Sobreaviso

¿Antihéroes con plan B?

De no advertir y corregir los errores cometidos por el gobierno y su movimiento desde las elecciones del año pasado, el grupo en el poder puede quedar como un elenco de antihéroes.

Qué alivio, la culpa fue de los antipatriotas no de los antihéroes que guardan el destino nacional. ¡Patria o suerte, venceremos!

Esa justificación de lo sucedido con la reforma eléctrica es una opción y, por lo visto, es la adoptada por el gobierno y su movimiento: cargar la cuenta al enemigo, enarbolar e impulsar un encendido discurso en su contra, exhibirlo en el tendedero de la traición nacional y, ¡uf!, encontrar consuelo y desahogo en la plaza pública tras la derrota en el salón de plenos.

Incluso, esa alternativa puede arrojar importantes dividendos. Desvanecer inevitables y costosos litigios con intereses y gobiernos extranjeros que, de haber sido aprobada en sus términos, podría acarrear la reforma. Y, por si fuera poco, derivar de inmediato beneficios políticos y electorales, por no decir tan pronto como junio. ¡Qué dicha ganar perdiendo, y salvar cara sin necesidad de reflexionar ni rendir cuentas! Pero qué difícil presentarse como un dolido, pero convencido demócrata a regañadientes.

De rechupete, el saldo. Sin embargo, mientras el gobierno y su movimiento no cobren cabal conciencia del cúmulo de errores cometidos desde las elecciones intermedias, de la falta de estrategia y el desasosiego con que actúan desde entonces, de la urgencia de fijar prioridades y asegurar los capítulos rescatables del proyecto, y de la necesidad de diseñar en serio la sucesión y la campaña presidencial, tarde que temprano, pero antes del 2024, se toparán con una sorpresa: el sendero no necesariamente los lleva adonde quieren.

Quedarán como los antihéroes que, ante el temor al ridículo, despliegan un plan B, un sketch más grotesco que el original.

Puede no parecerlo, pero funcionarios, legisladores, dirigentes y cuadros de Morena hicieron todo para que la iniciativa de reforma eléctrica fracasara.

Colocaron como abanderado del proyecto a un político sin crédito ni capacidad de interlocución, como lo es Manuel Bartlett. Anunciaron la iniciativa mucho antes de presentarla, dando ventaja a quienes fueran a resistirla. Sometieron el proyecto tardíamente, cuando ya no contaban con posibilidad de integrar una mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Dejaron como coordinador de los diputados a un cuadro sin oficio ni tablas para operar en la adversidad política, como lo es Ignacio Mier. Aceptaron armar foros sobre la reforma para oír e ignorar lo que en ellos se dijera. Negaron la negociación. Y más de seis meses después de haberla enviado al órgano parlamentario, no pudieron atraer ni un solo voto extra a los que tenían seguros. Ni uno. Increíble.

Es difícil concebir tal actuación como una estrategia, sobre todo reconociendo el instinto político presidencial. Tal dificultad, quizá, se explica a partir de un dato que genera suspicacia: las presiones foráneas que, obviamente, fueron in crescendo conforme se acercaba la hora de tomar la decisión legislativa. Si con tal de no doblarse ante aquellas ni renunciar públicamente a la idea de impulsar en sus términos la reforma o matizarla, la salida airosa –si así se le puede llamar– era radicalizar hasta lo imposible la postura, dejar caer los brazos y, más tarde, ante el fracaso, levantarlos para señalar como culpable a la resistencia opositora, una punta de antipatriotas.

¡Patria o suerte, mejor ahí nos vemos!

En el plano inmediato, frenar la reforma eléctrica –diciendo acelerarla– conjuraba problemas económicos y diplomáticos y, a la vez, dejaba dividendos políticos y electorales domésticos. Cierto, sin embargo, en el plano mediato implicaba e implica efectos secundarios delicados, de no muy fácil solución.

La atmósfera de linchamiento generada dificulta la intención presidencial de impulsar las otras dos reformas constitucionales: la del régimen electoral y la de la adscripción de la Guardia Nacional al Ejército. Tras tildar de traidores y antipatriotas a los adversarios, cómo van a entrar a negociar con ellos los guardianes del destino nacional. Dar esa machicuepa político-ideológica o cancelar la promoción de esos proyectos no será nada sencillo… y sí pueden significar al gobierno y su partido otro revés, uno más.

La ofensiva lanzada por el gobierno y su movimiento contra la oposición conlleva una paradoja: la cohesiona. Aquella burlona recomendación oficial, instándola a unificarse, terminó por concretarla el grupo en el poder. Está por verse, desde luego, si la alianza opositora que ahora festeja desde la queja lo sucedido con la reforma eléctrica, es capaz de aprovechar el regalo con que el gobierno y su partido la obsequió, pero esa oportunidad la tiene en frente como nunca la había visto.

La lealtad, obediencia y disciplina desplegadas hasta la obsecuencia por los precandidatos presidenciales de Morena –en particular, Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard– los coloca en un apuro. Tomar distancia de su jefe y líder vulnera su posibilidad; pero cerrarla, la intoxica. Hoy, por lo pronto, su propia personalidad política es un espectro. Y, en tal condición, si la campaña presidencial de cualquiera de ellos se presentaba como un día de campo, ya no lo es más. Las corcholatas ya deberían tomar nota del problema de carecer de envase y perder el gas.

Cómo ha de resonar en su cabeza la recomendación de su líder a los contrarios: ¡Rebélense!

Lo ocurrido el domingo pasado en San Lázaro no es un incidente aislado. No, es un eslabón más de la cadena de errores que, desde las elecciones intermedias, vienen cometiendo el gobierno y su movimiento. Yerros cuya gravedad aumenta y les imponen reveses cada vez más complicados y difíciles de remontar.

Montar un nuevo sketch, a título de plan B, no es la solución.

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