Por lo visto, los dirigentes políticos y partidistas saben medio contar votos, pero no leerlos ni comprenderlos a carta cabal y muchos menos acatar el mandato cifrado en ellos. Sin dominio pleno de la aritmética, menos entienden la matemática política. El resultado del domingo pasado lejos estuvo de ser un empate electoral, pero –si no se analiza y asimila lo ocurrido: mantener, pero ajustar la estructura, la distribución y el ejercicio del poder– la consecuencia puede ser la de un empantanamiento político.
Si las fuerzas en pugna no decodifican ese mensaje y obedecen su dictado –transformar el país con equilibrio– no podrán elaborar estrategias adecuadas al interés nacional. No es cosa de acicatear el furor o el miedo social para valorar qué pesa más en el ánimo y el vigor popular o ciudadano y determinar qué se puede hacer con eso. No es cosa de infligir heridas y, luego, procurar cicatrizarlas.
No basta reconocer el resultado electoral, es fundamental asumir la consecuencia política y jugar sin abuso, engaño ni soberbia el rol correspondiente. No vincular y conjugar esos factores –resultado, consecuencia y equilibrio– impedirá darle perspectiva al país, dejando por saldo una división superior a la prevaleciente.
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Sólo como un mecanismo de defensa se justifica el embuste de la coalición opositora proclamando una victoria. No hay tal.
No triunfó la oposición, se descalabró. Sí, ganó más asientos en la Cámara de Diputados, pero no tantos como para hacerse de la mayoría ni anular la posibilidad de que el gobierno y su partido reintegren una mayoría calificada. No alcanzó su objetivo y sí, en cambio, perdió la friolera de once gubernaturas y más de una mayoría parlamentaria en las legislaturas locales. El pequeño descenso en la presencia distrital de Morena y sus aliados fue un gran ascenso en la presencia territorial.
No entenderlo así sólo llevará a la oposición a fallar de nuevo en la estrategia; a engañarse y engañar a sus simpatizantes. Y, por lo visto, está dispuesta a ello. El precipitado anuncio de repetir en 2024 lo hecho ahora sin examinar lo sucedido, no es augurio de un mejor desempeño.
Se dijo a tiempo, no basta oponerse sin proponer, juntarse sin estar unidos, frenar para cambiar el rumbo, pegar pedazos sueltos para armar un frente, imbuir miedo para generar coraje. No era cuestión de firmar un papel señalando contra qué iban, sin decir por qué iban y olvidando el resultado del anterior pacto suscrito.
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Sin desconocer el logro en el Legislativo y la federación, sólo como una pérdida del sentido de realidad se comprende la postura oficialista achacando la derrota en más de un enclave urbano a una campaña de desprestigio o una indebida atención a los pobres.
De seguro esos factores influyeron, pero la causa principal del revés sufrido en la capital de la República y otras ciudades fue simple y llanamente la comisión de errores. La obstinación de sostener como si nada el proyecto pese a la pandemia; apoyar abierta o encubiertamente a candidatos impresentables como Félix Salgado Macedonio o Ricardo Gallardo; jugar a liderar sin encabezar a un movimiento desacompasado; pedir no intervenir en la campaña, interviniendo en ella; atender primero a los pobres, desatendiendo al resto; y confrontar, desconsiderar, vituperar y lastimar a sectores de las clases medias urbanas. Todo ello cobró su factura en la ventanilla de la Ciudad de México. La falta de cohesión, institucionalización y organización del partido en el poder hizo el resto.
El presidente López Obrador perdió el respaldo de sectores de la clase media que, en su origen, lo respaldaron. A la jefa del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, le tocó pagar los platos rotos. El revés sufrido en la capital de la República y otras ciudades fue un golpe autopropinado. Hubo zancadillas, pero fueron más los tropiezos.
Qué bueno que el Ejecutivo quiera ahora cicatrizar las heridas infligidas por él mismo, pero mal no haría en sentarse a leer y entender los números electorales.
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Desde luego, siendo tantas la elecciones habidas el domingo y tantas las posiciones en juego es –como dice Mauricio Merino– imposible pensar en un mandato único, emanado de las urnas.
Cierto, pero es evidente que el voto de la ciudadanía se ha sofisticado y, a diferencia de lo ocurrido en algunos círculos intelectuales y redes sociales, no cayó en el garlito de alinearse con un bando u otro, practicar la lógica binaria de estar al cien a favor o en contra ni de reducir las elecciones a un juego eliminatorio. Visto de conjunto el resultado, no es aventurado concluir que, a más de reivindicar la democracia como el sistema para buscar solución pacífica y civilizada a conflictos y diferencias, se optó por ajustar la estructura, la distribución y el ejercicio del poder sin cambiar su estado. No se repartieron premios y castigos contundentes.
El electorado actuó con mayor sensatez que la clase política que dice representarla. Cumplió con el deber y ejerció el derecho de votar. Demandó matizar posturas, pero insistió en transformar el país en armonía y de conjunto, en impulsar un cambio inteligente y equilibrado, sin dogmas ni rupturas.
Está ahora en el resorte de las fuerzas políticas entender y acatar ese mensaje porque, aun cuando los memes juegan a levantar muros, el mandato es derribarlos. Mal no estaría que sus integrantes se inscribieran en un centro de rehabilitación política porque para reinventarse es precondición reconocer que se está agotado.
Por cierto, no estaría demás cancelar la consulta pública sobre los expresidentes de la República, es tiempo, dinero y esfuerzo tirado a la basura, y lo que urge es hacer política. Entendernos.