Desde el momento en que el presidente de la República confundió prisa con velocidad, abrió sin plan múltiples frentes de acción gubernamental y lanzó programas indiscriminadamente sin dominar la administración de ellos y, más tarde, comenzó a precipitar decisiones o radicalizar posturas –dictadas, quizá, por la desesperación–, se entrampó y puso en riesgo la viabilidad de su gestión, convirtiendo su desenlace en un albur.
Con la gana de llevar a cabo una histórica transformación sin reconocer ni preservar aquello que sí funcionaba –una cosa es desmantelar un régimen; otra, cambiarlo–, el mandatario incurrió en dos errores. Uno, identificar a adversarios, en vez de aliados donde quería incidir, hasta restar apoyo a su causa. Dos, hacer muy buenas cosas de muy mal modo, hasta estampar como sello de su actuación, el de la incertidumbre.
En cierto modo, la consulta sobre la revo-ratificación de su mandato a realizarse este domingo resume ese estilo personal de gobernar sin asegurar el propósito, tino y sentido del ejercicio del poder.
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Abundan los ejemplos de buenas acciones mal hechas.
Es difícil discrepar de la necesidad de consolidar la compra de medicamentos y evitar la corrupción, así como el despilfarro de dinero. Sin embargo, ello no permite convenir en desarmar el anterior modelo sin garantizar el funcionamiento y la eficacia del superviniente. Y es inaceptable que, ante la falla cometida, se evada o niegue la responsabilidad y se tilde de golpistas a quienes requieren y reclaman medicinas.
Es difícil disentir de la idea de reconfigurar las seis refinerías existentes y producir más gasolina. Pero ello no lleva a coincidir en la necesidad de construir una nueva sin tener certeza de su pertinencia.
Es difícil divergir de la intención de evitar el alza del precio de los combustibles. Sin embargo, es imposible converger en el vano artificio de sostenerlo, abriendo un boquete en las finanzas y negando el entorno que determina el precio.
Es difícil ignorar que la reforma realizada el sexenio pasado en el campo del petróleo y la electricidad sacrificó a las empresas productivas del Estado en esos ramos hasta quebrarlas. Ello, sin embargo, no conduce a reconocer como un acierto dar un campanazo en esas industrias que, a la postre, puede agravar el problema existente…
En fin, son muchos los ejemplos de buenas acciones mal hechas. Los mencionados sólo sirven de ilustración. Hay más, desde luego.
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Tal forma de encabezar y conducir el gobierno está dando lugar a una absurda paradoja.
Si la médula del proyecto lopezobradorista se sintetiza en la intención, como dice el mismo mandatario, de separar la economía de la política, ahora se está juntando la política a la economía. Si durante las últimas décadas el mercado sometió al Estado en algunos campos hasta borrarlo, la solución no estriba en tratar de revertir la situación. No es cosa de llevar a cabo esa operación como si la prevalencia de la economía sobre la política o la inversa funcionara al modo de un switch.
La globalización económica ha impactado y limitado de tal modo a la política que las decisiones nacionales ya no quedan al simple arbitrio de la voluntad de quien lleva las riendas de un país. Esa es parte de la crisis de gobernanza aquí como en muchos otros países. El modelo económico y el régimen políticos no han encontrado el equilibrio ni la armonía entre sí.
Desde esa perspectiva, pretender la sujeción de la economía a la política sin un esmerado cálculo de los efectos que ello puede acarrear, es una aventura susceptible de concluir en un problema superior al prevaleciente. Por eso, en el marco de la polarización, asombra cómo algunos sectores adoran el pasado reciente y otros el remoto y ninguno ve hacia adelante.
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Buenas acciones mal hechas también se están generando en el campo de política política.
Una de ellas es el ejercicio de revo-ratificación del mandato presidencial que alcanzará su punto de culminación el próximo domingo. En la prisa por incorporar a la democracia representativa instrumentos de participación ciudadana directa, se garantizó la consulta popular y, en el caso, la revocación del mandato presidencial. Pero, como otras buenas acciones, se hizo mal.
El mecanismo se incorporó a la Constitución sin encuadrarlo ni engranarlo bien en ella. Luego, se reglamentó tardíamente y de pésima manera. Tan mal, que sus creadores impusieron una mordaza a los principales interesados en promover el ejercicio en un sentido u otro y, ahora, endosan el error al árbitro que silba según el reglamento. Y tan mal, que habiéndola intitulado Ley Federal de Revocación del Mandato, torturaron su lenguaje y torcieron su espíritu, para plantear la posibilidad de la ratificación en la pregunta que establece la norma.
Por si ello fuera poco, en la necedad sin necesidad de implantarla desde hoy y supuestamente para siempre, se decidió instrumentarla a partir de un absurdo político, legal y económico. Quienes quieren que el Ejecutivo siga en el poder, solicitaron revocarle el mandato para ratificarlo. Ante el problema legal de no poder hacer propaganda violaron la ley, burlándose de la autoridad electoral. Todo por sólo mil 700 millones pesos que bien se podrían destinar a una de las muchas necesidades insatisfechas que hay.
Si la siguiente buena acción mal hecha es la reforma del régimen electoral, a ver si no se repite el absurdo de desmantelar un régimen sin armar otro.
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Más allá del deseo presidencial, el calendario sexenal y las decisiones precipitadas que el mismo Ejecutivo tomó marcan ya el ocaso de su mandato. Tiempo de desvanecer la incertidumbre que, por lo pronto, sella su gestión y planta interrogantes sobre su desenlace.
Buenas acciones mal hechas marcan la gestión presidencial. Si el Ejecutivo no desvanece la incertidumbre que sella su actuación, aun con el mandato ratificado le faltarán respuestas.