Sobreaviso

El momento nacional

Pese a la apariencia, se está ante una oportunidad. Ojalá los interesados en participar en la campaña 2024 la aprovechen. En ella se repone o depone el horizonte nacional.

Más allá de gritos y sombrerazos, estridencias y exageraciones, el país vive un momento interesante, pero en extremo delicado. Una oportunidad que, de librar el desbordamiento y la desesperación que presagia por destino el paraíso o el infierno, podría darle al país si no un horizonte cierto, sí una base para reponerlo.

En medio de la tensión y la polarización, grandes asuntos nacionales se han puesto a debate. En el abordamiento y tratamiento de ellos, lo mejor y lo peor de la subcultura política exhibe cuánto falta para encontrar fórmulas de entendimiento y equilibrio, ajenas a la pendencia, la revancha o la ruptura. Incluso, revela cómo en el afán de fijar una ruta o un sendero a veces se confunde el pasado con el futuro. Los actores, todos, causan la impresión de ver hacia atrás y no al frente.

Por lo pronto, está claro –como hace más de cuarenta años– una cuestión. Un sexenio es insuficiente para replantear un modelo de país y, en tal virtud, la próxima campaña electoral será de gran intensidad si sigue viendo el proyecto nacional como un asunto exclusivo o de facción. Por lo mismo, será menester cuidar que la lucha por el poder no salga de los cauces estrechados por la impunidad criminal y la pusilanimidad política, haciendo de la oportunidad el peligro del descarrilamiento nacional.

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Qué asuntos del interés nacional han estado estos días en el debate.

El rol de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública y su empoderamiento en tareas distintas a las de su naturaleza. La incapacidad de las dirigencias partidistas para atender y entenderse con la militancia y la ciudadanía. El límite y el horizonte de la asociación y la cooperación con Estados Unidos. El peso y sobrepeso de los institutos autónomos. La redefinición del vínculo entre los poderes de la Unión. La frontera entre el Estado y el mercado. El efecto de la fuerza y la acción criminal en la política interior y exterior.

Temas fundamentales en la configuración o la desfiguración de un Estado y una nación y, en los cuales, con o sin oficio, los actores en escena se muestran de cuerpo entero, desnudos o disfrazados.

Actores principales y secundarios, otros como extras de relleno, haciendo gala sin pudor de civismo y cinismo, prepotencia e impotencia, así como de vanidad con abrigo de humildad, desprendida de la institución, estructura, organización o gremio al cual se deben o representan. Personajes variopintos, en verdad comprometidos o francamente confundidos. Profesionales de la política que de golpe pierden la memoria y la experiencia o amateurs que al incursionar por primera vez en la política se ven como estadistas instantáneos. Y, desde luego, los figurantes que, con tal de aparecer en la escena, hasta de florero o excusado se colocan. Además, claro, de los contorsionistas de principios.

Tales son los asuntos y tal es el elenco. Se vive un momento interesante, pero delicado.

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Sin duda, muchos de los temas que hoy animan el debate pasarán en breve a formar parte de la campaña o a estar en prueba.

Siendo que –según él– se va para no volver ni intervenir, el mismo presidente de la República ya agendó como tema de campaña el de la militarización, cuando en realidad el asunto es el de la seguridad pública. Derecho básico ante el cual y a lo largo del siglo, la alternancia de las tres principales fuerzas políticas han sido simple turno para dar palos de ciego y disputarse cuál ha dado más y cuál ha dejado más desaparecidos o muertos. Un sangriento pasatiempo, donde se han armado y desarmado policías, gendarmerías y guardias, siempre echando mano de los militares y jugando a determinar sin atinar si el mando debe ser único, mixto o combinado. Ninguna, sin embargo, ha convocado a las otras a elaborar una política transexenal de largo alcance. ¿En serio, el tema es de la militarización?

En esa campaña, a prueba estarán las dirigencias partidistas que se han apoderado de los aparatos a costa de la militancia y en burla de la ciudadanía. Dirigentes que reducen a la ciudadanía a la condición de electorado, al cual olvidan en cuanto emite su sufragio, diciéndole que las puertas están abiertas… para que se vayan, no para que entren. Y que, justamente, en estos días hacen malabares para defender sus intereses o atender al primer militante, jurando de dientes para afuera estar atentos al reclamo ciudadano. Dirigentes asediados por ciudadanos profesionales ansiosos por acceder al poder, tomando un taxi.

Otro asunto digno de ventilarse y debatirse en la campaña es el de los institutos y comisiones autónomos. Del contrapeso pasaron al sobrepeso y es preciso revisarlos, pero no a partir de la idea de desaparecerlos por completo o defenderlos a ultranza. Es evidente la necesidad de rediseñarlos sin la parafernalia con que fueron concebidos, luego acrecentada por algunos de quienes han formado parte de ellos.

Esos son apenas algunos asuntos que, sin duda, serán tema de la campaña electoral.

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El complicado cierre del sexenio acompañado de la angustia presidencial por el agotamiento del tiempo sin alcanzar los resultados pretendidos anticipa la agenda de la campaña electoral y revela los desafíos que partidos, candidatos y ciudadanía tendrán que resolver si, en verdad, quieren aprovechar, en vez de desperdiciar la oportunidad.

Ojalá los actores principales y secundarios, así como el elenco ansiosos por participar en ese concurso dejen de adorar el péndulo político como símbolo de la imposibilidad de darle un horizonte al país. Se vive un momento interesante, pero delicado.

En breve

A nadie sorprendió con su voto. Por no escribir una tesis, la ministra rellena planas de sumisión.

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