El horno crematorio en que la negligencia oficial convirtió el centro de detención migratoria en Ciudad Juárez es la más cruel expresión del peligro de operar cambios en el gobierno sin dominar la administración, impulsar consignas en vez de políticas y confundir voluntad con realidad.
Tamaña tragedia –por la cual el Ejecutivo no guardó ni un minuto de silencio– avisa de cuánto puede ocurrir no sólo en el campo social, sino también en el político, diplomático y, en un mal rebote, el económico. Ya sin poder corregir, más vale no continuar procediendo de esa manera.
Así como una suma de errores no arroja por resultado un acierto, ir de derrota en derrota tampoco lleva a la victoria.
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Si desde el inicio del sexenio la confusión y la precipitación comenzaron a perfilarse como sello de la gestión, hoy los posibles efectos de tal batiburrillo se asoman como una amenaza y colocan al gobierno en un laberinto donde se puede perder, tras haber generado expectativas superiores a la esperanza de encontrar un mucho mejor camino.
Variado y nutrido ha sido el repertorio de la confusión. Elección con revolución. Velocidad con prisa. Comunicación con información. Hablar con orar. Humildad con vanidad. Réplica con vituperación. Símbolos con signos. Chantajes con supuestas acciones anticorrupción. Transformación con deformación. Abrazos con balazos. Delincuencia social con crimen organizado. Zancadillas con tropiezos. Convicción con dogma. Lealtad con capacidad. Contrapesos con adversarios. Adversarios con traidores. Fines con medios. Polarizar con politizar… Tal como ahora no se distingue a una cárcel improvisada de un albergue provisional o a los zopilotes de las avestruces.
En esa lógica y sin negar aciertos particularmente en el ámbito laboral, sindical, salarial, fiscal, social y parcialmente en el petrolero y económico, se emprendieron acciones sin calcular las consecuencias ni fijar prioridades. Cambios sin gobierno de ellos. Programas sin planeación. Obras disfuncionales. Reformas a destiempo y sin oportunidad –destacadamente la político-electoral. Aventuras como la de precipitar desde 2021 el juego sucesorio que, desde entonces, distrae la acción de gobierno y la atención de los nominados, mientras símbolos adoptados como emblema de un ejercicio distinto del poder se desploman o desvanecen.
Hoy, esa práctica política –si así se le puede llamar– cruje y amenaza con provocar colapsos como el visto o rupturas por ver
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Lo ocurrido la noche del lunes en la cárcel para migrantes de Ciudad Juárez es –como asume la secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez– indignante e imperdonable y no se redime ni reivindica con sólo castigar a los directamente responsables.
Esa tragedia, aun cuando le pese al presidente de la República, es un crimen de Estado porque deriva de una política migratoria concebida e instrumentada con impresionante pragmatismo, mayor ligereza y muy poco humanismo. Duele, pero no asombra lo acontecido. Era cuestión de tiempo para que sucediera. Se dieron todos los pasos necesarios para ello.
Aquello empezó por abrirles la puerta a los migrantes y, más tarde, por conveniencia darles un portazo para satisfacer a Estados Unidos y hacerse de una palanca de negociación con ese vecino. Ese giro se acompañó de ese vicio presidencial de ignorar la estructura y la organización del gobierno, privilegiando el encargo sobre el cargo. Así, con la mano en la cintura, se transfirió de Gobernación a Relaciones Exteriores la responsabilidad de la política migratoria.
La coronación de esa decisión, ajena al humanismo que se pregona, fue la salida de Tonatiuh Guillén del Instituto Nacional de Migración, especialista y conocedor del tema, y la llegada a la dependencia de Francisco Garduño, especialista y conocedor de reclusorios y reos. Elocuente nombramiento de quien –hasta el momento de escribir estas líneas– no ha dado la cara por lo acontecido, mientras los titulares de aquellas dos secretarías, jefes de aquel por ley o por acuerdo, resbalan cualquier responsabilidad, ansiosos porque el fuego que calcinó a las víctimas no queme su ambición personal.
La aceptación del gobierno de retener a los migrantes sin contar con recursos, condiciones ni infraestructura para acogerlos con respeto a sus derechos no podía concluir sino en una tragedia. Sólo así se explica que a los migrantes en tránsito se les dispense trato de parias y a quienes llegan a residir arriba de El Bravo se les reconozca como héroes anónimos. La esquizofrenia.
Ahora nomás falta que, ante lo sucedido, Claudia Sheinbaum decline incorporar a Adán Augusto López y Marcelo Ebrard a su gabinete si, finalmente, no ocurre un nuevo accidente en el Metro o ese sistema de transporte deja de entorpecer su posibilidad de mudarse a Palacio Nacional.
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A la tragedia acontecida en aquella prisión improvisada de Ciudad Juárez que, desde luego, altera el juego de la sucesión presidencial, puede seguir un desastre político.
Tras el fracaso de la reforma constitucional del régimen político-electoral, el aferramiento al plan B electoral, cuyo destino está cantado, ya contamina la designación de los nuevos consejeros electorales y puede terminar por impactar las elecciones del año entrante.
El tiempo de rectificar se dejó pasar. Lo único posible ahora es dejar de proceder como se ha venido haciendo, sobre todo, si se ponen vidas en juego. Es imperdonable lo sucedido, sobre todo, si sostiene la política migratoria como si nada.
En breve
La presunta licenciada que aún despacha como ministra debería copiar, dando o no crédito, el comunicado 233 de la Universidad Nacional. Hay un recado para ella.