Entre el extravío y el cinismo de las dirigencias partidistas reales y formales, la democracia sufre un retroceso. Son los partidos, como dice un amigo, el hoyo negro de la democracia mexicana.
Por mero instinto de sobrevivencia o simple codicia de poder, las causas, el decoro y, desde luego, las convicciones han vuelto al desván o la gaveta. Van de regreso al altar donde los políticos de medio pelo –estadistas bonsái o revolucionarios a escala– veneran los medios y se olvidan de los fines, entonando salmos al pueblo o la ciudadanía, rogándole dejarse usar como instrumento.
En las alianzas impulsadas desde o contra el poder, el más vulgar pragmatismo sepulta a los principios, las posiciones a las posturas y el abuso a la mesura. Son alianzas desalmadas, matrimonios de interés que incentivan la subcultura política, el subdesarrollo de la democracia y desvanecen, de nuevo, el horizonte nacional.
La mediocridad elevada a rango de estrategia, el ansia disfrazada de anhelo.
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Cuando la Secretaría de Gobernación se convierte en salón de uso múltiple del movimiento en el poder y, desde ahí, sin recato ni pudor, pero con el beneplácito de su titular, Adán Augusto López, el dirigente Mario Delgado llama a los gobernadores –no a los dirigentes estatales de Morena– a invitar y tratar por igual a los aspirantes presidenciales nominados por el Ejecutivo, ruedan por el piso los principios enarbolados tiempo atrás.
Aquel afán de sacar las manos del gobierno y su partido de las elecciones queda como un ardid, un recurso de temporal, no un principio. Deja en claro que ya en el poder, el presidente y el gobierno, así como su partido están dispuestos a saltar las trancas de la ley con tal de prevalecer en el poder. Podrán justificar ese fraude en la idea de que si la ley –impulsada por ellos mismos cuando eran oposición– les niega el derecho, la historia les da la razón porque a ellos los animan las mejores intenciones y, entonces, las reglas no imponen límite a su proceder. En fin, transforman la incongruencia en fundamento.
No sólo eso. Tras inclinar desde Palacio y durante meses la balanza a favor de Claudia Sheinbaum, esto es, de desemparejar el piso de la competencia interna, llamar a emparejarlo es burlarse de Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal, aunque este último agradezca ser finalmente tomado en cuenta. Mofa subrayada con un detalle, la única predestapada presente en ese acto fue Claudia Sheinbaum. ¿Por qué la inasistencia de aquellos? Y en calidad de qué estuvo Adán Augusto López: ¿secretario de Estado, secretario de partido, aspirante suplente, representante del destapador en jefe o asistente del gerente del partido?
Aunada a esa provocación que nutre la sospecha de estar frente a una elección de Estado, hay otro ingrediente. ¿Cuál es el precio político que Morena está dispuesto a pagar a los partidos del Trabajo y Verde con tal de mantener enhiesta su coalición, después de que estos la rompieron en Coahuila? La decisión de esos mercaderes de la política de ir por separado en la entidad norteña es un amago, donde aun perdiendo y dando ventaja a la alianza opositora, ellos ganan. ¿La transa es reponer la cláusula de “vida eterna” (transferencia de votos entre partidos coaligados) en la reforma electoral aun juego?
Esa alianza se finca en tarifas y posiciones, no en principios y posturas.
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Enfrente no cantan mal las rancheras. La confirmación de la alianza de Acción Nacional y el Revolucionario Institucional, llevando por llavero o rémora al perredismo es un agravio a las militancias partidistas y la resistencia ciudadana.
Si militantes y ciudadanos opositores reclamaban a las dirigencias albiazul, tricolor y negriamarilla una alianza transparente, abierta e incluyente y con propuesta, con toda firmeza Marko Cortés, Alejandro Moreno y a regañadientes Jesús Zambrano hicieron exactamente lo contrario: un pegoste opaco, cerrado y excluyente, volcado sobre las posiciones no en las posturas. Tan fue así que, ni por un mínimo de cortesía, los organismos de la sociedad civil fueron invitados como espectadores al graderío y mucho menos como activistas en el templete.
Un supuesto dirigente, un presunto delincuente y un famélico sobreviviente llegaron a un arreglo cupular con tal de salvar las prerrogativas, el pellejo o el registro haciendo lo de siempre, aun cuando ahora se empeñan en aclarar que no acordaron lo pactado, un convenio fincado en la transacción del proporcional reparto de las prebendas y la defensa de los intereses. Esa es la opción que ofrece la oposición. Como diría Claudio X. González, bajo la sombra del árbol donde se cobijaron los organismos de la sociedad no germina ni la mala hierba.
Si la militancia partidista opositora y la resistencia civil al gobierno no rescata la dirección de esos partidos y, con ello, la alianza opositora habrán rendido la plaza al movimiento que quieren desplazar, sin que éste tenga mucho esfuerzo qué hacer, a excepción de conjurar la división interna que lo amenaza. Y, desde luego, falta todavía por ver de quién es el turno de la próxima traición de Alejandro Moreno.
En vez de andar empujando o arrendado vehículos políticos sin motor, la militancia opositora y los activistas de la resistencia ya deberían ir pensando en formar un nuevo partido, en vez de instar a Movimiento Ciudadano a sumarse a su fracaso. Cuesta mucho más trabajo desde luego, pero así es más probable llegar adonde se quiere ir.
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Con esas alianzas desalmadas quedan en vilo la democracia y el horizonte nacional. Ojalá el Instituto Nacional Electoral no termine otorgando el registro provisional a los cárteles criminales por estar más organizados que los partidos políticos.