Si la campaña fue extensa, tensa e intensa y, por más de un motivo, accidentada, y la jornada electoral se advierte compleja y comprometida, lo importante será cómo vamos a vernos, mejor aún, a encontrarnos el próximo lunes.
Por el carácter eliminatorio de la competencia, la cuestionable actuación de las principales autoridades gubernamentales y electorales, la exacerbada polarización y la impune participación del crimen político o delincuencial, probablemente, al amanecer de ese día no se alcanzará la certeza política que debe seguir a la incertidumbre electoral.
Conjurar el peligro de convertir aquellos factores en elementos o agentes disruptivos exigirá de madurez y sensatez en ganadores y perdedores, aliados y adversarios, dirigentes y gente, gobernantes y gobernados, votantes y votados. Exigirá también dejar la flojera, abandonar la idea de entender la fuerza o la resistencia como fundamento de la política.
De no ser así, transitar a una mínima reconciliación será un martirio que, en su tormento, puede borrar el horizonte. ¿Cómo vamos a encontrarnos el lunes?
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La tensa atmósfera política prevaleciente entraña múltiples paradojas y genera más de una ilusión.
Las candidaturas presidenciales concentraron el empeño por la victoria en sectores electorales precisos y seguros, convirtiéndolos en el todo electoral. Claudia Sheinbaum focalizó la estrategia en grandes mayorías y pequeñas minorías; Xóchitl Gálvez en clases medias; y Jorge Álvarez Máynez en jóvenes. Tal estrategia generó una ilusión, ahí, donde incidían, el triunfo parecía sonreírles y no pudieron o quisieron ampliar la base electoral. De la parte hicieron el todo y, a partir de esa ilusión, las contendientes impulsaron la idea del ‘triunfo inevitable’, siendo que sólo cabe una en la Presidencia.
Ciertamente a Sheinbaum y a Gálvez les resultaba difícil explorar ámbitos electorales distintos a donde se veían confinadas. La grosera y sostenida actitud del presidente López Obrador hacia las clases medias, dificultaba a Sheinbaum rescatar votos en ellas. La pobre y desengranada estructura de los partidos opositores y el limitado alcance de las redes de los organismos cívico-ciudadanas que amparan a Gálvez, le impedían ir más allá del espacio donde quedó circunscrita.
Asimismo, por los términos y las condiciones de su selección como candidatas, la una y la otra se vieron entrampadas, con reducido margen para armar equipo, estrategia y ejes del discurso. Se vieron junto a quienes no querían estar; caminaron de puntas, evitando pisar callos: y cuidaron las palabras para no provocar herir susceptibilidades. Mil y un malabares ensayaron a fin de perfilar su personalidad. En ambos casos intentaron hacer de la prensa una extensión de su causa, hacer parte a los medios.
A partir del lunes, una y otra candidata habrán de explicar y contener a quienes desilusionaron y/o tender puentes a quienes no incluyeron en la campaña.
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En tiempos de intensa política, los profesionales y los aficionados renunciaron a ella. Les dio flojera ponerla en práctica.
A partir de diciembre de 2021, cuando Andrés Manuel López Obrador radicalizó la postura y confundió elección con revolución, abandonó la política. Dejó de sumar como lo hizo en su campaña y los primeros años de gobierno. Salió de los colaboradores moderados de centro izquierda y se echó en brazos de los leales a ciegas. Con fuerza, liderazgo y mayoría para qué hacer política, ni necesidad de convencer a los contrarios. Pasó a restar, complicando su propio proyecto e, incluso, a quien podría sucederlo. Si planes, obras, programas e iniciativas no avanzaban, el atascamiento serviría para culpar a los opositores. En el enredo confrontó a pueblo con ciudadanía, y dejó en el extravío la idea de nación.
La oposición y la resistencia hicieron lo mismo. Renunciaron a la política, encargando la chamba al Poder Judicial, organismos autónomos, grupos de activistas, intelectuales voluntarios y a algunos medios. Ellos se mantuvieron en lo suyo, enderezando discursos de denuncia, dejando testimonio de su queja, armando un concurso y tres marchas. Los partidos no revisaron ni ajustaron su estructura ni organización y, pese a ello, los grupos cívico-ciudadanos los tomaron como un taxi, apostando que los llevaría adonde querían. Qué flojera pensar en construir un partido y hacer política en serio. A la hora de buscar una candidatura, cometieron un triple error: estimaron que para desplazar al movimiento en el poder bastaba con postular un personaje igual, pero de signo contrario; luego, confundieron carisma con liderazgo; y consideraron como una gran propuesta regresar al estadio anterior. Todo muy rápido y facilito.
Quizá por eso se dice que los países tienen los gobiernos que se merecen… y también la oposición.
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Falta por dilucidar varias cuestiones y ver su repercusión en la jornada y la conclusión del proceso electoral.
Si la impertinente y tenaz intervención presidencial en el proceso respondió a un problema de desapego al poder o si fue una carambola de tres bandas para hacerse sentir, al tiempo de ayudar y complicar la posibilidad electoral de Claudia Sheinbaum. Si la impunidad con que se dejó correr la violencia política o criminal fue incapacidad o perversidad, dejando en vilo el voto en paz y libertad. Si la falta de cohesión en los colegios que integran los consejeros y magistrados electorales fue un torneo de vanidad y ambición y si, en ese estado, ambos órganos serán capaces de conducir la jornada y sancionar el proceso.
Lo cierto es que se va a las urnas cuando la polarización desata pasiones, la ilusión olvida razones y la voluntad desvanece la realidad. Por ello, cabe preguntar: ¿qué, pues, nos encontramos el lunes?