Sobreaviso

La 4T a prueba

La autodenominada 4T resolvió ya someterse a prueba. El domingo va a su primer examen. Si no lo resuelve bien, pondrá en peligro al movimiento que ampara aquel proyecto.

La autollamada cuarta transformación ya resolvió ponerse a prueba: calibrar si liderazgo, dirección, cuadros y consejeros tienen la estructura y la organización, así como la cohesión, madurez y disciplina necesarias para darle continuidad transexenal a ese proyecto.

En ese lance cuenta con dos ventajas. Pese a la pandemia con su brutal impacto socioeconómico y a la invasión a Ucrania con su inquietante efecto inflacionario, el gobierno consiguió recuperarse y mantener la estabilidad en las finanzas y la economía. Pese a la resistencia política, la dirigencia de la alianza opositora no ata ni desata, se enreda y, en su extravío –sin querer o adrede–, le da facilidades.

Ese proyecto encara, sin embargo, un triple desafío. Fijar y respetar reglas para competir por la candidatura presidencial y acordar un método de selección convincente que conjuren resquebrajamientos o fracturas. Cuidar del sofoco de los concursantes o la asfixia del concurso por el peso del liderazgo. Y asegurar, algo clave, la abdicación en paz de quien no resulte seleccionado y la cesión gradual del poder por parte de quien hoy lo ostenta al ritmo que él mismo estableció y la entrega total de aquel, en su momento. La sucesión exige abrir espacio a los jugadores y cerrarlo al convocante.

La autollamada 4T está a prueba: el principal adversario de Morena no está fuera, sino dentro.

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En 2021, Andrés Manuel López Obrador precipitó el juego sucesorio sin darle muchas vueltas al asunto.

Al parecer, tres motivos lo animaron. Borrar cualquier tentación reeleccionista. Quitar los reflectores de encima a Claudia Sheinbaum y a Marcelo Ebrard marcados entonces por la tragedia en la Línea 12 del Metro, nominándolos como posibles sucesores junto con otros (Tatiana Clouthier, Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma y Rocío Nahle, quienes no le entraron al juego). Meter a la oposición en el laberinto del cual aún no sale y colocar un tema apasionante en el debate, subiéndole o bajándole la flama a modo.

El ejercicio le dio frutos, pero también espinas. Dejó fuera al coordinador de los senadores de Morena, Ricardo Monreal, dificultando la comunicación y la solución de asuntos legislativos importantes. Integró al elenco a Adán Augusto López, quien aún hoy titubea en figurar como suspirante presidencial o secretario de Gobernación. Desemparejó el piso de la competencia por voluntad propia o, bien, porque el cargo de los nominados daba o negaba posibilidades. Contaminó y sesgó, así, la función y acción de gobierno de los involucrados.

Con todo, Andrés Manuel López Obrador no logró acreditar la pretensión de sepultar al dedazo y al tapado, transparentando el juego sucesorio. Modificó, pero no anuló el mecanismo. Nominó a los participantes, fijó el método de selección, se demoró –si eso fue– en fijar reglas. Quizá, por eso, ahora con apuro se encuentra con quien dejó de recibir, escucha a quien acusó piso disparejo, guarda los mimos a quien siempre trató como la consentida y consecuenta la participación de un par de aliados, cuyo rol final es de pronóstico reservado.

El líder sabe que precipitó el juego, pero lo armó tarde.

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El temor a perder el control del juego y verlo concluir en una fractura, obliga a establecer reglas respetables y respetadas.

Anular la confrontación y el debate, el matiz y el disenso en la competencia por la candidatura no es la solución, es una simulación y no garantiza la unidad. Seleccionar un candidato presidencial no es jugar a “Dígalo con mímica” y con respeto. Toda elección primaria, sin importar su modalidad, subraya las diferencias, no las coincidencias. Limarle esa característica al concurso es un contrasentido. Quizá, permita saber quién domina mejor TikTok, la guitarra, el baile, el ejercicio e, incluso, quién es capaz de hacer el ridículo sin ruborizarse. Pero no ayuda a diferenciar al mejor equipado y preparado para darle continuidad a la 4T. Y si, en verdad, lo que está en juego es un proyecto y no una persona, no conviene frivolizar ni neutralizar el concurso.

En cuanto el método de selección, el Consejo tiene que calcular muy bien qué profesional y cómo debe levantar la(s) encuesta(s). Ese recurso falló en Coahuila, les dio el candidato que Morena quería, pero no el electorado. Ese recurso falló o, peor aún, se arregló en Edomex dando una ventaja muy superior a la hoy candidata triunfante que no correspondió con el resultado obtenido en las urnas. Endiosar la(s) encuesta(s) como método infalible de selección es un ardid, puede dar sorpresas si no se estudia con lupa y detalle su diseño.

Desde luego, los premios de consolación y los reintegros alivian y calman a quien los recibe, pero son un dolor de cabeza para quien al final tendrá que darlos, sobre todo, cuando no estuvo en su decisión otorgarlos. Le resta margen de maniobra y maniata todavía más.

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La 4T resolvió someterse a prueba. El domingo va al primer examen. Más allá del liderazgo, la dirección y los suspirantes, ojalá la militancia –a través de los consejeros– reivindique su propio rol, escape al fervor propio de las sectas, defina bien reglas y método, asuma que movimiento no es zangoloteo, distinga entre continuidad y continuismo, y se haga sentir en serio, considerando sobre todo que, a la postre, habrá de valerse por sí misma. Se está jugando su destino.

En breve

Si la pasante disfrazada ministra fue obsequiada por una jueza con una sentencia que la declara impoluta licenciada en Derecho e insta a la Universidad Nacional darle carpetazo a la duda, su amigo el presidente del tribunal debería resolver el cierre de ese centro de estudios por poner en tela de duda a tan finísima persona. Ni que fuera traficante de influencias y títulos académicos.

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