Si en un estado se metió completamente el presidente Andrés Manuel López Obrador para convertir a su escudera en gobernadora fue en Veracruz, donde puso a Rocío Nahle como candidata, torciendo y estirando la ley, porque nació en Zacatecas, porque no conocía el estado y junto con su esposo arrastraba una mala fama pública. Pese a un arranque atropellado por su origen y personalidad, Veracruz parecía un estado seguro para la consolidación de Morena en el Golfo de México, pero López Obrador no contaba con que Nahle sería una pésima candidata y que sus enemigos en Veracruz desarrollarían la guerra política más estructurada de todas las que se han desplegado en la actual temporada electoral.
La cara visible de la batalla contra Nahle ha sido el empresario veracruzano Arturo Castagné Couturier, que la puso de cabeza y a la defensiva con denuncias públicas que acompañó con documentos oficiales que publicó en las redes sociales, afirmando que ha amasado una fortuna inmobiliaria durante su vida como funcionaria pública, que apenas pasa los tres lustros. Castagné Couturier ha presentado 38 denuncias contra ella y su esposo, José Luis Peña, que incluyen presunto enriquecimiento inexplicable, lavado de dinero y delitos electorales. Nahle, que hasta hace unos días solo había desmentido las imputaciones a partir de actos de fe, dio a conocer ayer la denuncia ante la Fiscalía General de la República por difamación, daño moral y falsificación de documentos, entre otros presuntos delitos, por 100 millones de pesos.
Las denuncias contra Nahle tomaron tracción por el rechazo que le han mostrado en algunas de las principales ciudades veracruzanas, que le ha generado la percepción de repudio por la difusión de esas expresiones en las redes sociales. Las acusaciones de corrupción entraron como cuchillo en mantequilla porque se alinearon con el imaginario colectivo y conjeturas por años de actos sospechosos de corrupción de su esposo, que trabajó en Pemex, y señalamientos de sobrecostos hasta de 300 por ciento en la construcción de la refinería de Dos Bocas, que como secretaria de Energía tuvo a su cargo.
Nahle ha dicho que se trata de una guerra sucia y de actos de violencia de género, pero que de cualquier forma ella va muy por delante de su principal adversario, el candidato de la coalición opositora José Yunes, a cuyo pariente lejano, el exgobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes —con quien no se lleva—, señalan en Morena como el cerebro detrás de la estrategia de Castagné Couturier. La candidata dice que el golpeteo en su contra se debe a que no la van a derrotar el 2 de junio, arropándose sin decirlo en las pocas encuestas publicadas de la contienda en Veracruz, donde la ubican con una cómoda ventaja.
Los números públicos son diferentes a los que tiene López Obrador, que desde hace unos dos meses prendió los focos rojos en Palacio Nacional porque su encuesta privada realizada por un equipo de expertos que lo han acompañado por un cuarto de siglo, mostraban a Veracruz como uno de los estados morenos donde la tendencia estaba perfilando una derrota de su candidata. López Obrador ordenó que la maquinaria del partido la reforzara, pero las cosas no estaban saliendo como lo quería.
López Obrador responsabilizó de la campaña de Nahle al gobernador Cuitláhuac García, que resultó un fiasco. Varios asesores políticos del presidente le habían advertido la incapacidad de García para coordinar la operación electoral, además de su mala imagen entre los veracruzanos, que lo tiene en el ranking de gobernadores que elabora Consulta Mitofsky, en el lugar 16 -y bajando- con una aprobación de 53%.
La preocupación del presidente por Veracruz se ha incrementado. Hace dos domingos se reunió en secreto con Nahle y García para revisar lo que se estaban haciendo, ajustar las cosas y reorientar la estrategia. Días después de ese encuentro, la candidata presidencial Claudia Sheinbaum visitó el estado y la defendió de la “guerra sucia de la oposición”. Sheinbaum la arropó, la abrazó literalmente y dijo que “era lo mejor” que le podía pasar a Veracruz.
Nahle fue presentada a López Obrador en Coatzacoalcos hace casi 20 años por un periodista de gran trayectoria y reputación, amigo del presidente, José Pablo Robles Martínez, y desde un principio hizo contacto con el tabasqueño en la coincidencia sobre temas energéticos. Nahle se convirtió en un instrumento de López Obrador en la Cámara de Diputados, donde fue coordinadora de Morena, de donde brincó a la Secretaría de Energía.
Siempre le ha sido funcional a López Obrador, quien ha priorizado su intransigencia ideológica por sobre su capacidad. Un exfuncionario público por más de dos décadas dice que es “la peor funcionaria” que ha conocido en su vida, por el dogmatismo que orienta sus acciones y su profunda ignorancia en el campo que se supone de su expertise. Pero es más que eso.
Tiene una gran iniciativa, que como secretaria estuvo a punto de hacer explotar una reunión de emergencia de la OPEP porque no entendió lo que se estaba discutiendo y estaba impulsando una posición que incluso era distinta a la que promovía el gobierno. También tiene un carácter que en ocasiones es grosero y déspota, que experimentaron algunas de sus colegas en el gabinete cuando buscaban conciliar posiciones ante quejas amparadas en el acuerdo comercial norteamericano.
Nahle, como todos los candidatos de Morena a los principales puestos de elección popular en la próxima elección, han sido impulsados por la popularidad de López Obrador, pero en Veracruz está lejos de los números de aprobación que tiene en el sur y sureste del país, incluido Yucatán. El acuerdo con López Obrador en el estado es de 52%, lo que coloca a la candidata en una posición de mayor vulnerabilidad, al ser el único estado gobernado por Morena de todos los que ponen en juego el ejecutivo estatal, donde el presidente tiene el porcentaje más bajo.
López Obrador quiere revertir la tendencia que ha diagnosticado y evitar el naufragio de la zacatecana. Veracruz tiene el cuarto padrón electoral más grande del país y no puede permitirse una derrota.
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