Los conocedores del terciopelo recomiendan no exponerlo demasiado al sol, pues el calor y los rayos pueden deteriorar su característico brillo y color, así como la suavidad de su textura. Asimismo, en caso de manchas, aconsejan actuar de inmediato para evitar que se impregne la fibra y limpiarlo con un paño ligeramente humedecido con agua y detergente lavaplatos, sin frotar ni presionar demasiado o, de plano, lavarlo en seco.
Las sugerencias aparecen en el sitio web de una empresa catalana proveedora de la industria de la tapicería, pero dados los términos de la transición del poder en México no sobraría que el presidente saliente y la presidenta entrante tomaran nota de ellas.
Si la transición es de terciopelo, más vale cuidar la delicadeza del tejido. No basta sólo la cordialidad.
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Más allá de los elogios y halagos mutuos, así como de la coincidencia y consonancia en el proyecto e, incluso, de la emoción que por momentos los embarga, en el traspaso del poder presidencial de Andrés Manuel López Obrador a Claudia Sheinbaum se echan de menos varias cuestiones.
Asuntos vinculados a la información sobre la conducción y el costo de ese tránsito; transparencia en los términos de la entrega-recepción del gobierno; precisión en la idea de continuidad o continuismo; y claridad entre el límite y el horizonte del afán de incidir en la acción de gobierno de la presidenta entrante.
Esclarecer esos puntos enaltecería a ambos, opacarlos no.
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A más de mes y medio de la elección se desconoce quién encabeza al equipo de transición por parte del presidente en funciones. En el contraste, dos días después de la elección, la virtual presidenta electa designó al suyo, Juan Ramón de la Fuente. Puede argüirse que, en los hechos, López Obrador y Sheinbaum tomaron directamente la tarea y que parte del sentido de las giras compartidas cumple con ese propósito.
Puede ser y qué bueno, pero uno de los errores cometidos al inicio de este sexenio fue emprender cambios de gobierno sin haber entendido y dominado la administración. Hay obligaciones, servicios y funciones públicas que, más allá del propósito de concluir programas y obras del primer piso de la pretendida transformación y echarle un segundo piso, reclaman cuidado y atención. Los detalles del estado en que los responsables entregarán a su respectivo relevo la institución a su cargo es clave para evitar tropiezos al inicio del próximo sexenio.
Quizá, sin hacerlo público, el presidente López Obrador nombró a alguien para coordinar de su parte la entrega del gobierno, pero por derecho a la información debería comunicarse quién es. Algunos colaboradores del mandatario dicen que el nombre de ese funcionario se divulgará cuando Claudia Sheinbaum sea declarada formalmente presidenta electa. Pero si tal es la justificación, entonces, muchas de las acciones emprendidas hasta ahora por el presidente saliente y virtual sucesora escaparían a ese espíritu de estricto apego a lo legal y formal.
¿Quién coordina al equipo de transición del presidente en funciones?
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Acaso porque la transparencia no ha distinguido a la actual gestión y se presume una tersura nunca vista en la transición, hasta ahora ni por asomo se ha dado a conocer presupuesto destinado a la virtual presidenta electa y a su equipo de trabajo. ¿De qué viven y cómo sufragan los gastos Claudia Sheinbaum y su equipo de trabajo?
Cabe la pregunta porque, más allá del encomiable entendimiento entre el gobierno saliente y el entrante, la transparencia sumaría tantos puntos a los dos como la opacidad se los resta. Es obviamente comprensible la utilización de recursos públicos para pagar los sueldos y el financiamiento de las labores de la candidata triunfante y sus colaboradores. Se trata a fin de cuentas de quienes tomarán las riendas del próximo gobierno por la decisión del electorado. Por ello, resulta incomprensible la falta de información sobre el particular.
Como en el caso anterior, no faltará quien sostenga que la fuerza de convicción sostiene en pie de trabajo al equipo de transición, pero mejor sería saber el monto del dinero público destinado a ese propósito. ¿Por qué ese descuido?
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Las giras compartidas de fin de semana son, sin duda, una buena noticia. A diferencia de otras transiciones, en ésta es clara la intención de subrayar la continuidad de un gobierno a otro con origen en la misma fuerza y causa política. Caben, sin embargo, dos observaciones. En las giras, el mandatario saliente parece fijar qué obras y programas deben concluirse, aun no estando él. Suena bien la idea de que los pendientes, los resuelva la sucesora. Pero tales encargos anteponen el continuismo sobre la continuidad, e implican reducir el ya de por sí estrecho margen de maniobra del gobierno entrante. ¿De qué se trata: de continuismo o continuidad? ¿Cuál es límite y el horizonte del afán de incidir en la acción del gobierno entrante?
La otra observación es relativa al tiempo que consume la presidenta entrante en atender a las giras. Es positivo, vale la pena subrayarlo de nuevo, mantener y ahondar el entendimiento entre ella y el presidente saliente. Incluso, es conveniente que, conforme a la costumbre de Morena, ella se mantenga en movimiento, reforzando su presencia. Sin embargo, la faena sexenal en puerta es compleja y, entonces, sí, qué bueno que dedique tiempo al territorio, pero no sobraría prestarlo también al escritorio, al diseño del gobierno porque ahí están las claves de su posibilidad.
Tiempo también requieren, aun cuando suene absurdo, el reposo y la serenidad en favor de la energía.
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Si la transición es tersa, de terciopelo más vale no sobreexponerla y evitar manchas en ella. La recomendación a los tapiceros es clara al respecto.