Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial oficialista, canceló abruptamente su visita a Apatzingán, programada para los primeros días de mayo, ante la violencia reciente por el control de ese municipio en Tierra Caliente entre Los Caballeros Templarios y Cárteles Unidos. En sus recorridos por el país Sheinbaum debe estar empezando a ver una realidad que probablemente desconocía sobre la penetración y expansión del crimen organizado por la laxitud de la estrategia de seguridad del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Apatzingán es una secuela de lo que le sucedió a Sheinbaum hace 10 días en Chiapas, donde la detuvo un retén de encapuchados en una zona controlada por el Cártel del Pacífico (también llamado de Sinaloa), para conversar con ella. Este episodio, que ha sido minimizado por ella y por el Presidente, es un estudio de caso de lo que está pasando hoy en México: el control de los cárteles sobre grandes franjas de territorio, donde el poder y el gobierno lo tienen ellos. Pero también, de la opacidad de las cañerías de la narcopolítica que atraparon por dos días a la candidata en el sur mexicano.
Sheinbaum inició su gira por Chiapas el 20 de abril y recorrió ese día casi 400 kilómetros para pernoctar en Comitán. El tramo donde entró al México más profundo, donde cruzó territorios en guerra entre los cárteles del Pacífico y Jalisco Nueva Generación empezó en Ocosingo y terminó en Comitán, un trayecto de 100 kilómetros serpenteantes por las venas de la sierra chiapaneca. Comenzó a la hora del crepúsculo y viajó de noche por sus estrechos caminos en un convoy prácticamente sin seguridad, con apenas dos vehículos de la Guardia Nacional con cuatro elementos en la caja de las camionetas.
Normalmente nadie puede circular por esos caminos, menos aún de noche, sin correr el riesgo de toparse con las milicias del Cártel del Pacífico, que cuidan la retaguardia de las fuerzas que combaten más al sur con los grupos armados del Jalisco Nueva Generación y las organizaciones criminales guatemaltecas.
Sheinbaum y su comitiva recorrieron los 30 kilómetros que separan Ocosingo de Altamirano, donde inicia un territorio de nadie y, al mismo tiempo, de todos los grupos criminales, sin que nadie se interpusiera en su paso. Pasaron Altamirano rumbo a Las Margaritas, los 64 kilómetros más peligrosos de su trayecto nocturno, donde cuanto más se adentraban en los caminos del sur, más huellas de la guerra se podían observar: bazucas dejadas a la orilla de la carretera como parte del arsenal militar que utilizan los cárteles en esa región.
Como sucedió en el tramo anterior, nadie la molestó. No la detuvieron en retenes criminales, ni se aparecieron las camionetas con las Barrett montadas en la carrocería. Nadie en sano juicio transita por esos caminos de noche, salvo que quiera poner su vida en peligro. Ese es un territorio propiedad de los cárteles donde el Estado y el estado están ausentes.
El tramo entre Margaritas y Comitán es de apenas cinco kilómetros, y lleva de regreso a una zona donde el Cártel del Pacífico es predominante. Ahí no había vigilancia especial para la candidata. Tampoco hubo presencia del Centro Nacional de Inteligencia, ni el Ejército dispuso de un operativo que habría sido normal para la candidata presidencial, que además puntea en las encuestas.
Sheinbaum no tenía ningún aparato de seguridad fuera de los vehículos de la Guardia Nacional. En todo el trayecto de esa noche la desprotegida candidata fue un blanco fácil para quien quisiera aprovechar su vulnerabilidad. Los paramilitares de la Guardia Nacional, en el escenario de guerra que se vive en la zona, no habrían servido para nada, y un bazucazo habría sido suficiente para eliminarlos.
El no haber sido molestada, ni toparse con ningún retén, no puede ser suerte. Los cárteles, se puede conjeturar, fueron informados de que Sheinbaum iba a pasar por sus carreteras. Cómo lo supieron y cómo se habría dado un acuerdo tácito para darle libre tránsito, no se sabe.
La candidata durmió en un hotel cerca del Parque Nacional de Montes Azules sin cuidados especiales. Tampoco el gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón, envió protección policial. Quien podría ser la próxima presidenta de México fue dejada a su suerte o se tenía conocimiento de que estaba protegida por una fuerza superior. El viaje hacia el sur del estado se reinició al día siguiente, rumbo a Motozintla, cuyo recorrido fue a lo largo de la línea de fuego entre los cárteles del Pacífico y Nueva Generación.
Como la víspera, nada interfirió su paso al cruzar las líneas de fuego. Pero al llegar a Motozintla sucedió lo que aparentemente fue inesperado, un retén de milicias del Cártel del Pacífico que vio la Guardia Nacional a lo lejos y no se detuvo, como indicaría el protocolo de seguridad, ni tampoco impidió que avanzara el vehículo de la candidata. En lo que podría interpretarse como una falla enorme de la escolta de Sheinbaum, se ahonda la duda de qué sucedió en las horas previas donde no hubo ningún sobresalto.
Cuando Sheinbaum llegó al retén pidió a los vehículos de la Guardia Nacional adelantarse. Poco a poco, fue abriendo su ventana y dialogó brevemente con los encapuchados, que le pidieron que al llegar a la Presidencia combatiera a los delincuentes en esa zona. En pocas palabras, que enfrentara al Cártel Jalisco Nueva Generación y a los guatemaltecos. Ella respondió que atendería su propuesta.
No se puede interpretar la respuesta como una promesa, sino como una frase mecánica. El micrófono de Latinus posiblemente los inhibió, porque no le dijeron lo que en otros momentos han afirmado a políticos en campaña, que se sienten traicionados por el apoyo que dieron militares y el gobierno chiapaneco al Cártel Jalisco Nueva Generación. En todo caso, Sheinbaum, que viajó a través de esa zona de guerra, tuvo una aproximación al país que eventualmente podría gobernar, el de territorios bajo control de criminales, consecuencia de la política que escogió López Obrador para transitar sexenalmente sin importarle el futuro.