Sobreaviso

Narrativa en apuros

La habilidad presidencial de crear una realidad alterna con su narrativa pierde hechizo en varios temas. Eso no se corrige hablando más despacio, sino reflexionando más aprisa.

La narrativa presidencial ha perdido magia para interpretar la realidad y trastocar su percepción, al menos en tres capítulos: la diplomacia, la inseguridad y la reforma electoral.

El agotamiento o la fatiga de esa destreza no se corrige –como el propio mandatario ha revelado– hablando más despacio, en busca ansiosa o chistosa de expresiones que repongan el hechizo o en busca de la víctima propiciatoria sobre la cual descargar el desengaño. Menos aún suplantando los sustantivos con una batería de adjetivos ni dejando un pliego de instrucciones a quien supuestamente habrá de sucederlo. No, tal agobio reclama sintonizar hasta donde sea posible el discurso con la práctica y exige, sobre todo, una reflexión serena de cómo se quiere cerrar esos capítulos, sobre todo, estando cada vez más cerca la hora de apagar el micrófono y las luces.

Permanecer más tiempo en el atril, repetir mil veces el lugar común, cargar cada vez más fuerte contra quienes se quiere presentar como responsables del desencanto no disminuye el problema, lo agranda.

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La creciente tensión entre México y Estados Unidos no se resuelve con desplantes antiintervencionistas o nacionalistas, sobre todo, cuando los problemas, las diferencias y los litigios con el vecino abarcan múltiples campos.

Coyunturalmente, el secuestro que dejó por saldo dos estadunidenses muertos, un herido y una ilesa en Matamoros, Tamaulipas, domina con estridencia el escenario y anima el piar de los halcones del norte. Sin embargo, estructuralmente el flujo migratorio hacia Estados Unidos que ha hecho de México el muro supuestamente repudiado; los litigios en materia de energía, maíz transgénico y acero, así como el tráfico de armas en un sentido y el de fentanilo en otro advierten un momento de enorme rispidez en la relación bilateral. Cualquier descuido o exceso en el tratamiento de esos asuntos podría acarrear a México consecuencias de enorme calado.

Un momento, por lo demás, contaminado desde ahora por la coincidencia de los concursos electorales del año entrante aquí y allá, cuya naturaleza subrayará las diferencias. Si no se distiende cuanto antes esa atmósfera, sobre la base de cumplir acuerdos donde los hay y construirlos donde no los hay, la rispidez de hoy se podría traducir en desencuentro mañana.

En ese capítulo, la narrativa presidencial patina. Sea porque se finca en una soberanía que se resolvió asociar o porque repudia la injerencia en los asuntos internos, mientras se practica en otras lares. ¿Cómo explicar esa diplomacia que de los acuerdos hace un olvido y, en otros aspectos, toma carriles distintos y contradictorios en su conducción?

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En el terreno de la (in)seguridad pública, la narrativa oficial igual da muestra de agotamiento.

El pegajoso lema de “abrazos, no balazos” ha adquirido un efecto contraproducente: ahora es bandera de quienes acusan inacción contra el crimen organizado, resumiéndola como una política de brazos cruzados o, peor aún, de complicidad. Y, no sólo eso. Sea o no producto de la presión de Estados Unidos, cada vez es más notorio que, en sentido contrario a aquella consigna oficial, el gobierno comienza a actuar contra capitostes del crimen al ritmo de la exigencia foránea y no del reclamo nacional.

El colmo de esa política que no arroja los resultados esperados así madrugue el gabinete de seguridad, es que deja ver sin el menor recato y de manera intermitente que cuando se quiere se puede. La última expresión es justamente el rescate de los dos sobrevivientes del ataque y secuestro llevado a cabo por el crimen organizado en Matamoros.

¿Cuántos familiares de desaparecidos no hubieran querido ser sujetos de esa atención inusitada ofrecida por el gobierno a los estadunidenses? ¿Cuántas vidas no se habrían salvado?

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Donde la narrativa presidencial va en caída libre es en el capítulo relativo a la reforma electoral.

Un día sí y otro también ese proyecto sufre un revés y, siendo que su destino muy probablemente sea el del fracaso, el mandatario se empeña en él, cuando por la evidencia los costos serán más elevados que los beneficios. El Ejecutivo sostiene esa reforma sin advertir el número de flancos que se está abriendo con ella y cómo ese empecinamiento está galvanizando el malestar contra su gobierno, tanto dentro como fuera del país.

Como era obvio, esa reforma fracasó a nivel constitucional. Luego, se atoró a nivel reglamentario, cuando salió adelante, se topó con impugnaciones en la Suprema Corte, poniendo su aplicación. Cualquiera que sea su suerte, la tozudez de impulsarla a como dé lugar le ha dado una bandera a la resistencia social; le abrió un flanco entre congresistas, funcionarios y periodistas estadounidenses que ven en ella una tentación autoritaria; y está fortaleciendo liderazgos y contrapesos donde no los había.

Aun así, la narrativa insiste en hacer del vituperio el mejor argumento.

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La conjugación y la combinación de esos capítulos donde la narrativa ya no rinde frutos, galvaniza y fortalece el malestar de quienes, hasta ahora, han resistido sin resultado al gobierno. Un malestar dentro y fuera que, de llegarse a organizar y articular, podría darle una sorpresa al mandatario.

No es cuestión de hablar más lento, alargar las palabras ni de permanecer más tiempo de pie en el atril, sino de reflexionar, ejercicio que demanda guardar silencio y entender la circunstancia.

En breve

Calentar el asiento, no supone asegurar la silla. La presunta licenciada Yasmín Esquivel debería ponerse a escribir su tesis sin copiar, esperanzada en que los sinodales de la Corte revaliden su título o, bien, irse antes de que la echen.

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