Estrictamente Personal

¿Sheinbaum vs. AMLO?

Si Claudia Sheinbaum quiere tener una trascendencia propia, en algún momento, quizá después de las elecciones, deberá empezar a pensar qué hará con López Obrador.

Quizás el presidente Andrés Manuel López Obrador no alcance a ubicar en su justa dimensión lo que causó con el sacrificio de la precandidata presidencial Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México, pero haber autorizado una campaña con todo el peso del gobierno en contra de su candidato para la Ciudad de México, Omar García Harfuch, la coloca en una situación delicada que la debe llevar a la reflexión sobre el futuro mediato e inmediato del papel que está jugando, y la forma como el Presidente quiere amarrarla. López Obrador dejó a Sheinbaum como una sucesora desechable, por cuanto a acciones y decisiones, despojándola de credibilidad, respeto y, sobre todo, fuerza. ¿Hasta dónde puede aguantar Sheinbaum?

Hay una realidad propia del sistema político mexicano. El poder está vinculado intrínsicamente con su capacidad para repartirlo, mediante candidaturas a puestos de elección popular o cargos. López Obrador le otorgó esa posibilidad cuando de manera simbólica le entregó el bastón de mando del movimiento de la cuatroté, donde, al convertirse en su coordinadora, se podría haber asumido que Sheinbaum sería quien palomeara las candidaturas para el Congreso, el Senado y las gubernaturas del partido el próximo año. La primera demostración de que todo era una farsa fue la derrota de García Harfuch, con lo cual se vio que su autonomía era un efímero sueño.

Entregadas las nueve candidaturas a gobiernos estatales, la siguiente lucha será por diputaciones y senadurías, donde quienes aspiren a ellas ya saben que Sheinbaum no es la ventanilla para lograrlas porque no puede cumplir. López Obrador la vació de ese poder y se lo delegó, de momento, a las cabezas de los duros que tumbaron a García Harfuch y doblegaron a su promotora: el vocero Jesús Ramírez Cuevas, y el jefe de Gobierno de la Ciudad de México interino, Martí Batres. Por ahora, lo sucedido con la candidatura en la capital federal sugiere que la de Sheinbaum es una candidatura tutelada.

Desde un principio López Obrador lo dibujó, aunque probablemente Sheinbaum no imaginaba sus alcances. La comprometió a mantener sus megaproyectos y no pensar siquiera en revivir el aeropuerto en Texcoco. Le adelantó que habría un gabinete transexenal con al menos seis de sus miembros actuales. Hace poco más de un mes sus hijos Andrés y José Ramón armaron la plataforma económica que presentó ante empresarios, primera de varias propuestas programáticas en inversión social e infraestructura, que están trabajando, lo que convierte el encargo a Juan Ramón de la Fuente de elaborar el programa de gobierno en algo tardío y cosmético.

Las siguientes decisiones del Presidente fueron injertarle en su equipo al ministro de la Suprema Corte de Justicia Arturo Zaldívar, cuya responsabilidad sería transexenal, y lo último tiene que ver con la decisión de Marcelo Ebrard de mantenerse dentro de la cuatroté, producto de una negociación, presuntamente la semana pasada, con López Obrador. Ebrard hizo el anuncio con un énfasis en que es la segunda fuerza dentro de Morena y que debería ser tratado como tal. En esa calidad habló con Sheinbaum los términos de su integración a la campaña y de puestos para su equipo.

Sheinbaum está acotada por todos lados. Desde la Presidencia le imponen equipo y programa, le condicionan sus márgenes de maniobra y le ponen encima a figuras con personalidades que la rebasan, como Ebrard y Zaldívar, que le quitan protagonismo. La presencia de Mario Delgado como líder de Morena, que operó por instrucciones presidenciales la asignación de las candidaturas para que no hubiera fracturas, es una afrenta para Sheinbaum, que tiene que recorrer el país con él, sabiendo que no trabaja para ella, sino para López Obrador.

El despojo a García Harfuch ha galvanizado los agravios cometidos por Palacio Nacional contra Sheinbaum, fortaleciendo las interpretaciones de que López Obrador la escogió como sucesora por dócil y sumisa, reviviendo la imagen del maximato de Plutarco Elías Calles con Pascual Ortiz Rubio, a quien, por lo mismo, le decían “el nopalito”. Hasta ahora, Sheinbaum ha sido cautelosa y ha asumido una actitud inteligente, felicitando a quienes ganaron las candidaturas, y congratulándose de que Ebrard se quede en Morena.

Pero la civilidad que observamos no es real. En Palacio Nacional sometieron a los inconformes con el proceso de las candidaturas, y aplacaron al Partido Verde, que amenazó con retirarse de la coalición de gobierno si García Harfuch no era el candidato en la Ciudad de México. El Presidente está muy contento de cómo le salieron las cosas y de la arquitectura política que envuelve a Sheinbaum. La pregunta es qué hará ella. En este espacio se mencionó ayer que la farsa del bastón de mando, que se estrelló con la realidad en la derrota de su delfín, la hacía parecer su marioneta, por lo que habría que preguntarse qué está pensando y cómo cree que puede cambiar la percepción.

Sheinbaum es inteligente y tiene el carácter muy duro, y por lo que se transpira en su entorno cercano, hay mucho desconcierto y molestia por lo que hizo el Presidente. Por supuesto, no hay visos de ruptura, lo que no significa que no empiecen a crujir los maderos de su relación con López Obrador que pueden terminar en fracturas. Es una situación difícil y compleja para Sheinbaum, porque el Presidente dejó claro que no dejará de ejercer el poder hasta que termine su mandato, y dependiendo de ella, en el supuesto de que sea presidenta, qué tanto continuará ejerciéndolo transexenalmente.

Hoy, López Obrador, mucho más que Xóchitl Gálvez, se ha vuelto su adversario, no porque estén en trincheras diferentes, sino porque el Presidente está dando señales de que no quiere una sucesora, sino una encargada de despacho que atienda sus intereses, prioridades y necesidades. Ella quiere ser presidenta, no un apéndice de su mentor. No ahora, pero si quiere tener una trascendencia propia, en algún momento, quizá después de las elecciones, deberá empezar a pensar qué hará con López Obrador a partir del 1 de octubre, cómo lo hará y en qué momento lo hará, una definición que marcaría su Presidencia y a ella misma.

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