchos años se ha señalado que las elecciones para gobernador en el Estado de México son el laboratorio de lo que sucederá en las elecciones presidenciales, que son un año después. Esa realidad se vivió hasta que se dio la primera alternancia en la presidencia en 2000, tras lo cual se comprobó que lo que tantas veces se dijo, era falso. Vicente Fox, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador fueron electos pese a que el PRI mantuvo la gubernatura, probando que ese laboratorio sólo existía en la imaginación de políticos y periodistas. Sin embargo, el próximo domingo, cuando se ponga en juego una vez más la gubernatura, las cosas van a cambiar, y el Estado de México sí será un laboratorio para 2024. Lo que se tiene que definir es qué probará.
1.- La elección de este domingo es de Estado. En ninguna otra en lo que va del siglo se ha visto lo que el presidente López Obrador ha hecho en esa entidad. Los pruritos no existieron; el pudor político, tampoco. Desde Palacio Nacional se puso en marcha una maquinaria electoral donde estuvieron involucrados todos los gobernadores de Morena, para que aportaran los recursos necesarios para aceitar la operación de tierra; es decir, en cálculos de estrategas electorales, el gasto en la campaña de Delfina Gómez pudiera encontrarse en el universo de los 5 mil millones de pesos.
El gasto parece enorme, pero el Estado de México es enorme. Sería, por ejemplo, el décimo país –empatado con los Países Bajos– más grande de Europa, casi superando en población a Austria, Croacia y Finlandia juntos, y casi del tamaño de Guatemala, el país más poblado en América Central. La chequera estuvo abierta, difícilmente rastreable por la dispersión de recursos a través de los gobiernos de Morena. Y la coordinación de los apoyos con la campaña se la encargó a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, respaldada por el vocero presidencial y jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas.
López Obrador se ha referido varias veces a la elección en el Estado de México –junto con la de Coahuila–, y pese a que el Instituto Nacional Electoral le ordenó que bajara los minutos en los que durante sus mañaneras se refirió a los comicios, se burló de todos. Eliminó lo que dijo en el pasado, y volvió a hablar de las elecciones. Para cuando el órgano electoral le repita la receta, ya habrán pasado las elecciones y habrá quedado claro lo que está dispuesto a hacer, en términos de inyección multimillonaria de recursos, a fin de no perder la Presidencia, lo que pudiera frenar su transformación, el próximo año.
2.- La estrategia de ambas campañas tuvo como principal arma los programas sociales. La campaña de la aliancista Alejandra del Moral utilizó el Salario Rosa, el programa insignia del gobernador Alfredo del Mazo, dirigido a las mujeres, lo que fue un error estratégico, porque lo puso a competir con los programas sociales de López Obrador, reforzado con un comisariato político –supervisado por uno de sus hijos–, donde, con padrón en mano, fueron intimidando a los receptores para obligarlos a votar y amenazarlos de que, de no hacerlo, y optar por Gómez, se les cancelarían.
Para medir si los programas sociales siguen siendo una herramienta efectiva del clientelismo electoral, hay que esperar el porcentaje de votación que logre Gómez. Si el porcentaje es tan amplio como el que asegura su campaña, y se ubica en la parte alta de dos dígitos, se podrá argumentar que los programas sociales sí fueron un incentivo importante para el voto y el apoyo al partido en el poder. Si, por el contrario, el porcentaje frente a Del Moral fuera reducido –o peor aún, si el resultado no es el que esperan–, significaría un desgaste de los programas sociales de López Obrador, similar al de los últimos años del PRI en la Presidencia, donde hubo muchos que los recibieron pero que votaron por otras opciones, lo que obligaría a modificar las estrategias para el próximo año.
3.- Otro experimento que pasará a prueba en el laboratorio mexiquense es el de la fortaleza de la alianza Va por México. Marko Cortés, el líder del PAN, asegura que la alianza se mantendrá más allá de los resultados de la elección. Es una declaración retórica que probará su solidez en función de los resultados. Una derrota de la alianza no significaría en automático la reevaluación de seguir vinculado el PAN al PRI, salvo probablemente si la diferencia en votos fuera significativa.
El líder del PRI, Alejandro Moreno, tendría una salida ante un escenario de derrota humillante: acusar al gobernador Del Mazo de no haber apoyado la campaña –lo que es cierto– y culparlo de haber impuesto a Del Moral como candidata, cuando él había pugnado por la diputada Ana Lilia Herrera, lo que también es cierto. No dejarían de ser salidas plausibles, omitiendo su responsabilidad por no trabajar por el partido anteponiendo sus fobias personales, pero tiene un argumento que, en el spin poselectoral, podría impulsar. Si, por el contrario, la diferencia es reducida o gana –lo que, aunque improbable, no puede decirse imposible–, podrá reclamar la victoria y un freno a López Obrador y Morena, que han construido la percepción de repetir en el estado el tsunami electoral de 2018.
El resultado de la elección en el Estado de México tendrá muchos significados. Será la primera vez que una mujer gobierne la entidad más poblada del país y con mayor peso electoral. En el aire está la posibilidad real de que acabe con la hegemonía del PRI en el poder, que data de 1929, cuando Filiberto Gómez ganó por el Partido Nacional Revolucionario, que fue la placenta del PRI. Y también, cómo López Obrador está dispuesto a gastar un enorme capital político, con una división Panzer a campo abierto que ignora las leyes electorales, y el uso masivo de recursos discrecionales y difícilmente fiscalizables, como preámbulo de lo que hará en 2024, su lucha final.