Sobreaviso

Melé democrática

Se vive una melé, todavía democrática. Pero la política de la exageración, donde unos advierten del inicio del autoritarismo y otros de la democracia pueden borrar el horizonte.

Entre quienes anuncian el arranque del autoritarismo sin contrapesos y quienes auguran el inicio de la democracia con garantía, no hay ni a cuál irle.

La actitud de unos y otros expresa no la lucha de la razón contra la fuerza ni del conservadurismo contra el progresismo, sino la patética incapacidad a diestra y siniestra de construir una democracia donde quepan todos y un Estado de derecho justo a secas. El debate, así emplee términos sofisticados o chocarreros, es de enorme pobreza: qué nada se toque, qué todo se toque, y así, sin ir más allá, es tentalear sin asegurar un futuro.

Quienes durante las últimas décadas edificaron una democracia limitada y un Estado exclusivo, hecho a la medida de sus convicciones, privilegios e intereses, hoy denuncian —a título de barbarie— la destrucción de esas instituciones veneradas y sesgadas por las cúpulas. Y el señalado como atila y demoledor de aquellas se ufana, a punto de irse, de realizar en el último minuto su sueño, sin tener claro si no es una pesadilla. Qué arree con las consecuencias políticas y económicas la que sigue.

Los guardianes de la democracia restringida acusan a Morena y sus aliados de ser culpables de ganar las elecciones, pretender ejercer el poder obtenido y, en su opinión, tal crimen político exige contención preventiva. A su vez, el pastor de los siervos de la transformación asegura que, adosado y endosado a las boletas, venía un cheque en blanco y no ve por qué no cobrarlo de salida, aunque convierta el lienzo de terciopelo en camino empedrado con minas para la sucesora.

Es la melé, democrática hasta ahora. De la sana incertidumbre electoral se pasó a la certeza política y, de ahí, a la falta de certitud sobre el próximo capítulo con la reforma del Poder Judicial y la desaparición de órganos autónomos, mientras la economía desacelera, la inflación persiste, los mercados tiemblan, los bancos amenazan, las descalificadoras presionan, el crimen sonríe desde el ventanal de oportunidad abierto y los habitantes de Chalco advierten lo que es vivir con las aguas negras hasta las rodillas.

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Los únicos ausentes del pandemonio político son los ministros de justicia y los dirigentes de la oposición. No atan ni desatan. Cuando despierten o dejen de mirarse el ombligo, alguien deberá contarles lo sucedido durante su ausencia… si aparecen.

Ministros y dirigentes opositores no fueron víctimas del bárbaro, la giganta y sus escuderos, ellos se encargaron de sí mismos, pusieron en práctica lo mejor de su torpeza, negligencia o mezquindad. Con toda razón, pueden declararse mártires de la confrontación estéril o náufragos de la aventura en que se embaucaron o embarcaron sin remar ni tener idea de la hoja de ruta porque, aún hoy, no saben adónde van. Por lo pronto, nadan de muertito ansiando alcanzar alguna orilla, la que sea.

Con Norma Piña como presidenta de la Corte y la Judicatura, esos órganos no tuvieron alguien capaz de conducir al Poder Judicial sin estrellarlo contra el Ejecutivo y el Legislativo, menos para afinarlo (reformarlo) y evitar el jaloneo. Tiempo tuvo para actuar, pero hoy todavía no fija postura. Buena para los desplantes, mala para los planteamientos. Buena para el chat, mala para el diálogo. Viste toga y birrete sin llenar la investidura.

Con Marko Cortés y Alejandro Moreno, o sea, sin dirigencia opositora al frente, ni modo que gobierno y movimiento abrieran un compás de espera para ejercer el poder. Esos dirigentes pasarán a la historia por ganar lo suyo perdiendo lo del partido y, claro, por producir boletines, declaraciones y puntadas. Deberían proponer la elección del próximo director de la central nucleoeléctrica de Laguna Verde y pedir la subdirección como primera minoría. Aun antes de recibir el certificado de su brutal derrota, el panista y el priista se avorazaron sobre los restos del naufragio y en esas están, buscando sacar raja del fracaso, ajenos a cuanto sucede más allá de sus narices.

Ministros de justicia y dirigentes opositores dejaron la defensa del Poder Judicial a los empleados, los jueces y magistrados, las asociaciones de abogados, especialistas e intelectuales. Se ausentaron.

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El Ejecutivo sabe que la reforma del Judicial allana el problema que él tuvo con aquel en tiempos recientes, cobra agravios recibidos en tiempos remotos y posibilita su control, pero no resuelve el acceso a la justicia. Puede agitar, pero no izar esa bandera. Como muchos, sabe que el Judicial requiere de una reforma profunda, pero no la suya aun con las comas agregadas.

No está claro si el mandatario quiere quitarle un problema de encima a la sucesora a cambio de dejarle un problemón enfrente. Cabe pensar eso por los aristas políticos y económicos que la aventura entraña, justo cuando el crecimiento y el consumo pierden impulso y los múltiples e inexplicables frentes abiertos de último minuto dentro y fuera enrarecen la atmósfera y complican el inicio del próximo sexenio.

Si, en el fondo, el motor de aquella reforma y las otras es solo el afán del mandatario de autocondecorarse con la medalla del gran transformador, más le valdría tomar nota de una realidad. En más de un caso, los cimientos de programas, políticas y obras hechas carecen de hormigón y de varillas. Dejar de encargo consolidarlos, continuar el proyecto, reglamentar las modificaciones a la Constitución y, además, echarle un segundo piso a la transformación sin contar con los recursos es tentar la posibilidad de un derrumbe. Inquietante.

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En medio de la melé, reproducir en sentido inverso las reformas hechas durante las últimas décadas en las últimas semanas es más de lo mismo, es hacer y deshacer. En suma, alejar la posibilidad de darle un verdadero horizonte al país.

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