Estrictamente Personal

Culiacán en guerra

La captura del ‘Mayo’ Zambada está generando una reorganización entre los cárteles mexicanos que no se veía desde 2008, cuando la captura de Alfredo Beltrán Leyva.

Lo que sucedió ayer en la mañana en Culiacán puede leerse perfectamente como un parte de guerra:

6:10 horas: cuatro personas fueron heridas en la sindicatura de Costa Rica, cuando se trasladaban en un autobús de transporte de la empresa Don Saúl en el poblado de La Loma, en la sindicatura de Quilá. Las dos sindicaturas, que forman parte del municipio de Culiacán, se encuentran en la parte final de la mancha urbana, al sur de la capital, y son territorios que han estado controlados por las milicias de Ismael el Mayo Zambada desde hace años.

7:45 horas: civiles armados en uniformes tácticos, presuntamente de los grupos de sicarios de los hijos de Joaquín el Chapo Guzmán, despojaron a familias de sus vehículos particulares en la autopista Culiacán-Mazatlán, conocida como la costera, poco antes de enfrentarse a unos 25 kilómetros, en los poblados Estación Dimas y Las Labradas, con las milicias de Zambada.

8:03 horas: civiles armados incendiaron dos vehículos en la colonia Prados del Sur, prácticamente en la periferia de Culiacán, donde operan los sicarios de Los Chapitos.

8:58 horas: incendio de un camión de la Coca-Cola en la colonia Pemex, cercana al aeropuerto de Culiacán, que es una zona controlada por grupos de Los Chapitos.

9:18 horas: tres tráileres incendiados bloquearon la carretera 15, la libre, que conecta Culiacán con Mazatlán, a la altura del poblado El Carrizal, controlado también por los sicarios de Zambada.

En ningún momento intervinieron las unidades de élite que envió el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, ni la Guardia Nacional, ni las fuerzas de seguridad estatales. Para efectos de prevención y protección de la ciudadanía, están de adorno. Las únicas participaciones activas que tuvieron ayer fue ayudar a Protección Civil del estado y a los bomberos a sofocar los incendios y a resguardar la zona. Donde hubo bloqueos, fue la propia población la que reabrió la circulación.

Hay una guerra declarada en la zona metropolitana de Culiacán entre las milicias de Zambada y de Los Chapitos, pero las fuerzas de seguridad federal y estatales se encuentran como observadores, dejando a la ciudadanía a su suerte, replicando lo que hizo el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto en la primera parte de su gobierno cuando, después de apoyar a uno de los grupos criminales que se disputaban la Tierra Caliente michoacana, permitió que se aniquilaran entre ellos para, al final, apoyar a quien iba ganando la guerra.

La estrategia, como se ha comprobado, fue un desastre, y hoy amplias regiones de Michoacán se encuentran totalmente controladas por los delincuentes. Eso es lo que se apunta en Sinaloa, donde se abrieron las hostilidades entre las dos facciones de la organización criminal tras la captura de Zambada a finales de julio, y el señalamiento directo del aún jefe del Cártel del Pacífico/Sinaloa de que fue traicionado por los hijos de su viejo socio el Chapo Guzmán.

La guerra se está librando fundamentalmente en el sur de Culiacán, donde se está observando desde el gobierno federal que la capacidad militar de los grupos de Zambada es superior a la que tenían calculada. De acuerdo con los informes gubernamentales, las milicias de Zambada tienen su fortaleza en las zonas rurales y están sacando armamento que probablemente fueron acumulando durante los 20 últimos años, para enfrentar a las fuerzas de Los Chapitos que se localizan en la zona urbana de Culiacán, que, de acuerdo con las fuentes consultadas, tienen bajo su control. Esta división de territorios, según un conocedor de las entrañas del poder sinaloense, se refleja también en las lealtades de las policías corrompidas en el estado, donde los municipales responden a Los Chapitos y la estatal a Zambada.

El gobierno de Sinaloa está totalmente rebasado, y el gobernador Rubén Rocha Moya ya no pudo seguir ocultando la realidad, como el martes, que dijo que no había enfrentamientos en Culiacán. Ayer reconoció que los ciudadanos “se han visto impactados” por la violencia generada por los dos grupos, y adelantó que era probable que siguieran los enfrentamientos armados, extendiéndose a Elota y Cosalá.

No hay explicación del porqué mencionó estos dos municipios en las faldas de la sierra de Durango, bajo control de Zambada, ni aportó detalles sobre cuál fue su fuente de la información. Sin embargo, por las denuncias del jefe del cártel, a las cuales el presidente y la Fiscalía General dieron legitimidad y fueron utilizadas para abrir carpetas de investigación, Rocha Moya ya tomó partido en esta guerra por Los Chapitos.

La batalla por Culiacán es parte de la guerra en la que están embarcadas las dos grandes facciones del Cártel del Pacífico/Sinaloa, pero difícilmente va a poder contenerse a la capital y a su zona metropolitana hacia el sur. De acuerdo con fuentes en el estado, Isidro Meza Flores, el Chapo Isidro, que llegó a desafiar y a derrota al Mayo Zambada en el norte de Sinaloa y controla Guasave, Los Mochis y Sinaloa Leyva, extendiéndose al sur de Sonora, ha tomado partido en esta guerra en apoyo de su hijo Ismael Zambada Sicairos, el Mayito Flaco.

Lo que está pasando en Culiacán probablemente tendrá repercusiones en Sonora y Nayarit, donde antiguos cómplices de la organización, como el Cártel de Caborca y los Beltrán Leyva, buscarán aprovechar la debilidad de los sinaloenses. En Jalisco, en cambio, se repetirá el fenómeno que se está viviendo en Sinaloa, porque la debilidad por enfermedad de Nemesio Oseguera, el Mencho, tiene fracturada en tres a esa organización criminal, disputando el futuro liderazgo.

La captura de Zambada está generando una reorganización entre los cárteles mexicanos que no se veía desde 2008, cuando la captura de Alfredo Beltrán Leyva, traicionado por el Chapo Guzmán y sus socios del Cártel de Sinaloa, rompió lo que se llamaba La Federación, integrada por los cárteles de Sinaloa, de Juárez y del Milenio. Pero a diferencia de ese momento, el gobierno de López Obrador es un testigo pasivo de la descomposición criminal, profundizando la crisis de seguridad y de violencia que enfrentará el nuevo gobierno.

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