A Ciro Gómez Leyva intentaron asesinarlo por encargo de alguien cuyo móvil aún desconocemos. La célula contratada para hacerlo fracasó por un error: la persona que investigó los movimientos del periodista no reparó en que usaba una camioneta blindada. Los disparos que le hicieron a quemarropa la noche del 15 de diciembre de 2022 no perforaron los vidrios, pero hubo una víctima, el criminal que se comió el blindaje, y fue asesinado por Héctor Martínez, apodado el Bart, para cobrarle la equivocación.
El Bart formaba parte de la célula y esa noche descargó su pistola sobre el parabrisas del vehículo de Gómez Leyva. No se arrepiente de lo que hizo, dice desde la cárcel, donde enfrenta un proceso por tentativa de homicidio. El Bart habló hace unas semanas con Saskia Niño de Rivera, activista y fundadora de Reinserta, una organización que atiende a menores y adolescentes víctimas de la violencia, y un segmento de la entrevista que realizó para su pódcast Penitencia fue transmitido por Gómez Leyva este lunes en Radio Fórmula.
La conversación no aporta mayor información, pero no era el objetivo de su entrevistadora. ¿Qué pudiera saber quien es el último eslabón de una cadena criminal? Casi nada; era una pieza desechable. A él lo contrataron para ejecutarlo. Pero la plática arroja otro tipo de información que permite entrar a la cabeza de un asesino y saber qué piensa y qué cree, a partir de su entorno y de la información que recibe.
El Bart es un asesino a sangre fría, como se define a quien mata sin sentir emociones. “Mi idea era muerte, libre y con dinero”, le dijo a Niño de Rivera. “Lo mato, me voy a donde me tenga que ir, me escondo un rato, se enfrían las cosas, coronado y ya. Tengo dinero. Tan, tan. Lo que sigue. Esa era mi idea. Yo me lo imaginaba en su camioneta con una sábana blanca”.
Si tan sólo fuera por dinero, volvería a intentar matar a Gómez Leyva. “Sí lo volvería a hacer, pero con más precaución”, agregó. Ya no iría acompañado; sería un asesino solitario. Haría la investigación previa, como lo ha hecho en un par de decenas de asesinatos que dijo ha cometido, y prepararía su escape. No cree, confió en la entrevista, que merece estar preso por el resto de su vida, mostrando que el valor de la vida no pasa de cambiarla por 10 años sin libertad. Delinquir ha sido parte de su vida, y aunque no le preguntaron detalles como a qué edad comenzó su carrera criminal, dijo que la inició vendiendo drogas en las calles, que es el punto de partida de los sicarios.
La entrevista, por lo que se adelantó, lo muestra sin remordimiento alguno, sin vergüenza cuando cruzaron miradas en el tribunal, y juguetón y cínico. No se le puede clasificar como inmoral, aunque tampoco como amoral, donde no procesa lo que está bien o mal. Decir, en una celda en la prisión de Santa Martha Acatitla, que cortando cabos sueltos y optimizando su escape volvería a atentar contra Gómez Leyva, refleja otra característica de los asesinos a sangre fría, no teme a las consecuencias.
Algunos asesinos tienen ese comportamiento porque son psicópatas –que tienen trastornos de personalidad antisocial– o son sociópatas –que tienen una afección mental que traza un patrón de violación de los derechos de otros sin remordimiento–. Estudios médicos arrojarían información sobre la cabeza del Bart, aunque hay similitudes en la forma de actuar de los sicarios. Hace algunos años, un procurador de Chihuahua me contó cómo el líder de una pequeña banda en Ciudad Juárez entró a una casa donde vivían dos ancianos y los mató a sangre fría. No los conocía ni robó nada, pero al terminar se sentó en la puerta de la entrada y esperó a la policía.
En la cárcel fue muy insistente para que lo trasladaran al pabellón de los narcotraficantes. Intrigado, recordó el procurador, lo movieron a ese sector para vigilarlo y entender su motivación. Descubrieron que el asesinato había sido una demostración a los narcotraficantes de que tenía la sangre fría para matar, porque quería que lo contrataran como uno de los sicarios del Cártel de Juárez.
El entorno de aquel joven sólo le daba para pensar en dinero y vida de excesos, lo que no es el caso del Bart. En su charla con Niño de Rivera, orillado por las preguntas, especuló que posiblemente el atentado se debió a su labor como periodista. Quizá, sugirió, querían matarlo “porque iba a hablar más de alguien”, algo que hacen los periodistas que “no se ponen a pensar que quizá tienen un paro (apoyo) más arriba que ellos”.
Su cavilación extraña, porque sus palabras se insertan en el campo de la política. Es claro que no es político ni tiene filiaciones políticas, pero se podría argumentar que habló de oído por las críticas a las que ha sido sometido regularmente por televisión. El Bart le dijo a Niño de Rivera que sabía quién era y lo seguía en Facebook, pero la refutó cuando lo llamó el mejor periodista del país. Es bueno, admitió, pero no el mejor. ¿Y quién sí? Joaquín López-Dóriga y Carlos Loret, agregó. Mencionó a un cronista deportivo que se le hacía el más sobresaliente y a Eduardo Salazar, de quien dijo que no era “amarillista” como los periodistas que mencionó, y que le gustaba al verlo en Foro TV.
Por sus referencias, el Bart debe ser consumidor en algún grado de información, porque sus razonamientos reflejan señalamientos contra los periodistas. Gómez Leyva, Loret y López-Dóriga son los más atacados por el Presidente por ser críticos. En el contexto mexicano, pensó que podía salirse con la suya. “¿Cuántos periodistas… han matado y no pasa nada?”, dijo. Tiene razón: 95 por ciento en cuanto a asesinatos y 100 por ciento en desapariciones. Él fue a la cárcel porque no mató a Gómez Leyva. De haber sido así, confió, tendría dinero y libertad. Probablemente también tiene razón.