La demagogia y la propaganda deberían ser puestas de lado por el Presidente y por toda su corte que actúa pavlovianamente, cuando este domingo el Consejo Político de Morena discuta las reglas y los requisitos para quienes buscan la candidatura presidencial. El borrador lo escribió el presidente Andrés Manuel López Obrador el lunes, e incluye un punto que a todos debería preocupar, que los aspirantes renuncien la próxima semana a sus cargos. Esa exigencia abre la puerta a la ingobernabilidad, y dejaría desarticulada la gobernanza.
Si el Consejo Nacional de Morena obedece a López Obrador –¿alguien piensa lo contrario?–, la próxima semana no habrá secretario de Gobernación, y con la renuncia anticipada del secretario de Relaciones Exteriores, se quedará el Presidente sin dos pilares. El canciller Marcelo Ebrard es clave por ser quien llevaba la relación con el gobierno de Estados Unidos, que construyó meses antes, incluso, de haber iniciado la administración. El secretario Adán Augusto López ha llevado a cabo por instrucción presidencial gran parte de la negociación política y compartido el desgaste de gobernar.
En ambos casos habrá relevos, y pese a que pudieran ser de los propios equipos de Ebrard y López –improbable por la forma como López Obrador coloca sus piezas estratégicas o nombra recomendados de sus hijos–, tendrían que pasar por una curva de aprendizaje con menos de un año de vida en el gobierno. Parece poco, pero es mucho. El próximo año habrá elecciones presidenciales en Estados Unidos, y México, como uno de los temas de la campaña, requerirá de un contenedor, que no hay ahora en el gobierno, como Ebrard. En México se celebrará la mayor elección en la historia por el número de puestos en juego, enmarcada en la violencia y la creciente participación de los cárteles de la droga en procesos electorales.
Pero si la incertidumbre sobre lo que puedan hacer los relevos es grande, es más delicado lo que sucedería si Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, es forzada a dejar el cargo por las ocurrencias de López Obrador y el manejo demagógico con el que quiere disfrazar la falta de equidad en la contienda por la candidatura. Por lo que toca a su gestión, su relevo es menos sensible que en el gabinete, pero al dejarla al descubierto por meses antes de que pueda registrarse como candidata, si se confirmara en septiembre que ganó la contienda, la colocaría en una posición de debilidad frente al fiscal general, Alejandro Gertz Manero, que tiene una relación difícil y de confrontación con algunos de sus colaboradores cercanos, y con el Ejército, que no le tiene confianza.
El impacto directo sería en el ámbito de la seguridad, donde el objetivo sería el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana capitalino, Omar García Harfuch, receptor de los odios de Gertz Manero, y en la mira de altos funcionarios en la Secretaría de Seguridad Pública federal por su presunta responsabilidad y complicidad con los criminales que desaparecieron a 43 normalistas de Ayotzinapa. Su permanencia en el cargo, además, obedece en gran medida a que Sheinbaum ha resistido las presiones de López Obrador para que lo destituya. Al renunciar la jefa de Gobierno y quedar García Harfuch desprotegido, el trabajo que se ha hecho en la Ciudad de México para disminuir los delitos podría quedar trunco. Aunque por ley su eventual remplazo no podría relevarlo, hay muchas otras formas políticas, administrativas y presupuestales para anularlo.
Hoy en día, la batalla que enfrentan López Obrador y Morena no se encuentra afuera, con los partidos de oposición, sino adentro. Si la campaña por la sucesión se da en los términos como los forzó Ebrard, con el condicionamiento de renuncia previa al proceso, desaparecerán los incentivos para mantenerse dentro de los parámetros de la no confrontación que quiere López Obrador. Hay información delicada y explosiva sobre varios de los aspirantes, que la necesidad de no perder el paso ni terreno, al perder el piso de sus cargos, podría animar a quien considere estar en desventaja, y utilizarla como un recurso para descarrilar a los adversarios más fuertes, potenciando las campañas fratricidas que han sostenido los equipos de Sheinbaum y Ebrard durante meses, para desacreditarse mutuamente a través de las redes sociales.
La sucesión presidencial en el partido en el poder se ha descontrolado. La fórmula de López Obrador de establecer un sistema de compensaciones para quienes no alcancen la candidatura, ofreciéndoles un futuro como líder del Congreso y del Senado, o tener un puesto relevante en el gabinete, pretende evitar fracturas, pero sólo ve una parte del presente al no considerar las consecuencias que podría tener una lucha entre aspirantes a la Presidencia en el terreno de la gobernabilidad. Al insistir en la renuncia a sus cargos, esta variable parece estar fuera de las consideraciones presidenciales.
¿Por qué lo planteó López Obrador? La presión pública de Ebrard parece haberlo obligado, recurriendo a la demagogia para ocultar la inequidad, y ayudar a su narrativa de que ya no hay dedazo ni tapados. El Presidente matizó sus primeras afirmaciones sobre las renuncias, y pidió que lo decida el Consejo Nacional de Morena, aunque sabemos todos que la decisión final no recaerá en los consejeros sino en él. Es un error lo que hace, pero hay una solución.
Si el Consejo Nacional de Morena se ajusta a los estatutos, le dará la vuelta al embrollo estratégico, porque no exigen la renuncia como condición de buscar una candidatura, salvo en los términos que establece la Constitución, de no ocupar ningún cargo seis meses antes de la elección. López Obrador no parece querer pagar el costo de una imputación sobre una contienda desigual, como señala Ebrard, y prefiere poner en riesgo la gobernabilidad. Debe pensar que no hay problema, como simplifica todo lo que no entiende del todo, y no ha aprendido de otras experiencias donde sus decisiones han generado ingobernabilidad.
Cuidado. El país no está para frivolidades, ni habrá gobernabilidad en el futuro sin gobernabilidad en el presente.