Sobreaviso

El concurso del día siguiente

A partir del lunes, cuadros y grupos excluidos de la actividad partidista opositora estarán ante una disyuntiva: le meten o apechugan.

Salvo que algo extraordinario ocurra en la jornada electoral de pasado mañana, el lunes será un día importante.

Si las alianzas en el poder y en la oposición se toman en serio la lucha por el poder estarán obligadas a hacer cuentas, tirar lastre, salir de rémoras y determinar qué tan bien plantadas están en la arena. Además, se verán impelidas a hacer algo más complicado, encontrar fórmulas de entendimiento con los grupos y corrientes que cohabitan en su interior para que el crujido de su engranaje no derive en fatiga o pérdida de dientes. A partir de ese balance y operación será preciso diseñar la propuesta y la estrategia de cara a la elección presidencial, y dar rienda a los precandidatos presidenciales.

Se dice fácil, pero es una tarea difícil. Demanda capacidad de organización, pero sobre todo claridad, inteligencia, humildad y sacrificio, virtudes ajenas a quienes al mirarse en el espejo se envanecen. Como quiera, sólo resta la aduana electoral de Coahuila y el Estado de México –importantísimo enclave– para saber en qué condición y posición llegarán a 2024.

Con más gana e ilusión que conocimiento y experiencia, los promotores intelectuales y materiales del bloque opositor insisten en que basta pegar con harina y piloncillo a los partidos de ese sector para desplazar a la alianza en el poder. El resultado hasta ahora ha sido un muégano con mucha harina y grasa, más chicloso que crujiente.

La peor parte de ese experimento la lleva Acción Nacional. Pone más de lo que recibe. No es cabeza de la alianza, sino salvavidas de los otros dos aliados: flota sin nadar ni alcanzar la orilla en la mar de manteca. Arrastra a aquellos sin que estos lo impulsen y, a veces, el tricolor no repara en jugarle las contras, cuando no le da espalda. Y ni siquiera abandera la causa que le dio origen. De tanto andar con náufragos a ver si no encalla el mismo.

En esa condición, con cierta frecuencia y a su pesar, ese bloque actúa como el adversario ideal del grupo en el poder, como un ente informe o deforme sin rumbo ni idea, agresivo pero inofensivo, gritón pero sin discurso. En el mejor de los casos, el bloque opositor contiene, pero no obtiene; retiene, pero no gana.

Obvio, las dirigencias de las tres formaciones embarcadas en la aventura están de plácemes. Figuran como importantes actores políticos a los cuales recurren factores reales de poder nacionales y extranjeros, siendo que han reducido su vocación a la administración de prerrogativas y prebendas. Luchan con denuedo, eso sí, por el control del padrón de militantes y los órganos de gobierno colegiados o no de su respectivo partido para seguir al frente de ellos. Son dichosas en más de un sentido, hablan mucho y reparten entre los suyos coordinaciones, funciones, representaciones y puestos, aun cuando luego no atinan cómo articular el trabajo conjunto dentro de sus partidos y entre ellos.

En tal circunstancia, a partir del lunes, cuadros y grupos excluidos de la actividad partidista opositora estarán ante una disyuntiva: le meten o apechugan. De entrarle a la talacha, lo primero será remover de la dirección política, la coordinación legislativa y la operación a los incapaces por su formación y a los vulnerables por su conducta. En el caso particular de los priistas, antes deberán definir si quieren enterrar o resucitar a su partido. Luego, por separado y en conjunto replantear si pueden ir o no unidos, no pegados, y definir el alcance, al tiempo de abrir la pasarela para que por ahí desfilen quienes quieren y pueden ser candidatos presidenciales, si los hay.

Si el lunes, los partidos opositores mantienen sus dirigencias y siguen por donde van, mejor les resultaría apagar la luz y entregar las llaves si alguien las acepta.

Aun con toda su fuerza, presencia y organización desvaída, la alianza en el poder no haría mal en colgar un rato su corona de laureles antes que ésta se marchite y mirarse con modestia.

Esa alianza está llamada a dejar las restas y divisiones, concentrándose en las sumas y las multiplicaciones; bajarle a la polarización y subirle a la conciliación; cobrar conciencia del tiempo sobrante del sexenio y, entonces, revisar qué y no puede hacer si, como dice, la pretendida transformación es transexenal. Tiene base, pero ha perdido legitimidad y lastimado o agraviado a sectores sociales de los cuales requiere si pretende impulsar al cielo o la gloria a la estrella de las encuestas. Bien le vendría a Andrés Manuel López Obrador abrir bien los ojos en vez de entrecerrarlos y dejar de oír los salmos de quienes lo veneran en vez de centrarlo.

Tampoco sobraría que ese bloque pasara a la báscula a más de un aliado para checar cuánto peso ha adquirido, abandonando la idea de no importa con quién hacer bola. Más de un transformador de último minuto no es digno de recibir un encargo, pero sí el cargo de ocupar una celda y ser becario de algún programa de readaptación. Cada vez se les nota más, a varios de ellos.

Es momento de reflexionar, no de repetir hasta el cansancio. En particular, el líder de esa alianza a quien tanto le preocupa el tiempo debería mirar la hora y entender que, por precipitar la sucesión, toca dejar de concentrar sobre sí la atención y compartir el espacio con quienes puedan relevarlo. Sólo así le bajará el estrés a los nominados, cuya consigna es moverse, pero no agitarse ni agitar y mucho menos taparlo.

La precampaña y la campaña no serán un día de campo ni terreno indicado para levantar una estatua sin pedestal.

Lo que sigue es un concurso entre quien hereda intestada una fuerza y un par de náufragos asidos a un salvavidas desorientado. Si nada extraordinario ocurre, esa competencia empezará el lunes.


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