Donald Trump excluyó a la presidenta Claudia Sheinbaum de su lista selecta de líderes invitados a su toma de posesión el próximo lunes en las escalinatas del Capitolio. Algunos pensarán que es un desaire luego de haber hecho público que lo haría, pero haberla eliminado de la lista –si es que alguna vez realmente estuvo considerada– es un elogio inopinado de Trump hacia Sheinbaum, porque no se mezclará con un puñado de líderes de extrema derecha o dictadores en una ceremonia donde el presidente electo, como muchas cosas que ha hecho, rompió con todos los antecedentes y por primera vez en la historia de las tomas de posesión en su país, será acompañado por gobernantes extranjeros.
La lista de dignatarios invitados es una aproximación al pensamiento de Trump y una marca de dónde está parado, identificando sus aliados estratégicos, así como sus miedos, como fue la invitación al presidente chino, Xi Jinping, con cuyo país Estados Unidos está luchando por la hegemonía mundial. Jinping había anticipado que no asistiría, pero que enviaría una delegación de muy alto nivel. Esta invitación era de alto riesgo, aunque había pocas probabilidades de que el líder chino se prestara a servir de actor de reparto en Washington.
Por lo demás, salvo el caso del canciller japonés Takeshi Iwaya, que parece haber actuado con audacia y aprovechó las invitaciones protocolarias al cuerpo diplomático acreditado en la Casa Blanca para asistir a la toma de posesión –normalmente se presentan quien encabeza la embajada y su pareja–, como jefe de la diplomacia nipona, Trump se rodeará de personas que piensan como él y que forman parte del mundo que sueña construir sólidamente a partir del lunes.
En la lista aparecen dos mandatarios latinoamericanos en funciones, Javier Milei, de Argentina, y Nayib Bukele, de El Salvador. Milei es el ariete que está construyendo el trumpismo en el Cono Sur americano para contener la ola de gobernantes de izquierda en esa región, y de ahí comenzar a girar a las naciones latinoamericanas hacia modelos libertarios –como él– o de extrema derecha. Al otro que están cultivando los trumpistas para que pudiera cerrar la pinza con Milei, es al mexicano, que está construyendo desde el Movimiento Viva México una opción de extrema derecha.
Eduardo Verástegui ha estado con Trump y es cercano a varios miembros de su equipo, aunque el proyecto mexicano del MAGA –Make America Great Again– se antoja hoy de largo plazo y sin muchas posibilidades, en el actual horizonte, de cuajar. Verástegui ha tenido contacto directo con Milei y con Bukele, el darling del radicalismo que encarna lo que quisiera Trump de Sheinbaum, medidas draconianas y una mano extremadamentemete dura para combatir a los criminales, sin voltear a ver si en el camino, como en El Salvador, hay violaciones flagrantes a los derechos humanos.
Sheinbaum no cae en el diseño trumpista del revigorizado expansionismo norteamericano, cuya doctrina de “América para los Americanos”, proclamada por James Monroe, el quinto presidente de Estados Unidos, en 1823 para contener el hambre europea por conquistar Latinoamérica, fue decretada muerta 90 años después por John Kerry, el entonces secretario de Estado del presidente Barack Obama. Milei, Bukele, Verástegui y Jair Bolsonaro, el expresidente de Brasil que intentó, como hizo Trump con Joe Biden, descarrilar el gobierno electo de Luiz Inácio Lula da Silva, y que figura en la lista de invitados a la toma de posesión, sí forman parte de este proyecto continental trumpista.
Hay afinidades políticas e ideológicas de Trump con ese grupo, como también con otros personajes invitados a la toma de posesión, como el primer ministro de la India, Narendra Modi, que gobierna de manera autócrata la democracia más grande del mundo, que será representado por su canciller, y Giorgia Meloni, primera ministra de Italia y jefa del partido ultraderechista Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), que junto contra el déspota Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, alter ego del próximo presidente, son los únicos gobernantes europeos a quienes les corrió invitación.
Meloni y Orbán son el equivalente trumpista de los presidentes latinoamericanos en Europa, donde el próximo jefe de la Casa Blanca tiene claro lo que desea, decirle adiós a la alianza atlántica de la OTAN y tender los lazos de hierro con la extrema derecha que piensa como él, o cree que puede manipular. En la lista de invitados figuran dos de quienes quiere utilizar como caballos de Troya, los políticos de extrema derecha del Reino Unido, Nigel Farage, y de Francia, Eric Zemmour, que encabeza un partido con cuatro años de edad, Reconquête (Reconquista), y que ha llamado a Marine Le Pen, la hija del fundador de la extrema derecha francesa de la posguerra y líder del Frente Nacional, como una “mujer de izquierda”.
Farage es líder del partido populista de extrema derecha Reform UK, y es miembro del Parlamento británico, y en diciembre estuvo en la residencia de Trump en Mar-a-Lago, donde discutió con el magnate Elon Musk, convertido en figura permamente del presidente electo, con voz, voto y decisión en estrategia política, una posible donación de 100 millones de dólares para su partido, la más grande de ese tipo en el Reino Unido. Musk, con el aval de Trump, está explorando vías de financiamiento a grupos de extrema derecha en esa nación con el propósito de desestabilizar al primer ministro, Keir Starmer, y provocar su caída.
La lista de invitados muestra la primera línea de dignatarios extranjeros con quienes piensa Trump reordenar la correlación de poder en el mundo a su manera. La exclusión de Sheinbaum del club de los radicales, si bien la debe hacer sentirse tranquila, tiene que levantar sus alertas todavía más. No es una aliada estratégica imprescindible –Trump sigue estando dispuesto a repudiar el acuerdo comercial norteamericano–, sino cabeza de un país al que desprecia, como se vio cuando ni siquiera igualó a México con Canadá en su pretensión de anexarlo como estado de la Unión Americana.
La lista de invitados es un gran mensaje para Sheinbaum. Sabe dónde está exactamente parada en la mente de Trump y qué es lo que quiere. Abrió sus cartas. Ahora la Presidenta tiene que trabajar sus escenarios.