Más allá de la estima e, incluso, el indebido apoyo que públicamente le manifiesta, asombran los obstáculos, los desafíos y los problemas con que Andrés Manuel López Obrador obsequia, es un decir, a Claudia Sheinbaum y de refilón a Clara Brugada.
Difícil de explicar, pero en el ocaso del ejercicio del poder, justo al estar impelido a ceder espacio, facilitar la posibilidad electoral de su probable sucesora y asegurar la continuidad del proyecto impulsado, sin querer o adrede el presidente López Obrador parece resuelto a empedrar el camino a Palacio.
Lo que Claudia Sheinbaum arma durante el día, el mandatario lo desarma al amanecer. El efecto en las urnas de algunas expresiones, actitudes, lances y acciones presidenciales está por verse, pero lo evidente es que –de alzarse con la victoria electoral– la abanderada de Morena y sus aliados afrontará una compleja situación política, social y financiera.
Muchas razones y sinrazones pueden influir en la extraña conducta y actitud de Andrés Manuel López Obrador. Nostalgia anticipada por el poder. Angustia o temor de verse a la intemperie tras cultivar el encono. Sentimiento de incomprensión ante su obra. Ansia por ejercer el mando hasta el último minuto y si se puede más, mejor. Frustración por advertir el cierre del mandato distante del anhelado. Sensación de no haber ido hasta donde quería. Dificultad para desprenderse de la posición. En fin, muchos motivos pueden explicar la singular postura presidencial, pero sorprende que no repare en el probable daño que provoca a quien supuestamente desea ver en su lugar. Asombra.
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Parte del talante presidencial, quizá, deriva de algo no avizorado por el mandatario.
En el pretendido afán de transformar a como diera lugar el país en un sexenio, Andrés Manuel López Obrador confundió varias cuestiones: elección con revolución, velocidad con premura, calidad con popularidad y voluntad con realidad. Por si algo faltara, quiso esquivar el burocratismo echando mano de una fuerza de tarea obediente y disciplinada como lo son el Ejército y la Armada sin percatarse que, a la postre, esos institutos le echarían la mano a él. Así y pese a la pandemia, emprendió múltiples proyectos, políticas, programas, acciones y obras sin establecer con claridad cuántos frentes podía abrir, cuántas obligaciones debería atender a su pesar y con cuántos recursos contaba. No elaboró una estrategia ni una hoja de ruta, tampoco fijó prioridades, plazos y ritmos, ni calculó los efectos secundarios de ese tipo de proceder. Quiso cambiar el gobierno sin dominio de la administración y así es muy difícil cambiar las ruedas y el curso de un ferrocarril en marcha.
Hoy, el saldo de esa confusión y precipitación le estalla en el peor momento. A la hora de pretender asegurar la continuidad, de despedirse sin ver los laureles coronar sus sienes y de ver cómo por inaugurar obras sin terminar su posible mérito se desvanece. Tal circunstancia, de seguro lo desespera.
No es para menos. La titubeante y luego fracasada política de seguridad terminó por dejar al crimen quitar y poner candidatos, amagar a la ciudadanía, amenazar la democracia y hacer del país una fosa. La política en materia de energía entra en crisis justo a punto de ir a las urnas. La falta de inversión en la infraestructura hidráulica acompañada por la sequía y los incendios causa estragos. El reporte extraoficial sobre el manejo de la pandemia revela falta de humanismo. La denuncia de la corrupción del pasado y el presente no se tradujo en acciones contundentes y sí, en cambio, reveló un juego vindicativo.
El estallido del tal cúmulo de proyectos mal planteados o problemas no resueltos justo en este momento, quizá, explican su actitud y conducta que poco ayuda a Claudia Sheinbaum.
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El capítulo más extraño de la postura presidencial se vincula con el hecho de restar en vez de sumar votantes a Claudia Sheinbaum y de paso a Clara Brugada.
A partir de su radicalización en diciembre de 2021 y de convertir la popularidad en el venero de su actuación, el presidente López Obrador no sólo descargó de su equipo a quienes consideraba moderados, también resolvió satanizar a sectores importantes de las clases medias y prescindir de ellos como punto de apoyo. Un lance que tuvo por agregado la política desplegada contra los profesionales y trabajadores de la salud del sector privado durante la pandemia y la política desplegada contra científicos e investigadores universitarios.
De seguro, el revés sufrido en las elecciones intermedias justo en la capital de la República y otras ciudades desbalanceó al mandatario y, en vez de diseñar una estrategia para recuperar el voto de esos sectores de la clase media urbana, optó por hostigarlos y descalificarlos por conservadores y aspiracionistas. Aún hoy, en el cierre de la campaña electoral, no ceja en su actitud. Quizá, por eso, Claudia Sheinbaum concentra su actividad proselitista en la base y el vértice de la pirámide social sin conseguir penetrar en aquel, en el sector intermedio y Clara Brugada batalla por atraerlo.
Apenas antier el presidente López Obrador cargó de nuevo contra sectores de clases medias, donde Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada fincan su oportunidad. Incomprensible.
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Si, finalmente, Claudia Sheinbaum llega a Palacio Nacional y Clara Brugada al Palacio del Ayuntamiento vivirán una absurda paradoja. Tendrán que sonreír y decir que ganaron gracias al presidente López Obrador y callar que también ganaron a pesar de él. De ser ese el caso, tendrán que desplegar una operación de cicatrización muy difícil de realizar porque la polarización como palanca de gobierno ya dio de sí.
Extraña la conducta y la actitud presidencial, apoyar y resistir a sus abanderadas.