Sobreaviso

Democracia de nunca acabar

El 7 de junio, el país no amanecerá con la certeza política que debería arrojar la incertidumbre electoral.

El 7 de junio –el día después de las elecciones y, cosa curiosa, el día nacional de la libertad de expresión–, el país no amanecerá con la certeza política que debería arrojar la incertidumbre electoral. El resultado de la jornada dominical no zanjará las diferencias ni el desencuentro. La única certitud será haber transitado a la democracia sin consolidarla y, por lo mismo, haber hecho de ella cuento de nunca acabar.

Al margen del pronóstico del clima de ese lunes, el cielo político se mostrará encapotado, amenazando con dejar caer una tromba de enredos y problemas postergados. Una tempestad ante la cual, el malestar en distintos sectores sociales –confinado y acumulado por meses– podría desatar un huracán.

Presumiendo sin acreditar una supuesta convicción y voluntad democrática, actores y partidos, acompañados por coro y orquesta, han dejado ver acciones y reacciones propias de la satrapía o canalla política. Pulsiones autoritarias y reaccionarias que, en el afán de someter o doblegar al adversario, podrían conducir a una fractura.

Los veintitrés días que median entre esta fecha y el 6 de junio serán difíciles. Sin duda, estarán plagados de operaciones, amagos, escándalos y lances que, en el exceso o el descuido, podrían hacer de los siguientes, días de guardar.

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Más de un elemento ha sido puesto y dispuesto no para resolver las diferencias en las urnas, sino para profundizarlas. Si ya desde hoy se advierte rechazo a reconocer el resultado electoral, ni pensar en el repudio a aceptar la consecuencia política.

Dirigentes y candidatos, cuadros formados y deformados, legisladores con y sin experiencia, algunos jueces y consejeros electorales e, incluso, el presidente de la República no han tenido empacho en hacer de su respectiva posición, trinchera para defender posturas o catapulta para imponerlas. De su espacio, hicieron teatro de operación belicosa a costa de la democracia que juran respetar, venerar y guardar como su más cara prenda. Sin embargo, un preocupante toque de incivilidad y arrebato bautiza su actitud política.

Sin querer y adrede, de buena y mala fe, rebotando entre inocencia y culpa, los actores han hecho de errores y abusos políticos una comedia que de no suponer ribetes lesivos para la democracia y el Estado de derecho causarían hilaridad, en vez de inquietud.

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Si el Ejecutivo aseguraba estar de licencia como militante de Morena por su función presidencial, terminó actuando como dirigente de esa fuerza desde Palacio Nacional. De la sana distancia pasó a la insana cercanía, sin reparar en el uso indebido de recursos, foros e instrumentos públicos con propósito electoral o partidista.

En sentido contrario a la recomendación de nunca sacar el revólver si no es para disparar, él resolvió no disparar el revólver político, pero siempre traerlo amartillado y de fuera. Rinde más amagar a este o aquel adversario, real o ficticio, con proceder en su contra por supuesta corrupción, que actuar en consecuencia. No en vano, pese a la constante y reiterada denuncia de corrupción, sólo hay en prisión dos políticos de relativa talla.

El punto final que el mandatario proponía aplicar ante hechos de esa índole, cometidos hasta antes del inicio de su gestión, resultó punto seguido en el uso del brazo de la justicia como ariete político.

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Si un sector de la sociedad obligó a la oposición a aliarse para arrebatarle la mayoría parlamentaria a Morena, ese frente no tiene visos de evolucionar de lo electoral a lo político. Tanto así que más de un opositor respalda con su voto en el Congreso los proyectos del gobierno y su partido. La oposición va junta a la elección, pero no aliada para lo que sigue.

En la redistribución de su enclenque poder, a ella le importan las posiciones, no las posturas y, entonces, la alianza es un castillo de naipes. No se advierte el tránsito de la alianza electoral a la política, porque el nombre de su juego es sobrevivir y rogar que los errores de Morena la favorezcan.

Esa oposición vive de prestado y, aun así, se resiste a hipotecar las posiciones que pudiera obtener. Puestos y asientos son para sí, sobre todo, para la élite dirigente y los cuadros reciclados. El principio es simple: una cosa es oír y usar a la sociedad cercana a ella, y otra abrirle la puerta y dejarla pasar.

En su concepto, la política es patrimonio indivisible.

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Complementan ese cuadro, algunos consejeros y jueces electorales más interesados en participar que en arbitrar el concurso o más interesados en salvar o vender su pellejo que en impartir justicia.

En nombre de la democracia y el Estado de derecho, algunos de ellos colocan sus propias fichas, hacen apuestas, miran de reojo al graderío buscando agradar a su padrino o patrón, ajustan criterios o resoluciones al calor de las presiones y, eso sí, simulan indiferencia ante el resultado electoral porque, según esto, sólo los mueve emparejar la cancha y garantizar las condiciones de la competencia, por no decir incompetencia electoral.

Juegan sin decirlo y, al ritmo de su interés, silban o sentencian haciendo malabares a fin de mostrar autonomía, imparcialidad e independencia.

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Al amanecer del lunes 7 de junio, en el marco de la incertidumbre política, despertarán las acciones de inconstitucionalidad, las controversias constitucionales, los litigios comerciales y laborales con el vecino, la barbarie criminal, el peritaje de la tragedia del Metro, el temor de los inversionistas, la falta de recursos para garantizar derechos fundamentales… y, a ver cómo amanece, el sentimiento poselectoral y pospandemia acicateado por el malestar ante el fracaso de la política y estar, otra vez, frente a la democracia de nunca acabar.

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