Pese a la constante descalificación y el fuerte señalamiento de acusarla de traidora a la patria, en algún momento el presidente Andrés Manuel López Obrador –en muestra de generosidad y reconocimiento– debería agradecerle a la oposición los servicios prestados a su causa y proyecto.
El Ejecutivo se puede quejar de los partidos opositores, pero en el fondo debe estar satisfecho con su conducta. Más de una vez, aquellos han actuado o reaccionado como lo espera o, incluso, tal cual lo sugiere y, por lo visto, están resueltos a no decepcionarlo y seguir el sendero que desde el poder se les ha trazado. Los partidos opositores no viven una recomposición, sino una descomposición y, en ese estado, son un activo del movimiento en el poder.
Con sus límites y desarticulación, más resistencia han ofrecido otras instancias. Grupos de interés y presión, colectivos y activistas sociales, organismos autónomos, agrupaciones profesionales, y, desde luego, uno que otro factor de poder externo, así como algunos representantes de otros poderes de la Unión. Incluso, cuadros de Morena han resistido. La oposición supuestamente organizada no, ésta sólo ha buscado endosarles su tarea a aquellos actores o servirse de ellos, en vez de servirles.
Los pequeños intereses; las multimillonarias prerrogativas; las posiciones que anulan las posturas y satisfacen a allegados e incondicionales; la comodidad de hacer lo acostumbrado sin reparar en el cambio de paradigmas políticos; y la luz de los reflectores que hace más notoria, pero no notable su actuación han gobernado la dirección de los partidos opositores. Es una oposición sin proposición, con el quejido como su más fuerte argumento.
Es cierto, a veces los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, pero también –hay que decirlo–… la oposición.
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Prácticamente cuatro años del sexenio han transcurrido y la oposición sigue sin entender lo sucedido, reflexionar su rol, decidir qué hacer, trazar líneas de acción y ponerse a trabajar en serio.
No, nada de eso. La actividad de la dirección de los partidos opositores se concentra en controlar el padrón de militantes sin la menor intención de acrecentarlo y, por esa vía, dominar los órganos de gobierno de la organización –el comité ejecutivo, el consejo y la asamblea–, sin abrir el juego y la participación a quienes no pertenezcan al clan, grupo o tribu que lleva las riendas. Esas dirigencias entonan como himno, aquella ronda infantil que dice: “El patio de mi casa es particular. Se moja y se seca como los demás. Agáchense y vuélvanse a agachar.” Uno de esos dirigentes hasta con una amparo anda.
Sólo las elecciones les llaman la atención, pero a modo de una charada, corazonada o sorteo del cual puedan derivar dividendos inmediatos a su grupo, así sea un reintegro. Colocan como abanderado algún afín con posibilidades, así lleve por sello el de la incompetencia, la mala fama o porte un currículum a título de solicitud de ingreso a algún penal. Ahí está el caso de Acción Nacional, impulsando la precandidatura de Enrique Vargas al gobierno del Estado de México, como si no supieran quién es el personaje y con él pudieran madrugar a su aliado. Ni por asomo se les ocurre formular una propuesta de acción y mucho menos de gobierno y buscar o construir una candidatura. Han dejado de aspirar al poder, les basta no perder el registro y los consecuentes beneficios.
Del Pacto por México, las direcciones de los partidos opositores hicieron de la política cupular su divisa, abominando la idea de la política popular. La oficina, el salón o el pasillo son, en su lógica, el espacio de la política; no el territorio, la plaza ni la calle. Qué necesidad de andar gastado suelas o perder el tiempo escuchando a la gente, cuando ellos se han declarado sus intérpretes. Esa divisa quieren ahora aplicarla en el nuevo pacto “Va por México”, y asombra que promotores y patrocinadores de esa alianza piensen que esos personajes haciendo lo de siempre obtendrán un resultado distinto.
Qué mayor dicha que una oposición como esa, estando en el poder.
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Tal es la nulidad de la dirección de los partidos opositores que, cuando algo quieren decir, acuden por lo general a la Cámara de Diputados. Las sedes partidarias han dejado de ser un espacio político y, en tal virtud, bajo el cobijo de sus legisladores y los recursos del órgano parlamentario, los dirigentes van en busca de la prensa porque ésta ya nos los busca a ellos.
Es un detalle formal si se quiere, pero revelador de cómo la dirección de esos partidos ha dejado de ser centro atención e interés público, pero sobre todo de acción y actividad política o, incluso, de producción de boletines. Los dirigentes partidistas de la oposición han invertido los papeles, ya no coordinan los distintos polos de poder bajo sus siglas. No, ahora los coordinadores parlamentarios o los gobernadores les dan juego o no, les prestan el foro.
El absurdo de esa situación es que, en más de un caso, la oposición ha colocado como coordinadores parlamentarios a personajes vulnerables y como jilgueros estelares a representantes dignos o dignas de formar parte del elenco de una carpa.
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A saber, si algún día los cuadros opositores con formación, experiencia y convicción, pero sobre todo con autoridad política y moral se resuelven a rescatar la dirección de su respectivo partido de las manos de quienes hoy, simulando una feroz, estridente e ineficaz resistencia, colaboran por acción, error u omisión con el gobierno y Morena o justifican sin querer su proceder.
Andrés Manuel López Obrador debería agradecer el apoyo involuntario o no de esa oposición. Es uno de sus activos políticos.