El bienestar prometido es una quimera, visto con optimismo, o una mentira, visto objetivamente. No puede haber bienestar y desarrollo sin educación, y sin ella, el futuro de la nación está condenado a la marginación. ¿Estamos hoy mejor que antes? ¿Estaremos mejor mañana que hoy? Las respuestas convencionales dirían sí y no. La realidad es distinta: no estamos mejor que antes y estaremos peor mañana que hoy. ¿La razón? La educación de las niñas y niños mexicanos viene en picada y no hay ninguna política pública en el horizonte que lo impida.
Al contrario, la anarquía educativa y el desinterés del presidente Andrés Manuel López Obrador por la preparación de los menores nos lleva, si no se corrige el rumbo, a una nación de analfabetas funcionales –¿cuántos ya existen hoy en día?– cuyo rol en la división internacional del trabajo será de mano de obra intensiva y no calificada; es decir, barata y remplazable. Vaya país el que heredará López Obrador.
El desorden y desinterés se ve en varios niveles. Por ejemplo, en la educación básica. Quienes cursan el sexto grado están utilizando los libros del modelo educativo que impulsó el secretario de Educación del gobierno anterior, Emilio Chuayffet. Quienes cursan del segundo al quinto grado, estudian sobre los textos de la llamada Nueva Escuela Mexicana que lanzó López Obrador el iniciar su gobierno. Pero quienes ingresaron al primer año de primaria, lo hacen en los nuevos libros de texto gratuito que presentó este año Marx Arriaga, director de Materiales Educativos de la SEP.
Además de la confusión de los maestros, que han respondido dando clases de la manera como lo deseen o puedan mejor hacerlo, está el tema presupuestal. Aunque el presupuesto de este año proyectó un incremento en el gasto de 6.5% en términos reales comparado con 2022, en realidad fue 2% menor en términos reales con respecto al monto aprobado en 2019, pese a que, como estableció el Banco Mundial en 2020, citado en un análisis presupuestal del Instituto Mexicano para la Competitividad, “México tiene una crisis educativa en la que se estima que niñas, niños y jóvenes perdieron aprendizajes equivalentes a dos años de escolaridad”.
Poco le ha importado a López Obrador. La comisión que hace la evaluación educativa y propone directrices para mejorarla recibió este año 21% menos presupuesto que hace tres años. Desapareció las Escuelas de Tiempo Completo, con lo cual se acabó la comida gratuita para miles de menores que tenían en la escuela su única alimentación balanceada, cuya deficiencia produce deterioro cognitivo, así como la educación dual, que abría la posibilidad para que estudiantes que no pudieran llevar a cabo una educación universitaria pudieran tener una capacitación técnica que les permitiera acceder al mercado laboral.
Con estos antecedentes no debe extrañar el terrible resultado del estado de la educación en México que fue dado a conocer este miércoles por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que realizó la prueba PISA en sus 81 países miembros. Los resultados en general son descorazonadores en todos lados menos en un puñado de países asiáticos, encabezados por Singapur –cuyos resultados muestran que va de tres a cinco años adelante del resto de las naciones-, Corea del Sur, Hong Kong –que se mide separado de China–, Japón, Macao y Taiwán. En el resto de los países, explicó Irene Hu, analista de la OCDE, que tiene su sede en París, los resultados muestran una caída en el aprovechamiento de los estudiantes sin precedente en la historia de la prueba PISA.
Para los mexicanos, los resultados deberían no sólo ser desalentadores, sino una vergüenza por la tragedia que esto significa al encadenar a millones de jóvenes a una sociedad no sustentable, porque no les dará las herramientas para competir en los mercados laborales, ni para salir de la pobreza, o para su desarrollo social y emocional. Los resultados de la prueba PISA, que se realiza cada tres años, colocaron a México en el lugar 57 general –el promedio de las calificaciones en matemáticas, lectura y ciencia–, aunque en las tres especialidades tuvo un retroceso importante comparado con 2018.
La caída más aguda fue en matemáticas, donde la caída fue de 14 puntos entre 2018 y 2022, que de acuerdo con la OCDE “revirtió la mayoría de los avances en el periodo 2003-2009″, y cuyas puntuaciones, agregó, se acercaron a las que se registraron entre 2003 y 2006. El conocimiento de la ciencia cayó 9 puntos en el mismo lapso, mientras que la lectura se redujo en 5 puntos. En el resultado final, México salió con cuatro años menos de escolaridad por detrás del promedio de la OCDE.
No hay ninguna nación industrializada en el hemisferio norte, donde se ubica México, que haya tenido un desempeño tan pobre como este país, y si el rendimiento se proyecta en el contexto de las cadenas de suministro e interdependencia económica y comercial en esa mitad del mundo, se puede vislumbrar lo que viene.
Comparado con 2012, la proporción de estudiantes con calificaciones inferiores al nivel básico de competencia cayó 11% en matemáticas y 5% en lectura. Casi ningún estudiante mexicano alcanzó el nivel 5 en matemáticas, que permite, por ejemplo, comparar la distancia de dos rutas alternativas o convertir precios a una moneda diferente; mientras que el promedio de comprensión de lectura en la OCDE fue de 7%, solo 1% de los mexicanos alcanzó ese nivel.
El desastre educativo en México es tangible, pero la palabrería presidencial llena la imaginación de millones en México sobre su porvenir, pese a que siempre hay algo, como hoy los resultados de la prueba PISA, que exige que abran los ojos. Sin embargo, vivimos en una apatía general que minimiza el daño estructural a la educación. Los resultados que presentó la OCDE tendrían que haber causado un escándalo nacional, pero no lo fue, cuando menos hasta ahora. En ese sentido, si el gobierno de López Obrador es responsable de esta calamidad, sociedad y medios seremos corresponsables del futuro que está construyendo.