Sobreaviso

Titubeos

El mandatario titubea, confunde querer con poder, voluntad con realidad; pone en peligro el cierre del sexenio y complica la posibilidad de quienes buscan sucederlo.

En sentido contrario al dicho presidencial de hace casi un año, hoy la autollamada cuarta transformación se desdibuja, anda en zigzag y titubea. Vive un extravío.

El primero de diciembre de hace un año, el mandatario decía: “Si somos auténticos, si hablamos con la verdad y nos pronunciamos por los pobres y por la justicia, mantendremos identidad y ello puede significar simpatía, no solo de los de abajo, sino también de la gente lúcida y humana de clase media y alta, y con eso basta para enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios.”

Hoy, sin embargo, el desconcierto apresa al lopezobradorismo. Y, en la turbación, comete errores estratégicos elementales: pierde simpatía electoral de sectores de clase media y alta, se empeña en iniciativas extemporáneas sin destino, pone en peligro el cierre del sexenio y complica las posibilidades de quienes pretenden suceder al mandatario.

¿Qué quiere la cuarta transformación? ¿A dónde se dirige? No es hora de poner comas, sino de revisar acentos.

A lo largo del sexenio, un serio problema del proyecto cuatroteísta ha sido elaborar diagnósticos, fijar prioridades y establecer ritmo de la acción. El mismo presidente de la República confunde querer con poder, voluntad con realidad. Craso error.

Hoy, la incapacidad de reconocer y satisfacer aquellas precondiciones coloca al proyecto en un serio apuro, lo lleva a equivocar fin con medio. Ya se había comentado aquí que el modo, tono y momento de impulsar la reforma del régimen político-electoral la impedía. A ese yerro, ahora el mandatario suma otro: hacer del impulso o freno de la iniciativa de reforma un torneo de fuerzas, como si el llenado de calles y plazas de quienes la resisten y oponen, así como de quienes la apoyan y proponen resolviera un asunto que, por su delicada naturaleza –las reglas para ventilar y resolver con civilidad las diferencias–, reclama diálogo y acuerdo, no movilización. Qué confusión.

Cuanto hace e indica hacer el Ejecutivo no contiene, por el contrario, anima, impulsa y cohesiona a la resistencia civil y la oposición partidista. Según el entender presidencial, las fuerzas conservadoras y la reacción que le asestaron un golpe ahí, donde él surcaba el pavimento y se consideraba un emperador. Un revés de muy difícil digestión sobre todo cuando la humildad sucumbe ante la soberbia, pero de muy fácil comprensión cuando se entiende la futilidad de engancharse en ese concurso, teniendo en puerta una contienda de mucha mayor importancia.

Tal es el aturrullamiento que, pese al dicho presidencial, “de nada se logra con las medias tintas”, en ese líquido ahora se flota.

Un día se sostiene que los principios no se negocian, al siguiente se da un ultimátum para llegar a un acuerdo negociado, al tercero se anuncia un plan “B” si lo otro no prospera y al cuarto se avisa del inicio del proceso para designar a los sustitutos de los consejeros electorales que cesan en su función allá, a principios de abril. La firmeza de esas decisiones corresponde a la de una gelatina.

A esa variedad de directrices que no refleja la mar de opciones, sino la inseguridad en la ruta a seguir, se agregan otros ingredientes: el interés, la torpeza, el cinismo, la ineficacia o el malestar de los operadores políticos con que cuenta el Ejecutivo por haber concentrado el control de la decisión y la operación política.

El secretario de Gobernación no toma el toro por los cuernos porque, como suspirante, no quiere sufrir una cornada. El coordinador de los diputados, Ignacio Mier, mira a Puebla y, entonces, su compromiso con la causa es emitir tuits, ultimátums o declaraciones que, al parecer, a veces ni él entiende. El coordinador de los senadores, Ricardo Monreal, ha resuelto decidir en diciembre si se va o se queda, asistir a la marcha e insistir en que, a nivel constitucional, la iniciativa presidencial nomás no pasa. Y el dirigente Mario Delgado ruega que no sea Martí Batres quien cuente los manifestantes del domingo 27 y duda en levantar una encuesta para determinar a los integrantes de la descubierta de la marcha, que acompañarán a ya saben quién.

Si algo más se ofrece, por fortuna ahí están cuadros de la talla de Layda Sansores.

Con tales directrices, acciones y operadores, casi se oye el tronar de dedos de quienes buscan hacer suya la candidatura presidencial de Morena que perdió su envoltura de regalo. Lo mismo ocurre con quienes ya se veían como relevo en el mando de la Ciudad de México, un territorio donde su dominio languidece.

Sí, el lío mayor es para ellas y ellos. Si bien el costo político de la actitud, la indecisión y la acción presidencial puede repercutir en el cierre del sexenio, el costo electoral recae sobre quienes buscan la candidatura local o la presidencial. Aunque el mandatario esté detrás, él no aparecerá en la boleta. Y, en el colmo de esa situación, están encorsetados: si no repiten o respaldan el dicho y la decisión presidencial en turno, malo; si lo hacen, también. Claro, de momento, no buscan granjearse la simpatía del electorado, sino la del mandatario: pasar de la nominación a la designación, pero a saber qué será cuando volteen a ver al electorado.

A ver si sus respectivos allegados no llaman a marchar en defensa de la autonomía y la independencia de los nominados.

Si el extemporáneo lance reformista y la inmediata revancha política son una estratagema para tender una cortina de humo, en ella también se pueden perder o asfixiar los morenistas.

Qué bueno que el mandatario, como dijo, no se corrió al centro para quedar bien con todos. Qué malo que se corrió al extremo para quedar bien con los radicales. Puede creer que marcha en línea recta, pero no: zigzaguea. Titubea.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Cuidar u operar el legado?
Pintando la raya

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.