Sólo si el gozo de ejercer el poder ha terminado por minar su inteligencia e instinto, a la percepción del Ejecutivo no puede escapar cómo el cuadro económico, social y político –en particular, al interior de los partidos– está complicándose de más en más, por no decir, formando un pozo.
La recuperación económica redujo su ritmo, pero no la inflación. La iniciativa de reforma eléctrica perdió energía, apenas el embajador estadunidense Ken Salazar manifestó preocupación en torno a ella. El aprisionamiento de Emilio Lozoya no oculta el revés sufrido por la Fiscalía y el gobierno. El juego de la sucesión presidencial amaga con concluir en ruptura. El movimiento de regeneración parece partido de degeneración. La actividad y la violencia criminal reavivan la indignación social. El relajamiento de la sana distancia recomendada a causa de la pandemia amenaza, al menos en la capital de la República, con formar una nueva ola de contagios, aun cuando enfermos y muertos ya no conmuevan.
Sí, claro, puede ignorarse todo eso y entretenerse con el nutrido y creciente catálogo de asuntos con que el Ejecutivo provoca la discusión y distrae la atención, pero el telón de fondo de la realidad advierte de un peligro: perder la oportunidad de darle perspectiva a la nación y oír, como muchas otras veces, el lamento de quien primero promete transformar al país y luego concluye justificando el vano intento, diciendo: hice lo que pude, habiendo hecho poco.
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En la lógica y la agenda presidencial, estos últimos días debió discutirse –como en más de un caso ocurrió– una serie de cuestiones planteadas con ligereza, ante las cuales el mandatario no dejó ver intención de emprender acción alguna en serio. Las colocó como quien desata una ríspida conversación, nomás por platicar de algo.
De entrada, acusó la derechización de la Universidad Nacional para ponerse, según su decir, al servicio del neoliberalismo. Abrió fuego, pero sin referir un par de hechos: el centro de estudios superiores concebido por él y diseñado, creado y desarrollado bajo su acuerdo –como lo es la Universidad Autónoma de la Ciudad de México– que cumple veinte años estos días, incumple el propósito de su fundación; y las universidades del bienestar que, sin acabar de despegar ya afrontan problemas laborales que cuestionan su institucionalidad. ¿Cómo exigir cuentas, sin rendir las propias? Asedió a la UNAM, generó ríos de tinta sin mirar el espejo y, luego, cambió el foco de atención.
Durante el fin de semana, la materia ya fue otra. El mandatario propuso sin éxito otra discusión: cómo la promoción de los derechos humanos, ambientales y animales, así como del movimiento feminista fueron y son, a su parecer, los cuatro jinetes del neoliberalismo para, en el impulso de aquellos, saquear a gusto los recursos de las naciones desiguales o empobrecidas por la voracidad de aquel modelo. Pese al deseo presidencial, casi nadie se enganchó.
En el curso de la semana se pasó a otra cuestión. Reconocer cómo, sin decirlo ni aceptarlo, el mundo –o, al menos, los países empeñados en evitar el sobrecalentamiento– esperaba el programa lopezobradorista Sembrando Vida para saber qué hacer y, entonces, decidir la reforestación del planeta. Como el aguacate, aportación de México al desorientado mundo de hoy.
Y, desde luego, sostuvo un tema que, sin duda, permanecerá meses en la cartelera: la revocación del mandato presidencial para ratificarlo. Un ejercicio que maltrata un valioso instrumento de participación directa en la democracia y, a fuerza de torturar al lenguaje, se quiere inaugurar para obtener el resultado contrario al inscrito en la Constitución. Qué mejor destino de tres mil 800 millones de pesos, cuando escasean los recursos públicos.
Un asunto tras otro sin profundizar en ninguno y, en cierto modo, frustrando cualquier posibilidad de incidir en alguno por los términos del planteamiento. Curiosa y absurdamente, presentándose como el transformador, el mandatario vacuna a las instituciones contra cualquier cambio o ajuste posible, por la forma de abordar el problema. El radicalismo anula la reforma.
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Fuera del catálogo temático y la agenda presidencial queda la realidad, en cuyo tablero comienzan a titilar los focos rojos.
La recuperación económica da tumbos. El banderazo de salida en pos de la candidatura presidencial distrae de su función o representación a los aspirantes y el método de selección del abanderado deja entrever la posibilidad de una ruptura o desgajamiento. El movimiento de regeneración sin López Obrador al frente, anula al dirigente –se puede ir sin problema, le dijo Paco Ignacio Taibo II a Mario Delgado–, y lo convierte en partido de degeneración, igual que el resto: arena de pleitos por posiciones o posturas; crisis alivianada sin querer por la oposición que, sin líderes ni dirigentes, es franquicia al portador o patrocinador.
El giro en el trato privilegiado dispensado por meses al ahora delator sin crédito preso, Emilio Lozoya, exhibe –como en otros campos– el problema de generar expectativas sin sustento y deja mal parado al obediente fiscal independiente. Y otra vez, como desde hace mucho, la violencia criminal enerva, sobre todo, al advertir de nuevo la falta de una estrategia en contra de ella.
Ojalá, en medio de ese cuadro, la virtual invitación a arremolinarse en desfiles, espectáculos, campañas de consumo y mítines en puerta, no levante otra ola de contagios en esta temporada porque, entonces, la indolencia no encontraría justificante, así se haga sonar el toque de silencio en las ceremonias.
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El tiempo de rectificar pasó, ahora queda contener, evitar pasar del gozo al pozo, reconsiderar el sentido y el ejercicio del poder.