Desde hace más de un siglo, Hollywood ha sido la meca del cine en el mundo, y ha generado programas de televisión que inspiraron a investigadores o ayudaron a la academia a explorar nuevas vías de conocimiento, como sucedió con los Expedientes secretos X. La industria del entretenimiento más poderosa que existe también ha ido de la mano, por décadas, de los aparatos de propaganda del Pentágono y el Departamento de Estado, para fortalecer la ideología, los valores y creencias de esa nación, en busca de objetivos políticos perfectamente definidos.
Walt Disney fue uno de sus grandes aliados, aunque nunca quiso hablar de sus años de colaboracionista, pero ayudó a modular el pensamiento norteamericano y reforzar su patriotismo en la Segunda Guerra Mundial, cuando el Pato Donald apareció donando uniformes a los reclutas del Ejército, y Mimí reciclaba la grasa del tocino para fabricar explosivos. Armand Mattelart y Ariel Dorfman escribieron en 1972 el libro Para leer al Pato Donald, que mostraba la colonización de los latinoamericanos a través del “American Way of Life”.
Muchos años después Joseph Nye, un académico de Harvard que fue subsecretario de Defensa, desarrolló la teoría del “poder suave”, donde Estados Unidos, mediante sus industrias culturales, utilizaba al entretenimiento en lugar de las armas para conquistar pueblos por la mente. Múltiples ejemplos vimos en las películas y series de televisión durante la Guerra Fría, donde la Unión Soviética era el enemigo. Caído el Muro de Berlín fue el narcotráfico el que la sustituyó, aunque efímeramente porque los ataques terroristas de Al Qaeda en Estados Unidos en 2001 movieron el eje de sus rivales hacia el fundamentalismo musulmán y la guerra contra el terrorismo.
Esto cambió recientemente y Hollywood, como en otras ocasiones, perfiló la ruta para dónde quiere hacer voltear a los estadounidenses y que, como consecuencia, se forme lo que Edward Herman y Noam Chomsky llamaron “la fabricación del consenso”. Esto lo estamos empezando a vislumbrar en la segunda temporada de Lioness, que en la primera siguió con el terrorismo musulmán, que evolucionó a un cártel llamado Los Tigres, de Ciudad Acuña, Coahuila, que secuestra a una diputada en su casa en Texas y la lleva a México.
En el análisis de las agencias de seguridad e inteligencia en el Situation Room de la Casa Blanca, un experto señala en la serie que no podían haberlo hecho sin alguien poderoso arriba de ellos. Ese enemigo es un agente del Ministerio de Estado de China –nombre ficticio, pero que podría empalmarse en funciones con el de Defensa Nacional que encabeza el presidente Xi Jinping–, acreditado en la embajada en México. El gobierno chino vinculado a los cárteles mexicanos, tal y como lo han venido señalando en Washington hace algún tiempo.
Hace casi tres años, un análisis de dos de los principales expertos en seguridad de la Brookings Institution, el centro de investigación demócrata en Washington, advertía que la presencia china en México se había expandido en unos cuantos años a actividades legales e ilegales. En junio, el Departamento de Justicia afirmó que el Cártel de Sinaloa tenía relación con las mafias chinas que lavan dinero del narcotráfico con ganancias superiores a los 50 millones de dólares.
No fue fortuito que desde hace casi dos años cambiara la política de tolerancia absoluta de la administración Biden con México a cambio de frenar la migración, y caminara hacia una actitud crecientemente crítica por la crisis del fentanilo en Estados Unidos, acusando al gobierno de Andrés Manuel López Obrador de ser laxo con el narcotráfico y el ingreso ilegal del opiáceo de China, que los cárteles mexicanos introducían a ese país.
El statu quo de la relación bilateral se modificó porque el fentanilo estaba matando a decenas de miles de estadounidenses por año, pero también porque una corriente de opinión en Washington considera que la droga es parte de una operación china de gran escala para acabar con esa sociedad desde dentro. De esta forma, a la guerra comercial abierta entre las dos potencias económicas se agregó la presunta estrategia militar de Pekín contra Estados Unidos, aprovechando sus altos niveles de consumo de drogas.
México quedó en medio de todo esto, y la serie Lioness, inspirada en un programa real de los Marines en Irak y Afganistán, está socializando lo que hasta hace muy poco sólo era interés de las élites: los chinos están usando a los cárteles mexicanos para matar a la sociedad norteamericana. El argumento es persuasivo y en lo que va de la temporada, no ha habido ninguna protesta oficial del gobierno mexicano.
Apenas hace unos días el gobierno de Coahuila dijo que emprendería acciones contra Paramount, la empresa que la produce, por utilizar patrullas cuyo diseño es el que tiene la Policía Estatal. También emplean vehículos con los logos, la tipografía y los colores de la Guardia Nacional, que no se sabe si es un uso no autorizado o algún funcionario obradorista lo permitió.
La exitosa serie de Paramount, conociendo el pasado que ha jugado Hollywood como parte de un diseño estratégico político-militar, o incluso inadvertidamente, se inscribe en el contexto geopolítico en el cual se encuentra inmerso México, y las amenazas arancelarias del presidente electo Donald Trump si el gobierno de Claudia Sheinbaum no actúa contra la migración indocumentada y contra el crimen organizado.
Ambos temas han sido inscritos en el marco de la seguridad nacional y deben abordarse como el objetivo final de las amenazas arancelarias. La intimidación de Trump es vista por muchos como transaccional –punto de partida para la negociación del acuerdo comercial norteamericano–, pero la vinculación china a las actividades ilícitas de la migración indocumentada y el tráfico de fentanilo no es transitable en Washington.
Responder con estadísticas es una parte del camino, pero Trump responde a imágenes, no a cartas, y como Biden empezó a manejarlo, el caso chino es un asunto de Estado para Washington, donde el comercio es un vehículo para obligar a México a que se defina en qué parte del tablero quiere estar, China o Estados Unidos, donde los matices y las dudas no tienen cabida.