Sobreaviso

Dolores de Morena

Puede Morena estar de plácemes, pero si no encara los problemas producto de su crecimiento y además impulsa su desarrollo, la falta de madurez terminará por colocarlo en un apuro.

No hay evidencia médica, pero sí política: crecer duele y supone desafíos. Esa circunstancia atraviesa Morena.

El vertiginoso crecimiento electoral del movimiento está fuera de duda, pero no el proceso de maduración política para solventar cuestiones claves de su desarrollo. Asuntos tales como resolver diferencias y liberar tensiones internas derivadas de ese crecimiento; recentrar la estrategia si quiere seguir avanzando; y caminar por sí solo sin ir de la mano de su líder que, aun cuando ya entregó el bastón de mando, no acaba de soltarlo.

Síntomas de esa contrariedad afloran poco a poco y, aun cuando algunos dirigentes y cuadros lo advierten, hasta ahora sólo han hecho llamados o exhortos a la unidad. Quizá, esperan remontar la temporada electoral para entonces tomar acción, confiados en que los dolores no desaten una crisis en plena campaña, sobre todo, cuando la preferencia electoral los favorece hasta ahora.

En buena medida, el desafío político-electoral de Morena se encuentra dentro, no fuera de su propia estructura. Si se descuida ese trastorno y, en contraste, la oposición corrige pronto y con tino el rumbo, el cuadro podría complicarse para el movimiento.

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Hasta ahora, la expresión más fuerte de las diferencias y las tensiones producto del implante de Morena como una fuerza en condición de conservar, amplificar y ejercer el poder ha sido la inconformidad de Marcelo Ebrard, con el resultado de la selección de Claudia Sheinbaum como virtual candidata presidencial.

Aún se desconoce la secuela y el desenlace de ese malestar, pero a él han seguido otras muestras de descontento. Manifestaciones no tan delicadas como aquella, pero sí con el mismo motivo: la lucha por postularse a posiciones de poder no tan relevantes como la presidencial, pero tampoco despreciables.

Esa lucha se libra no sólo entre los aspirantes a esas candidaturas, sino también entre pioneros y colonizadores del movimiento, puros y purificados, radicales y moderados, y entre quienes chambean sin buscar recompensa y quienes buscan recompensa sin chambear, al menos en los términos y el tiempo que los fundadores quisieran.

Un mérito de Morena fue y ha sido hacer de la movilización constante un acicate para no perder brío ni ritmo en el impulso del proyecto y la consecución de objetivos, pero tal tráfago tuvo un costo: sacrificó la formación e integración de nuevos cuadros y militantes, así como la construcción de fórmulas y espacios de entendimiento interno.

Esa dolencia, producto del crecimiento, comienza a asomarse.

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A la falta de ese par de amortiguadores se agregó el método de selección de candidaturas.

No sin relativa razón y a fin de conjurar que la competencia por las candidaturas provocará litigios internos, la decisión se trasladó a afuera del movimiento, aplicando estudios de opinión pública. Encuestas que, a la fecha, no han logrado acreditar su autenticidad y transparencia, y que por naturaleza privilegian la popularidad por encima de la capacidad, arrumbando de paso los méritos políticos, los galones adquiridos en la militancia.

Por si ello no bastara, el liderazgo saliente y los órganos directivos del movimiento han actuado con laxitud o indiferencia ante quienes, habiendo aceptado participar de ese modo en pos de una candidatura, al perder descalifican el método. La actitud del exsubsecretario de Seguridad, Ricardo Mejía que, cuando perdió la candidatura de Morena al gobierno de Coahuila, fracturó la alianza del movimiento y se burló de este, fue un aviso y nada se hizo al respecto. Haya sido o no un pleito arreglado, con tal de evitar un lío se dejó crecer un problema.

El pragmatismo desplazó a los principios.

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Hoy, la crisis de crecimiento de Morena cobra nueva expresión en la pugna por la candidatura al gobierno capitalino, así como a los gobiernos de algunos de estados de la República, sujetos a elección el año entrante. Pone en juego varias cuestiones que reclaman una definición, sino es que una solución.

Esos asuntos no son menores. Implican el margen de maniobra de Claudia Sheinbaum ante Andrés Manuel López Obrador y los fundadores radicales del movimiento; la necesidad de Morena de recentrar su postura y reconquistar a sectores de las clases medias agraviados durante el sexenio y de los cuales requiere no sólo electoral, sino también políticamente si pretende continuar el proyecto y darle perspectiva; la exigencia de resolver el problema de la orfandad política si, en verdad, su líder pasa a retiro; y, en razón de lo anterior, definir el rol del líder y el administrador del movimiento.

La solución combinada de esas cuestiones demanda, así suena absurdo, mostrar disposición a hacer política hacia adentro y hacia afuera del movimiento. Evidencia que el crecimiento electoral sin desarrollo político, a la postre, genera problemas de madurez, desgaste y luego derrotas.

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Puede Morena estar de plácemes por su crecimiento e, incluso, por la torpe actuación opositora, pero si se duerme en sus laureles y no asume que los tiempos urgen revisar su desempeño, tarde que temprano se verá en un apuro.

La posibilidad del movimiento ya no puede tener por fundamento los errores de ayer, sino los aciertos de hoy y mañana ni cuenta con los recursos de los que se echó mano durante el sexenio. Ya no le basta la fuerza y el entusiasmo para garantizar su prevalencia… Las condiciones son otras. Precisa, entonces, atender los dolores y los problemas que genera el crecimiento.

En breve

De cara a cuanto está sucediendo con la revisión de las tesis de distintas figuras públicas, la presunta ministra debería ponderar de nuevo su actitud ante el problema que la descalifica. Si no lo hace, terminará en el fondo del callejón donde se metió. Allá ella.

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