El Frankenstein que armaron las dirigencias del PAN, PRI y PRD para consolidar una candidatura presidencial de unidad está a punto de parir en la figura de Xóchitl Gálvez. No era ella en quien pensaban cuando comenzaron a diseñar la estrategia –en ese momento la senadora tenía la mira puesta en la Ciudad de México–, pero se fue modificando y ajustando a las necesidades coyunturales. La última de éstas es el sacrificio de Beatriz Paredes, la priista que llegó a la final de la contienda con Gálvez, a la que el dirigente del partido, Alejandro Moreno, le puso un sutil ultimátum: si no se baja de la contienda, el PRI cumplirá con los acuerdos cupulares y no con la persona.
Los acuerdos, moldeados en torno a la candidatura para gobernador en el Estado de México fueron muy simples: el PRI propondría a Alejandra del Moral como la candidata de la alianza, y el PAN retiraría de la contienda a Enrique Vargas, el poderoso líder del Congreso local, a cambio de llevar mano en la candidatura a la Presidencia. Para ello, Marko Cortés, líder nacional del PAN, impulsó un método de selección que requería un millón de firmas para poder contender por el cargo, que fue un traje hecho a la medida para contener a la senadora Lily Téllez e impedir que lograra la candidatura.
Cortés estaba obsesionado con Téllez y pensaba que arrasaría con el candidato designado del PAN, Santiago Creel, cuando las condiciones cambiaron radicalmente. Gálvez irrumpió en la contienda de una manera abrupta y rompió con todos los paradigmas del Frente Amplio por México, la coalición de oposición, que armó un modelo de selección de candidato cosido de manera forzada y con parches, para realizar un proceso aparentemente democrático, al que se sumaron grupos de la sociedad civil, que tomaron el control del proceso.
Si bien cambiaron las condiciones, el método no. Pensado en bloquear a Téllez para favorecer a Creel, resultó inoperante con Gálvez en la contienda. Para entonces, dirigentes y líderes del PRI empezaron a impulsar a Beatriz Paredes, cuya oratoria, solidez y prestigio pensaban que le iba a dar el aire suficiente para negociar con fortaleza posiciones en el Congreso y el Senado en 2024. Nadie dentro del PRI, incluida la senadora, pensaba seriamente que iban a poder arrebatarle la candidatura a Gálvez, pero, una vez más, errores de los organizadores del proceso y los partidos, que cedieron espacios ante la presión de incluir de manera relevante a la llamada sociedad civil, los volvieron a meter en aprietos.
Para definir quiénes pasarían a la última fase, se realizaron encuestas a mediados de agosto. En la de vivienda, realizada por Grupo Reforma, Gálvez obtuvo 32.8 por ciento de las preferencias, contra 29.6 por ciento de Paredes, que era una diferencia de sólo tres puntos; es decir, había un empate técnico. En la telefónica, encargada a Suasor Consultores, Gálvez obtuvo 51 por ciento de preferencia contra 17.5 por ciento de Paredes, una diferencia abismal de 33 por ciento. Esa primera encuesta interna arrojó malos resultados para Creel, que abandonó la contienda, y Gálvez parecía imbatible, pero las cosas no eran así.
La encuesta telefónica tuvo un problema muy serio que alteró la muestra y no dio resultados reales ni confiables, que no lo supo la opinión pública, pero sí los dirigentes. La muestra tenía un universo muy grande de cuestionarios –6 mil en vivienda y telefónica, de los cuales hay que hacer en ocasiones 10 por cada uno para obtener la precisión– y debía realizarse en un espacio limitado –cuatro días– de tiempo. Como Suasor Consultores no iba a poder terminarla a tiempo, compensó el déficit de encuestados a nivel nacional con un incremento de cuestionarios en la Ciudad de México, con lo que rompió la metodología y distorsionó el trabajo, desconociéndose qué resultados habría arrojado una buena encuesta.
Para seguir fortaleciendo a Gálvez se propuso incluir una encuesta digital, que coincidió con los resultados del sondeo en Facebook de México Elige, que le dio una ventaja de 85 por ciento contra 8 por ciento de Paredes. El problema que vieron fue que Morena se metiera al proceso y con sus votos impulsara a Paredes. El viernes pasado se decidió no hacer la encuesta digital y se ratificó que cada una de las encuestas en vivienda y telefónica tendrán un valor de 70 y 30 por ciento, respectivamente.
La renuncia de Creel fue para concentrar el apoyo de los panistas a favor de Gálvez, pero no en las encuestas, donde estaba fuerte, sino en la consulta, donde la movilización territorial del PRI favorecía a Paredes. Para compensar ese poderío se amplió el número de casillas, de 300 a mil 500, a fin de neutralizar el acarreo del PRI y que al promediar los resultados de la consulta y las encuestas no se viera favorecida Paredes.
El PRI negoció con Paredes para que se bajara de la contienda, como hizo el PAN con Creel, pero no pudo. Hace nueve días, en León, Paredes dijo que no declinaría y que seguiría hasta el final porque el esfuerzo que estaban realizando “no puede ser una farsa”. Los líderes del PAN y el PRI siguieron su plan y acordaron que declinaría ayer martes, por lo que Moreno dijo la víspera que las encuestas no favorecían a la priista y que el miércoles fijarían posición.
Las cosas tomaron un rumbo inesperado cuando Paredes respondió que la única encuesta que vale es la que mandó a hacer el Frente. Moreno replicó ayer en una entrevista con Ciro Gómez Leyva, en Radio Fórmula, que “una persona no está por encima del partido” y expresó su deseo de que la priista tome una decisión “en sintonía” con el partido. O sea, si no declina, la declinan.
Moreno le quitó el oxígeno y abrió la posibilidad de que la movilización no sea a favor de ella, sino de Gálvez. Este episodio mancha el proceso, pero confirma que los acuerdos entre las dirigencias no se rompieron. La única duda hoy es si el PRI de las bases sigue a Moreno o apuntala a Paredes.